Pregunta
¿Qué dice la Biblia sobre la excelencia?
Respuesta
La excelencia es la cualidad de sobresalir, de ser lo mejor en algo. Los seres humanos tenemos un deseo intrínseco de ver la excelencia. En todos los pueblos del mundo, la excelencia es valorada y recompensada. Ya sea una tribu que celebra la excelencia en la caza o un contador de Wall Street promovido por su excelencia en las finanzas, nuestra apreciación por la excelencia proviene de nuestro Creador. Haber sido hechos a imagen de Dios significa que Él nos impartió algunas de Sus cualidades de carácter (Génesis 1:27). Anhelamos la justicia porque Él es justo (Salmo 9:16). Amamos porque Él es amor (1 Juan 4:16). Y buscamos la excelencia porque Él es excelente en todo lo que hace (Deuteronomio 32:4).
Muchas cosas pueden obstaculizar la excelencia humana, incluyendo la apatía, la negligencia y la pereza. Nuestra naturaleza pecaminosa es esa parte de nosotros que no se parece a Dios y que, de hecho, se opone a Él y a Su excelencia. Todos nacemos pecadores, y ese pecado se manifiesta de mil maneras: recortamos esfuerzos, evitamos responsabilidades, o nos conformamos con lo mediocre si el esfuerzo para alcanzar la excelencia es más del que estamos dispuestos a dar. El remedio de Dios para nuestras actitudes descuidadas es recordarnos que Él es nuestro juez supremo. Tendremos que rendir cuentas ante Él por cómo usamos nuestro tiempo, nuestros recursos y nuestra energía (Mateo 12:36; 1 Corintios 3:13–15). Buscar la excelencia debe formar parte de todo lo que hacemos: "Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quien sirven" (Colosenses 3:23–24, NBLA).
Conscientes de que es a Cristo mismo a quien servimos, no queremos presentarle nada menos que excelencia. Ya sea barriendo calles o gobernando un país, debemos esforzarnos por la excelencia en nuestra ética laboral, en nuestro carácter y en nuestra destreza. Nadie es bueno en todo, pero todos somos buenos en algo. Dios espera que desarrollemos las habilidades y dones que nos ha dado para servirle a Él y a los demás de la mejor manera. Pablo abordó el tema de la excelencia en Romanos 12:6–8: "Pero teniendo diferentes dones, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos: si el de profecía, úsese en proporción a la fe; si el de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que da, con liberalidad; el que dirige, con diligencia; el que muestra misericordia, con alegría" (NBLA). En otras palabras, descubre tus dones y utilízalos con excelencia.
José es un ejemplo de un joven que hizo lo mejor en todo lo que se le encomendó. Incluso cuando fue encarcelado injustamente, supo impresionar al carcelero con su excelente carácter y ética de trabajo (Génesis 39:1–2, 20–23). Por su compromiso con la excelencia y la mano de Dios sobre él, José llegó a tener gran autoridad en una nación que antes lo había esclavizado.
Dios no promete bendecir ni ayudar al perezoso; más bien, tiene palabras que lo impulsan a actuar (Proverbios 6:6–11; 10:4). Pero Dios se agrada del diligente (Proverbios 10:3–4; 13:4). Así como Dios nos da lo mejor en todo, nosotros le debemos a nuestro Creador buscar la excelencia en todo lo que Él nos ha encomendado (Eclesiastés 9:10).
Muchas cosas pueden obstaculizar la excelencia humana, incluyendo la apatía, la negligencia y la pereza. Nuestra naturaleza pecaminosa es esa parte de nosotros que no se parece a Dios y que, de hecho, se opone a Él y a Su excelencia. Todos nacemos pecadores, y ese pecado se manifiesta de mil maneras: recortamos esfuerzos, evitamos responsabilidades, o nos conformamos con lo mediocre si el esfuerzo para alcanzar la excelencia es más del que estamos dispuestos a dar. El remedio de Dios para nuestras actitudes descuidadas es recordarnos que Él es nuestro juez supremo. Tendremos que rendir cuentas ante Él por cómo usamos nuestro tiempo, nuestros recursos y nuestra energía (Mateo 12:36; 1 Corintios 3:13–15). Buscar la excelencia debe formar parte de todo lo que hacemos: "Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quien sirven" (Colosenses 3:23–24, NBLA).
Conscientes de que es a Cristo mismo a quien servimos, no queremos presentarle nada menos que excelencia. Ya sea barriendo calles o gobernando un país, debemos esforzarnos por la excelencia en nuestra ética laboral, en nuestro carácter y en nuestra destreza. Nadie es bueno en todo, pero todos somos buenos en algo. Dios espera que desarrollemos las habilidades y dones que nos ha dado para servirle a Él y a los demás de la mejor manera. Pablo abordó el tema de la excelencia en Romanos 12:6–8: "Pero teniendo diferentes dones, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos: si el de profecía, úsese en proporción a la fe; si el de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que da, con liberalidad; el que dirige, con diligencia; el que muestra misericordia, con alegría" (NBLA). En otras palabras, descubre tus dones y utilízalos con excelencia.
José es un ejemplo de un joven que hizo lo mejor en todo lo que se le encomendó. Incluso cuando fue encarcelado injustamente, supo impresionar al carcelero con su excelente carácter y ética de trabajo (Génesis 39:1–2, 20–23). Por su compromiso con la excelencia y la mano de Dios sobre él, José llegó a tener gran autoridad en una nación que antes lo había esclavizado.
Dios no promete bendecir ni ayudar al perezoso; más bien, tiene palabras que lo impulsan a actuar (Proverbios 6:6–11; 10:4). Pero Dios se agrada del diligente (Proverbios 10:3–4; 13:4). Así como Dios nos da lo mejor en todo, nosotros le debemos a nuestro Creador buscar la excelencia en todo lo que Él nos ha encomendado (Eclesiastés 9:10).