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Pregunta

¿Qué significa que Cristo es santo? ¿Qué es la santidad de Cristo?

Respuesta


La palabra santo tiene dos definiciones principales. En primer lugar, la santidad se refiere a la pureza moral absoluta y a un estándar de justicia sin compromiso e insuperable. Dios, quien es incapaz de equivocarse, no manchado por el pecado, no restringido por las leyes de la naturaleza y puro en todos Sus caminos, es santo. En segundo lugar, la santidad se refiere al estado de estar separado de lo común para el propósito de Dios. Como ejemplo, el salmista se refirió al "santo" templo de Dios en Jerusalén (Salmos 79:1). El templo no era sólo otra estructura de madera y piedra; este era el lugar donde el pueblo de Dios se reunía para adorar con reverencia. Nuestro Señor Jesús se indignó justamente con los mercenarios codiciosos que estaban convirtiendo el santo templo en una "cueva de ladrones" (Mateo 21:12–13).

Al hablar de la santidad de Cristo, debemos tener una idea exacta de Su persona y naturaleza. Para algunos, Jesús es poco más que una figura histórica, un antiguo profeta, un maestro moral, el fundador de una gran religión mundial, un mártir, un filósofo y tal vez, incluso un hacedor de milagros. El Islam considera a Jesús como un profeta inferior en estatus a Mahoma. La Sociedad Bíblica y de Tratados de la Torre del Vigía enseña que Jesús es Miguel el Arcángel. El mormonismo sostiene que Jesús es el hermano espiritual de Lucifer. El Movimiento de la Nueva Era considera a Jesús como un avatar o mensajero de una larga línea de mensajeros. La teología liberal enseña que Jesús es uno de muchos caminos hacia Dios. Obviamente, existe mucha confusión en torno a la persona y la naturaleza de Cristo Jesús; para conocerle adecuadamente, debemos buscar diligentemente en las Escrituras que hablan de Él (ver Lucas 24:27).

La santidad de Cristo está relacionada con Su deidad. Jesús es totalmente Dios y totalmente hombre. Jesús afirmó ser Dios (Juan 8:58; Apocalipsis 1:8, 17). Jesús aceptó la adoración (Mateo 2:11; Juan 12:13). Jesús declaró que Él y Su Padre Celestial son de la misma esencia y naturaleza divina (Juan 10:30). El profeta Isaías le llamó "Dios Fuerte y Padre Eterno" (Isaías 9:6). Al ver al Jesús resucitado, el discípulo Tomás le honró con el doble título: "¡Señor mío, y Dios mío!" (Juan 20:28). El apóstol Juan inicia su relato del evangelio dando testimonio de la divinidad de Jesús: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Éste era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho" (Juan 1:1–3). Cristo Jesús es digno de nuestra más alta adoración y alabanza, pues Él es Dios que se encarnó como hombre (Juan 1:14). Negar Su divinidad, y por lo tanto, Su santidad, es negarle por completo.

En su libro Mero Cristianismo, C. S. Lewis escribió: "Estoy tratando aquí de impedir que alguien diga la tontería que la gente suele decir acerca de Él: estoy dispuesto a aceptar a Jesús como un gran maestro moral, pero no acepto su pretensión de ser Dios. Esa es la única cosa que no debemos decir. Un hombre que era simplemente un hombre y dijo el tipo de cosas que Jesús dijo, no sería un gran maestro moral. Sería un loco, al nivel del hombre que dice que es un huevo estrellado, o si no sería el Diablo del Infierno. Debes tomar tu decisión. O este hombre era, y es, el Hijo de Dios, o si no un loco o algo peor. Puedes callarlo por ser un tonto, puedes escupirle y matarlo como a un demonio o puedes caer a sus pies y llamarle Señor y Dios, pero no vengamos con ninguna tontería condescendiente acerca de que era un gran maestro humano. Él no ha dejado eso abierto para nosotros. No era su intención" (Macmillan, 1952, pp. 55–56).

La Atracción y el Miedo del Hombre hacia lo Sagrado

Aquellos que obedecen los mandamientos de Jesús pueden llamarle amigo (Juan 15:14), pero nunca debemos tratarle como si fuera igual a nosotros. Su santidad exige respeto y temor reverente. Acercarse a Él de manera demasiado familiar o usar Su nombre de manera frívola o irresponsable es vergonzoso. Jesús nos atrae hacia sí mismo, y le encontramos completamente encantador, pues Él es de la misma esencia y naturaleza divina que Dios Padre (Filipenses 2:6). Sin embargo, Su bondad sin paralelo y Su gloria radiante contrastan fuertemente con la depravación de la humanidad caída. Incluso los mejores entre nosotros somos como gusanos insignificantes en Su divina presencia. El Señor Jesús merece nuestra adoración, y se acerca el día en que incluso aquellos que le han insultado y despreciado se postrarán en sumisión y dirán: "Jesús es el Señor" (Filipenses 2:10-11).

Supongamos que, superando su miedo, un joven toma el valor de acercarse a la chica más bonita de su clase para invitarla a salir. Con nerviosismo y torpeza, el joven tropieza con sus palabras y se comporta de manera casi cómica. Lo que estamos presenciando en este encuentro son los sentimientos contradictorios de atracción y temor. El joven se siente atraído por la belleza de la chica, pero esta es también la fuente de su ansiedad. De una manera muy hogareña, esto ilustra el concepto de temor reverente. El hombre pecador se siente atraído por Dios debido a Su santidad, pero la presencia divina del Santo nos llena de miedo y temor.

Vemos esta mezcla de atracción y miedo en Pedro en el lago de Genesaret:

"Aconteció que estando Jesús junto al lago de Genesaret, el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios. Y vio dos barcas que estaban cerca de la orilla del lago; y los pescadores, habiendo descendido de ellas, lavaban sus redes. Y entrando en una de aquellas barcas, la cual era de Simón, le rogó que la apartase de tierra un poco; y sentándose, enseñaba desde la barca a la multitud. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red. Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían. Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Porque por la pesca que habían hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él, y asimismo de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres. Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron" (Lucas 5:1-11).

Simón Pedro era un pescador experimentado. Sabía lo que estaba haciendo cuando se trataba de aparejos y redes y pesca. Puede que Pedro se maravillara ante las enseñanzas de Jesús, pero en materia de pesca, Pedro no se doblegaba ante nadie. Cuando Jesús le pidió que usara su barca como una plataforma flotante para el orador, Pedro accedió, pero cuando el rabino itinerante sugirió que lanzara sus redes de pesca en la profundidad, Pedro aceptó con renuencia: "Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red" (Lucas 5:5).

Pedro no estaba preparado para lo que siguió. Nunca antes había atrapado tal cantidad de peces. Las redes, repletas de peces, llenaron no una, sino dos barcas más allá de sus capacidades normales. Esta fue la pesca de cien vidas, un evento sobrenatural incomprensible que desafiaba la comprensión humana. Pedro comprendió que esto era más que una simple buena suerte, y reaccionó con temor. En lugar de agradecer a Jesús por la abundante pesca, Pedro cayó a los pies del Señor y le rogó que se alejara: "Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador" (Lucas 5:8). El miedo de Pedro provenía del contraste entre su pecaminosidad y la santidad de Cristo. Es realmente espantoso cuando lo común y profano se encuentra con Aquel que es santo.

Insondable, pero Accesible

Por derecho, las criaturas pecadoras deberían retraerse en miedo absoluto en la presencia de Cristo Jesús, porque Él es santo. Y, con todo derecho, Cristo Jesús debería retraerse de la maldad que caracteriza a nuestra raza caída. Sin embargo, Él abre Sus brazos y dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga" (Mateo 11:28-30).

En nuestro estado natural, somos desdichados, miserables, pobres, ciegos y desnudos, pero Jesús no nos dio la espalda. Él dice: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo" (Apocalipsis 3:20). ¿Es posible que el Santo de Dios, Cristo Jesús, desee genuinamente tener comunión con nosotros? Aunque suene improbable, la respuesta es un rotundo "sí". Cuando ponemos nuestra fe en Cristo Jesús como Salvador, nosotros, que antes éramos "hijos de ira" (Efesios 2:3), somos transformados sobrenaturalmente en Sus amados hijos e hijas (Romanos 8:15).

Conclusión

El Señor Jesús, que es totalmente Dios y totalmente hombre, es meritoriamente santo debido a Su naturaleza divina. Él es sin pecado, perfectamente puro e inequívocamente justo (Mateo 26:59-61). Incluso Poncio Pilato, el político que se negó a actuar en favor del primer y único hombre verdaderamente inocente, declaró que Jesús era inocente tres veces (ver Lucas 23:13-15). Cristo Jesús es el único digno de ofrecerse por nuestro pecado, y Su sacrificio fue como el de "un cordero sin mancha y sin defecto" (1 Pedro 1:19). Ahora nos unimos a la exultación del cielo: "El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza" (Apocalipsis 5:12).

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