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Pregunta

¿Qué dice la Biblia sobre la vanidad?

Respuesta


"Vanidad de vanidades, dice el Predicador, vanidad de vanidades, todo es vanidad" (Eclesiastés 1:2). La palabra hebrea traducida como "vanidad" en este versículo significa literalmente "vapor" o "aliento". También puede traducirse como "sin sentido", "vacío" o "futilidad". El predicador es Salomón, y nos está diciendo que, después de explorar todo lo que el mundo tiene para ofrecer, ha descubierto que todo se reduce a nada. Es inútil perseguir metas mundanas, porque desaparecen con nuestro último aliento. Esa verdad fundamental nos ayuda a entender los otros usos del término vanidad en la Biblia.

Romanos 8:20 dice que toda la creación fue sometida a vanidad a causa de la maldición de Dios. Cuando Adán pecó, Dios maldijo todo lo que había creado (Génesis 3:17–19). En otras palabras, se perdió la perfección. Toda la creación ahora no cumple con su propósito original; en lugar de vivir en armonía con Dios y entre sí, los habitantes de la tierra se han vuelto unos contra otros y contra Dios. Todavía sufrimos las consecuencias de esa maldición. Todo lo que debía estar en orden ahora está al revés. El caos y la confusión que conocemos en el mundo se deben a que Dios ha sometido Su creación a la vanidad hasta el momento en que será liberada (Romanos 8:21).

Cuando la vanidad entra en nuestra vida personal, trae consigo orgullo, celos, envidia, contiendas, arrogancia y muchas otras actitudes negativas. La vanidad devalúa lo importante y exalta lo trivial. Llena nuestra mente de preguntas ansiosas: "¿Cómo me veo?", "¿Qué pensarán de mí?", "¿Por qué no me honraron a mí en lugar de a él?". Proverbios 16:18 advierte que "Delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la arrogancia de espíritu", pero la vanidad rara vez escucha advertencias.

Una persona consumida por la vanidad está centrada en sí misma y preocupada por sus opiniones, problemas y deseos. En el fondo de toda vanidad está el yo, que exige ser protegido a toda costa. Pero el yo no puede gobernar nuestra vida junto con el Espíritu Santo. Dios no comparte Su trono. Por eso Jesús nos llama a morir a nosotros mismos para poder seguirlo (Lucas 9:23). La vanidad es enemiga del Espíritu y debe ser llevada constantemente a la cruz y crucificada (Gálatas 2:20; Romanos 6:1–6).

El rey Saúl permitió que la vanidad gobernara su vida hasta que lo destruyó. Atractivo, talentoso y elegido por Dios, Saúl tenía el potencial de ser un hombre que cambiara el mundo (1 Samuel 9:1–2). Al principio se mostró humilde por haber sido escogido como rey (1 Samuel 9:21; 10:21–22), pero pronto dejó que la vanidad se apoderara de su corazón (1 Samuel 13:8–14). Su orgullo lo llevó a pensar que era lo suficientemente importante como para desobedecer el mandato del Señor y actuar según su propio criterio. Por esto, Dios retiró Su bendición y Su Espíritu de Saúl, y el resto de su reinado estuvo marcado por celos, asesinatos y discordia (1 Samuel 16:14; 18:10–11).

La vanidad puede llevarnos a impresionarnos con nuestra propia grandeza, logros o atractivo. Si no se controla, nos hace pensar, como Saúl, que somos lo suficientemente importantes como para ignorar los mandamientos de Dios y hacer las cosas a nuestra manera. Leemos en la Escritura "No harás…" pero pensamos: "Eso es para otras personas". Y si alguien nos confronta por nuestro pecado, nos ofendemos con quien nos confronta.

La defensa típica de la vanidad suena más o menos así:

"Sé que no debería estar haciendo esto, pero soy una buena persona".

"Sé lo que dice la Biblia, pero yo pienso que…".

"Todos tenemos nuestra propia verdad. Mi verdad es que…".

La vanidad tuvo un papel fundamental en el primer pecado en el Jardín del Edén, y sigue siendo la raíz de la mayoría de los pecados hoy. Satanás introdujo la vanidad con las palabras: "¿Conque Dios les ha dicho…?" (Génesis 3:1). Eva vio que el fruto prohibido era hermoso, apetitoso y deseable, y la vanidad comenzó a agitarse en su corazón. El deseo de placer y de autoexaltación desplazó a Dios en su corazón. Todavía hoy el pecado ocurre cuando permitimos que nuestras opiniones prevalezcan sobre la Palabra de Dios. Cuando la vanidad nos gobierna, Dios no lo hace. Y cuando Dios nos gobierna, la vanidad tiene que desaparecer.

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