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Pregunta

¿Tenían los creyentes del Antiguo Testamento seguridad eterna?

Respuesta


La respuesta a la pregunta sobre si los creyentes del Antiguo Testamento en el Señor tenían seguridad eterna, es la misma respuesta a la pregunta sobre si los creyentes del Nuevo Testamento tienen seguridad eterna. Dios no cambia (Números 23:19; Malaquías 3:6) y por lo tanto es consistente con respecto a Su oferta de salvación. Si el creyente del Nuevo Testamento está eternamente seguro de su salvación, lo mismo sucede con el creyente del Antiguo Testamento.

La salvación siempre ha sido un regalo de Dios, por gracia a través de la fe (Génesis 15:6; Romanos 4:1-8; Efesios 2:8-9). En el Antiguo Testamento, las personas eran responsables de ejercer la fe en lo que Dios les había revelado y de confiar en Dios para su salvación; su fe era evidente en sus acciones. En la época del Nuevo Testamento, somos responsables de ejercer la fe en lo que Dios ha hecho a través de Cristo y de confiar en Dios para nuestra salvación; nuestra fe se hace evidente por nuestras acciones.

El don de Dios es la vida eterna, y no la vida temporal (Romanos 6:23). La oferta de salvación de Dios no es que "podamos" tener vida eterna si nos esforzamos mucho o si no nos equivocamos demasiado. La salvación tiene su fundamento en lo que Cristo ha hecho, no en lo que nosotros hemos hecho o haremos. Hebreos 11 da muchos ejemplos de la fe de los creyentes del Antiguo Testamento, entre ellos los que cometieron grandes pecados. Esto confirma que recibirán lo que Dios ha prometido, basado en la obra de Cristo (Hebreos 11:39-40).

Romanos 8:38-39 confirma la seguridad eterna de todos los creyentes en términos muy contundentes: "Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro". En este pasaje Pablo hace todo lo posible para garantizar a los hijos de Dios que absolutamente nada puede destruir su relación con el Dios de su salvación.

Una gran diferencia entre los creyentes del Antiguo Testamento y los del Nuevo Testamento tiene que ver con la función del Espíritu Santo. En el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo llega a un creyente en el momento de la salvación y habita permanentemente en él (1 Corintios 12:13; Efesios 1:13-14). Esta morada es algo que Jesús había prometido que ocurriría después de Su ascensión al cielo (Juan 14:17; 16:7; cf. Juan 7:39). En el Antiguo Testamento, parece que el Espíritu de Dios no moraba permanentemente en los creyentes; más bien, el Espíritu venía sobre ellos de vez en cuando para cumplir los propósitos de Dios por medio de ellos (Jueces 3:10; 14:19; 1 Samuel 10:10; 16:14; Salmo 51:11).

El hecho de que el Espíritu Santo viniera y se fuera no significa que los creyentes del Antiguo Testamento perdieran (y recuperaran) su salvación. El contexto del Salmo 51 es la oración de arrepentimiento de David después de su pecado con Betsabé. El niño que nació de la unión pecaminosa entre David y Betsabé murió, y David dijo que un día iría a estar con el niño (2 Samuel 12:16-23). En otras palabras, David creía que un día se uniría a su hijo que había muerto en el cielo. David no perdió su salvación, a pesar de su pecado.

Los santos del Antiguo Testamento, por la fe, esperaban al Mesías que vendría a salvar (Juan 8:56). Pusieron su fe en Dios para salvarlos: "Bendito sea el Señor, nuestro Dios y Salvador, que día tras día sobrelleva nuestras cargas. Nuestro Dios es un Dios que salva; el Señor Soberano nos libra de la muerte" (Salmo 68:19-20). Hoy, por la fe, miramos hacia atrás, al Cristo que ha venido a salvar. Nosotros también ponemos nuestra fe en Dios para salvarnos. Todos los santos del Antiguo y Nuevo Testamento confían en que Dios es fiel a Sus promesas: "Él es la Roca, sus obras son perfectas, y todos sus caminos son justos. Dios es fiel; no practica la injusticia. Él es recto y justo" (Deuteronomio 32:4). Gracias a Su fidelidad, estamos eternamente seguros.

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