Pregunta

¿Qué dice la Biblia sobre compartir?

Respuesta
Desde la primera infancia, se nos enseña a compartir con los demás. Compartir es una virtud reconocida en la mayoría de las culturas civilizadas, porque entendemos instintivamente que el egoísmo y la falta de generosidad están mal. Independientemente de si reconocemos a Dios o no, seguimos estando creados a Su imagen y nos parecemos más a Él que cualquier otro ser creado (Génesis 1:27). Por eso, reconocemos que las demás personas también son importantes. La mayoría de los grupos de personas civilizadas se inclinan por leyes similares en respuesta a la ley moral de Dios escrita en nuestros corazones (Romanos 1:20, 32; Eclesiastés 3:11). Cada uno de nosotros tiene una conciencia que Dios nos ha dado. Puesto que parte de la naturaleza de Dios es compartir con nosotros (2 Corintios 8:9), las personas saben naturalmente que compartir es bueno.

Sin embargo, debido a la naturaleza pecaminosa que todos poseemos (Romanos 2:10, 23), a menudo permitimos que el egoísmo reine en lugar de compartir y ser generosos. Sin importar la edad cronológica, todavía podemos ser niños pequeños en nuestras actitudes. No queremos compartir. Bajo nuestras sonrisas plásticas y respuestas socializadas, nuestros corazones pecaminosos pueden estar pensando: "Lo mío es mío, y lo tuyo debería ser mío". Compartir se considera un concepto bonito, pero un poco incómodo para ponerlo en práctica.

La iglesia del primer siglo puso el listón muy alto cuando demostró lo que era compartir según la Biblia. A medida que la iglesia crecía rápidamente, muchos nuevos creyentes de otras regiones se quedaban en Jerusalén, ansiosos por estar cerca de sus nuevos hermanos y hermanas en Cristo. Para financiar a esta familia en expansión, los que poseían bienes valiosos los vendían y donaban el dinero para el bien común (Hechos 4:32-37). "Todas las cosas eran de propiedad común" (versículo 32) y no "había, pues, ningún necesitado entre ellos" (versículo 34). Más tarde, cuando se establecieron iglesias en otros lugares, los apóstoles reunieron donaciones económicas de varias iglesias y las entregaron a la iglesia de Judea, que estaba pasando por dificultades (Hechos 11:27-30; Romanos 15:26).

El Nuevo Testamento equipara el compartir con la fe verdadera. En su explicación de cómo se debe vivir la fe en buenas obras, Santiago dice que la verdadera religión es "visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo" (Santiago 1:27). Juan también enfatiza la necesidad de compartir: "Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él? Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad" (1 Juan 3:17-18).

El compartir cristiano puede tomar muchas formas, pero lo que le importa a Dios es la actitud del corazón (Mateo 6:2-4). Nosotros, que hemos sido comprados y apartados por la sangre de Jesús, debemos estar deseosos de compartir lo que Él nos ha confiado, ya sea tiempo, esfuerzos o recursos. Compartir nos recuerda que no debemos poner nuestro afecto en las cosas de este mundo, ni acumular tesoros que no tienen valor eterno (Colosenses 3:2; Mateo 6:20). Compartir también nos mantiene humildes, nos libera del amor al dinero y nos enseña a morir a nosotros mismos (Romanos 6:6; 1 Timoteo 6:10). Nos parecemos más a Jesús cuando compartimos libremente con aquellos que Él trae a nuestras vidas.