Pregunta
¿Qué dice la Biblia sobre la impureza?
Respuesta
La impureza es el estado de estar contaminado, deshonrado o profanado. Profanar algo es un acto de gran falta de respeto hacia Dios o hacia otros. El pecado puede causar impureza en una persona, en una comunidad o en una nación.
La Biblia usa normalmente el término impureza para referirse a la contaminación ceremonial o sexual. La idolatría también profana a quienes caen en ese pecado. En Jeremías 32:34, el Señor se enoja con Israel porque "pusieron sus abominaciones en la casa que es llamada por Mi nombre, profanándola". Introducir ídolos en el templo del Señor fue un acto de profanación. Cualquier tipo de pecado sexual también causa impureza (1 Corintios 5:11; Mateo 15:18–20).
Muchas de las leyes ceremoniales que Dios dio a Israel les enseñaban cómo limpiarse de la impureza para poder tener comunión con un Dios santo (Levítico 7:21; 22:3). La existencia de tantas leyes detalladas demostraba la gran diferencia entre lo santo y lo profano (Levítico 10:10–11). Cualquier impureza, incluso si era involuntaria, separaba a la persona de la comunidad y del lugar donde Dios habitaba entre ellos (Levítico 5:2). Ninguna persona impura podía entrar en el santuario del Señor (Números 19:13, 20).
Cada vez que los enemigos o el propio Israel descuidado profanaban el templo de Dios con abandono o abuso, Dios lo consideraba profanado (Ezequiel 23:39; 44:7; Malaquías 2:11). Nadie podía ofrecer sacrificios u oraciones aceptables hasta que el templo fuera purificado de su profanación (2 Crónicas 29:16; Levítico 16:20). Los sacerdotes debían pasar por un proceso ritual de limpieza antes de ministrar al Señor, lo que indicaba que el contacto con el mundo, de alguna forma, traía impureza (Nehemías 12:30; 13:30; Éxodo 29:4).
Bajo el Nuevo Pacto, los hijos de Dios nacidos de nuevo son morada del Espíritu Santo (Hechos 2:38; Juan 3:3). Nuestros cuerpos se convierten en Su templo (1 Corintios 6:19–20). Cuando nos contaminamos por el pecado o por descuidar al Señor, debemos buscar limpieza confesando nuestros pecados a Dios (1 Juan 1:9). Solo la sangre de Jesucristo tiene poder para limpiar nuestros corazones y hacernos aptos para tener comunión con Dios (1 Juan 1:7).
Nos contaminamos de muchas maneras, pero hay dos pecados principales sobre los que la Escritura usa con frecuencia el término impureza: la inmoralidad sexual y la idolatría. Estos dos pecados profanaron cualquier templo, tanto de piedra como de carne (ver 1 Corintios 6:18). El pecado sexual, en todas sus formas, se usa regularmente como metáfora para describir la relación rota de Dios con Su pueblo. Por ejemplo, Israel infiel fue comparado con una esposa adúltera o una hija promiscua (Ezequiel 16:32; 23:30; Santiago 4:4). El pecado sexual es tan impuro que Dios lo usó para ilustrar la peor clase de traición espiritual.
La idolatría, de cualquier tipo, también contamina (Apocalipsis 21:8; 1 Juan 5:21). Cometemos idolatría cuando valoramos algo más que a Cristo (Marcos 12:30). Cuando reconocemos que nos hemos contaminado, debemos confesarlo como pecado, pedir perdón a Dios y proponernos apartarnos de ello (Lucas 3:8). El cristiano maduro es aquel que anda en el Espíritu para que la impureza ya no lo caracterice (1 Juan 3:6–10; 1 Corintios 6:9–10; Gálatas 5:16, 19–21).
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¿Qué dice la Biblia sobre la impureza?
