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Pregunta

¿Quién es Alá? ¿Cuál es el origen de la creencia en Alá?

Respuesta


Alá es una palabra árabe que significa "Dios" o, más precisamente, "el Dios". En la cultura occidental, se suele creer que la palabra Alá es utilizada exclusivamente por los musulmanes para referirse a su dios, pero esto no es del todo cierto. Los hablantes de árabe que practican religiones abrahámicas (incluyendo el cristianismo y el judaísmo) también usan la palabra Alá para referirse a Dios. Sin embargo, según el islam, Alá es el nombre propio de Dios, mientras que los cristianos y judíos lo conocen como YHWH o Yavé. Cuando los cristianos de lengua árabe usan la palabra Alá, normalmente la combinan con la palabra al-Ab, formando Alá al-Ab, que significa "Dios el Padre". Esta es una de las maneras en que los cristianos árabes se diferencian de los musulmanes.

Antes del surgimiento del islam, la mayoría de los árabes eran paganos politeístas. Creían en un destino impersonal y poderoso, imposible de controlar, cambiar o influenciar por los seres humanos. Los musulmanes consideran a Mahoma como el último y más grande profeta, y le atribuyen el mérito de haber restaurado en los árabes la fe monoteísta de sus antepasados. Tanto el islam como el judaísmo trazan su linaje espiritual hasta Abraham; sin embargo, el concepto de Dios en el islam difiere en varios aspectos importantes del que presentan el judaísmo y el cristianismo. Yavé y Alá son vistos como omnipotentes, omnipresentes, omniscientes y misericordiosos. Sin embargo, tanto en el judaísmo como en el islam, la misericordia de Dios depende, al menos en parte y muchas veces completamente, de las acciones humanas. El concepto islámico de Alá y el concepto judío de Yavé niegan la naturaleza trinitaria de Dios. Eliminan al Hijo de Dios, Jesús, y también eliminan al Espíritu Santo como Persona distinta dentro de la divinidad.

Sin Jesús, no existe una salvación provisoria; es decir, la salvación se basa en el esfuerzo humano en lugar de la gracia divina. Sin el Espíritu Santo, no hay santificación, ni paz, ni libertad (Romanos 8:6; 2 Corintios 3:17). Los cristianos confían en que, por medio de la muerte y resurrección de Jesús, junto con la presencia del Espíritu en sus vidas, el pecado es perdonado, la conciencia es limpiada y el alma humana queda libre para buscar a Dios y hacer el bien sin temor al castigo (Hebreos 10:22).

Un musulmán puede amar a Alá y desear agradarle, pero la pregunta constante en su mente será: "¿Es suficiente? ¿Son suficientes mis obras para alcanzar la salvación?". Los cristianos creen que Dios envió a Su Hijo, Jesucristo, para responder precisamente a esa pregunta: "¿Es mi esfuerzo suficiente?" La respuesta es no, nuestro esfuerzo no es suficiente (Mateo 5:48). Esto puede ser impactante para quien ha estado intentando agradar a Dios por sus propios medios. Pero ese era justamente el punto del famoso Sermón del Monte de Jesús (Mateo 5:1–48). Los judíos a quienes Jesús hablaba, al igual que los musulmanes que siguen a Alá, estaban atrapados por el hecho de saber que nada de lo que hicieran alcanzaría jamás el estándar perfecto de Dios. Pero la vida perfecta de Cristo, Su muerte expiatoria y Su resurrección sí cumplieron con ese estándar (Hebreos 10:10; Romanos 8:1–8). El mensaje de Jesús para los judíos de Su tiempo y para los musulmanes y todos los demás hoy es: "arrepiéntanse y crean" (Marcos 1:15, NBLA). Esto no significa simplemente "deja de pecar" o "cree que Dios existe". Significa "apártate del pecado y deja de intentar agradar a Dios por tus propias fuerzas" y "cree que Cristo lo ha hecho todo por ti". La promesa para quienes confían en Cristo es que se convierten en hijos de Dios (Juan 1:12).

Alá no ofrece esa promesa. Los musulmanes creen que Alá será misericordioso con ellos según su evaluación de sus obras. Pero la salvación nunca está garantizada; nunca es una promesa. Cuando el mundo occidental observa con horror fenómenos como la yihad o actos de terrorismo islámico, lo que está viendo es un reflejo del profundo temor que Alá puede infundir en muchos de sus seguidores. Los musulmanes devotos enfrentan una decisión difícil: obedecer los mandatos violentos de una deidad omnipotente cuya misericordia solo se otorga a los más apasionados y entregados (y quizás ni siquiera en esos casos), o rendirse a la idea de estar irremediablemente perdidos y condenados al castigo.

Los cristianos no deberían ver a los musulmanes con odio, sino con compasión. Su dios, Alá, es un dios falso, y sus ojos están cegados a la verdad (ver 2 Corintios 4:4). Deberíamos estar orando por los musulmanes y pidiendo a Dios que les muestre la verdad, revelándoles Su promesa de misericordia y libertad en Cristo (2 Timoteo 2:24–26).

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