Pregunta
¿Qué dice la Biblia sobre la división?
Respuesta
Los llamados bíblicos a la unidad son demasiado numerosos para enumerarlos en un artículo de este tamaño, al igual que las advertencias sobre la división y el espíritu divisivo. En general, la Biblia llama a la unidad basada en la verdad de Dios, y aquello que causa división es condenado.
Antes de la crucifixión de Jesús, Él oró para que Sus discípulos fueran uno (Juan 17:20–23). Algunos han llamado a esto la "gran oración no respondida" de Jesús; sin embargo, esa no es una caracterización correcta. Todos los creyentes, de hecho, son uno, unidos con Cristo y entre sí. Lo que a menudo falta es la expresión práctica de esa unidad.
La actitud divisiva, es decir, la promoción de la división, es un asunto serio. En Romanos 16:17, Pablo advierte: "Les ruego, hermanos, que vigilen a los que causan disensiones y tropiezos contra las enseñanzas que ustedes aprendieron, y que se aparten de ellos" (NBLA). En 1 Corintios 1:10, Pablo dice: "Les suplico, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos vivan en armonía y que no haya divisiones entre ustedes, sino que se mantengan unidos en un mismo pensar y en un mismo propósito" (NVI). La división es fruto de la carne y contraria al fruto del Espíritu.
Para ver cuán grave es el problema de la división, basta con notar la lista de tendencias pecaminosas con las que se la incluye: "Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, herejías, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes, contra las cuales les advierto, como ya se lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios" (Gálatas 5:19–21, NBLA, énfasis añadido). En la iglesia de Filipos había dos mujeres cuya división era tan pública y dañina que Pablo las menciona directamente (ver Filipenses 4:2).
Cualquiera que cause división en la iglesia debe ser sujeto a la disciplina eclesiástica: "Al hombre que cause divisiones, después de la primera y segunda amonestación, recházalo" (Tito 3:10; cf. Mateo 18:15–17). Es importante notar que la unidad prescrita en la Biblia no es una "unidad a toda costa". No puede haber unidad sin verdad. En algunos casos, expulsar a alguien de la iglesia—una acción que podría parecer fruto de la división—es necesario para preservar la verdadera unidad. Tolerar el pecado y la falsa enseñanza no fomenta la unidad, y la disciplina eclesial, hasta llegar a la excomunión por causa de pecado o falsa doctrina, no fomenta la división.
La división pecaminosa es resultado del egoísmo, y la única solución se encuentra en Filipenses 2: "Por tanto, si hay algún estímulo en Cristo, si hay algún consuelo de amor, si hay alguna comunión del Espíritu, si algún afecto y compasión, hagan completo mi gozo, siendo del mismo sentir, conservando el mismo amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo propósito. No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás" (Filipenses 2:1–4, NBLA). Pablo continúa presentando a Cristo como el ejemplo supremo del desinterés necesario para demostrar unidad: "Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (versículos 5–8, NBLA).
Como dice el proverbio: "El hombre perverso provoca pleitos, y el chismoso separa a los mejores amigos" (Proverbios 16:28, NBLA). Aquellos que intencionalmente causan división, incitan discordia o provocan rencor se están rebelando contra el diseño de Dios para la iglesia.
Antes de la crucifixión de Jesús, Él oró para que Sus discípulos fueran uno (Juan 17:20–23). Algunos han llamado a esto la "gran oración no respondida" de Jesús; sin embargo, esa no es una caracterización correcta. Todos los creyentes, de hecho, son uno, unidos con Cristo y entre sí. Lo que a menudo falta es la expresión práctica de esa unidad.
La actitud divisiva, es decir, la promoción de la división, es un asunto serio. En Romanos 16:17, Pablo advierte: "Les ruego, hermanos, que vigilen a los que causan disensiones y tropiezos contra las enseñanzas que ustedes aprendieron, y que se aparten de ellos" (NBLA). En 1 Corintios 1:10, Pablo dice: "Les suplico, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos vivan en armonía y que no haya divisiones entre ustedes, sino que se mantengan unidos en un mismo pensar y en un mismo propósito" (NVI). La división es fruto de la carne y contraria al fruto del Espíritu.
Para ver cuán grave es el problema de la división, basta con notar la lista de tendencias pecaminosas con las que se la incluye: "Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, herejías, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes, contra las cuales les advierto, como ya se lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios" (Gálatas 5:19–21, NBLA, énfasis añadido). En la iglesia de Filipos había dos mujeres cuya división era tan pública y dañina que Pablo las menciona directamente (ver Filipenses 4:2).
Cualquiera que cause división en la iglesia debe ser sujeto a la disciplina eclesiástica: "Al hombre que cause divisiones, después de la primera y segunda amonestación, recházalo" (Tito 3:10; cf. Mateo 18:15–17). Es importante notar que la unidad prescrita en la Biblia no es una "unidad a toda costa". No puede haber unidad sin verdad. En algunos casos, expulsar a alguien de la iglesia—una acción que podría parecer fruto de la división—es necesario para preservar la verdadera unidad. Tolerar el pecado y la falsa enseñanza no fomenta la unidad, y la disciplina eclesial, hasta llegar a la excomunión por causa de pecado o falsa doctrina, no fomenta la división.
La división pecaminosa es resultado del egoísmo, y la única solución se encuentra en Filipenses 2: "Por tanto, si hay algún estímulo en Cristo, si hay algún consuelo de amor, si hay alguna comunión del Espíritu, si algún afecto y compasión, hagan completo mi gozo, siendo del mismo sentir, conservando el mismo amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo propósito. No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás" (Filipenses 2:1–4, NBLA). Pablo continúa presentando a Cristo como el ejemplo supremo del desinterés necesario para demostrar unidad: "Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (versículos 5–8, NBLA).
Como dice el proverbio: "El hombre perverso provoca pleitos, y el chismoso separa a los mejores amigos" (Proverbios 16:28, NBLA). Aquellos que intencionalmente causan división, incitan discordia o provocan rencor se están rebelando contra el diseño de Dios para la iglesia.