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Pregunta

¿Cómo puedo saber lo que agrada a Dios?

Respuesta


Al hablar de Su Padre celestial, Jesús dijo: "Yo hago siempre lo que le agrada" (Juan 8:29). Puesto que Jesús era el Hijo de Dios, de una misma naturaleza con el Padre, sabía lo que agradaba a Dios. Pero nosotros somos seres humanos falibles. ¿Cómo podemos saber lo que le agrada?

Dios siempre ha dejado claro a Su pueblo lo que se necesita para agradarle. Él no es aleatorio o arbitrario en Sus juicios: "Pues antes de la ley había pecado en el mundo, pero el pecado no se toma en cuenta cuando no hay ley" (Romanos 5:13, NBLA). Aunque la humanidad había estado pecando desde la creación, Dios fue paciente porque todavía no había dado Su ley escrita a Israel (Éxodo 25:22). Pero incluso sin una ley escrita, la gente distinguía el bien del mal. Romanos 1:20 lo explica: "Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa".

Tenemos un código moral escrito en el corazón (Romanos 2:15). Sabemos por instinto cuándo estamos haciendo el mal, porque fuimos creados a imagen de Dios (Génesis 1:27). Así que cuando elegimos en contra de ese conocimiento interno, endurecemos nuestros corazones, cauterizamos nuestras conciencias, y finalmente no podemos distinguir el bien del mal (Romanos 1:28). Como pecadores no regenerados, nada de lo que hacemos agrada a Dios. Romanos 8:7-8 dice: "La mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne no pueden agradar a Dios" (NBLA).

La única manera en que podemos agradar a Dios es sometiéndonos a Su autoridad en nuestras vidas. Comenzamos recibiendo a Su Hijo, Jesucristo, como nuestro Salvador y Señor (Romanos 10:9-10). Solo aquellos que se acercan a Dios a través de Su Hijo pueden ser perdonados y reconciliados con Él (Juan 14:6). Recibimos la salvación como un don (Efesios 2:8-9). No la podemos ganar por muy buenos que seamos. Pero agrada a Dios cuando recibimos los regalos que nos ofrece: el perdón (Hechos 2:38), la vida eterna (Juan 3:16-18) y una relación con Él como nuestro Padre (Romanos 8:15).

Una vez que hemos nacido de nuevo como hijos de Dios (Juan 3:3), le somos agradables. Estamos "en Cristo" y, por lo tanto, somos vistos por Dios como perfectos, como Cristo es perfecto. La justicia del Señor fue puesta en nuestra cuenta, mientras que nuestro pecado fue transferido a Él (2 Corintios 5:21). No tenemos que trabajar para llegar a ser agradables a Dios. Somos "aceptos en el Amado" (Efesios 1:6), limpios y perdonados por medio de la fe en Jesús. Debido a ese gran regalo y al amor derramado sobre nosotros por nuestro Padre celestial, descubrimos muchas más formas de agradarle.

El concepto de agradar a Dios se puede comparar con un matrimonio. Una mujer acepta la propuesta de un hombre y se convierte en su esposa porque ella lo ama y él la ama. Están tan casados y enamorados como pueden estarlo dos personas, pero buscan la manera de seguir complaciéndose mutuamente. Él le lleva flores, no para que sigan casados, sino porque le gusta complacerla. Ella le da un masaje en la espalda y usa el perfume que a él le gusta, no para que él la ame, sino porque ella lo ama. Del mismo modo, una vez que hemos entrado en una relación espiritual con Dios, queremos hacer cosas que lo honren y lo deleiten.

Miqueas 6:8 nos dice lo que agrada a Dios, enumerando tres acciones básicas: hacer justicia, amar la misericordia y caminar humildemente con nuestro Dios. Cuando vivimos con integridad tanto en nuestra vida pública como privada, cuando mostramos misericordia a los que nos hacen daño, y cuando nos aferramos firmemente a la Palabra de Dios y anhelamos Su presencia, tomaremos decisiones que agradan a Dios. Nunca llegaremos a ser perfectos mientras vivamos en este mundo roto, pero podemos aspirar a la perfección si nos modelamos según Jesús (Romanos 8:29). Dios estaba "complacido" con Su Hijo (Mateo 3:17), y cuanto más nos parezcamos a Jesús, más complaceremos a Dios.

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