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Pregunta

¿Qué dice la Biblia sobre la autocompasión?

Respuesta


Todos los seres humanos somos propensos a la autocompasión. Nacemos egocéntricos, con un poderoso impulso de proteger nuestro ego y nuestros "derechos". Cuando decidimos que la vida no nos ha tratado como tenemos derecho a ser tratados, el resultado es la autocompasión. La autocompasión nos lleva a enfadarnos y a obsesionarnos con nuestras heridas, reales o supuestas. En el fondo de la autocompasión hay un desacuerdo con Dios sobre cómo la vida —y Él— nos ha tratado.

La mayor pista de que la autocompasión no proviene de Dios es la palabra "auto". Cada vez que nos centramos en nosotros mismos, salvo para examinarnos y llegar al arrepentimiento (1 Corintios 11:28; 2 Corintios 13:5), estamos en el territorio de la carne. Nuestra carne pecaminosa es enemiga del Espíritu (Romanos 8:7). Cuando entregamos nuestras vidas a Cristo, nuestra vieja naturaleza es crucificada con Él (Gálatas 2:20; Romanos 6:6). La parte egoísta y pecaminosa de nuestras vidas ya no tiene por qué dominarnos. Cuando el yo es el que domina, Dios no lo es. En efecto, nos hemos convertido en nuestro propio dios. C. S. Lewis lo expresó de esta manera: "En el momento en que tienes un yo, existe la posibilidad de ponerte a ti mismo en primer lugar, de querer ser el centro, de querer ser Dios, en realidad. Ese fue el pecado de Satanás; y ese fue el pecado que enseñó a la raza humana".

Los pecados propios no mueren fácilmente. Son más difíciles de detectar que los pecados obvios, como la inmoralidad y la embriaguez (Gálatas 5:19-20), porque a menudo los consideramos amigos. La autoconfianza, la búsqueda de uno mismo, la autoadmiración, la autoindulgencia, el ensimismamiento y el amor propio son síntomas de una naturaleza carnal que aún no se ha rendido totalmente a Jesús. Fue un pecado propio lo que hizo caer a Sansón (Jueces 16:20) y un pecado propio lo que hizo que el joven rico se alejara de Jesús (Mateo 19:21-22). Los pecados propios, incluida la autocompasión, atestiguan la verdad de que, independientemente de lo que digamos con los labios, nuestra mayor adoración a menudo está reservada para nosotros mismos (Isaías 29:13; Mateo 15:8).

Un excelente ejemplo de autocompasión se encuentra en un episodio de la malvada vida del rey Acab. Acab codiciaba una viña que pertenecía a Nabot y quería comprarla; cuando Nabot se negó a vender, "Acab entonces se fue a su casa disgustado y molesto. . . . se acostó en su cama, volvió su rostro y no comió" (1 Reyes 21:4). Imagínate, ¡un rey haciendo pucheros en su palacio! El rey estaba tan lleno de sí mismo que solo volvió a ser feliz cuando su esposa, la malvada Jezabel, puso en marcha un plan para asesinar a Nabot (1 Reyes 21:15-16). La autocompasión nunca es buena.

Cuando nos entregamos a la autocompasión, hemos elevado nuestra importancia a nuestros propios ojos. Romanos 12:3 dice: "no piense de sí mismo más de lo que debe pensar". Tenemos un concepto demasiado elevado de nosotros mismos cuando permitimos que las heridas y las injusticias de la vida dicten nuestro estado emocional. La amargura puede anular rápidamente el fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22), que debería dominar la vida de todo creyente. Primera de Tesalonicenses 5:18-19 nos dice que no debemos "apagar al Espíritu Santo". Por el contrario, debemos dar gracias en todo. Es imposible dar gracias mientras nos aferramos a la autocompasión, porque, por definición, una actitud autocomplaciente no se centra en la gratitud hacia los demás. La autocompasión no puede agradecer en absoluto lo que Dios ha permitido.

Rechazar el impulso de compadecernos de nosotros mismos no es fácil. La vida nos brinda muchas oportunidades de experimentar el rechazo, la injusticia y la crueldad del hombre. Nuestra respuesta natural es la autoprotección, que a menudo desemboca en la autocompasión. Sin embargo, podemos elegir "andar por el Espíritu, y . . . no satisfacer los deseos de la carne" (Gálatas 5:16). Podemos negarnos a complacer nuestra naturaleza pecaminosa y elegir en su lugar un corazón agradecido, confiando en que "Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer, para Su buena intención" (Filipenses 2:13). Podemos ver cada oportunidad de caer en la autocompasión como una oportunidad para vencer esa vieja naturaleza. En lugar de ello, podemos confiar que "para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito" (Romanos 8:28).

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