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Pregunta

¿Por qué el mandamiento "No codiciarás" forma parte de los Diez Mandamientos?

Respuesta


La clave para entender este mandamiento está en la definición de la palabra "codiciar". En los pasajes que prohíben la codicia (Éxodo 20:17; Deuteronomio 5:21) se usan dos términos hebreos diferentes, ambos con el sentido de "desear intensamente" o "anhelar con avidez". Como el mandamiento se presenta en forma negativa ("no codiciarás"), el deseo al que se refiere es el que se dirige hacia algo que no pertenece a la persona y que no le corresponde desear. En este mandamiento, se ordena a los israelitas no codiciar las posesiones de su prójimo—su casa, su tierra, su buey o su asno—ni a las personas relacionadas con su vida: su esposa o sus siervos, hombres o mujeres. No debían desear ni poner su corazón en nada que fuera propiedad ajena.

Mientras que varios mandamientos prohíben acciones específicas—como matar o robar—, este mandamiento apunta directamente al interior de la persona: al corazón y a la mente. Santiago 1:15 enseña que el pecado nace en lo más íntimo, y en este caso la codicia actúa como precursor de muchos pecados, como el hurto, el robo y la malversación. En su raíz, la codicia brota de la envidia; un pecado que, una vez arraigado, conduce a males mayores. Jesús reafirma esta realidad en el Sermón del Monte al enseñar que la lujuria en el corazón es tan pecaminosa como el adulterio literal (Mateo 5:28). La envidia va mucho más allá de mirar con deseo el auto nuevo del vecino. La envidia por las posesiones ajenas puede transformarse en resentimiento y odio hacia el prójimo. Y ese resentimiento puede dirigirse incluso contra Dios, cuestionándolo: "¿Por qué no puedo tener lo que él tiene? ¿No me amas lo suficiente como para darme lo que quiero?".

Las razones de Dios para prohibir la codicia son sabias. En esencia, la envidia es amor propio desordenado. Personas envidiosas y egoístas son personas infelices y descontentas. Una sociedad compuesta por individuos así es frágil, pues quienes viven dominados por la envidia son más propensos a cometer delitos entre sí, debilitando aún más la estructura social. Además, el Nuevo Testamento identifica la codicia como una forma de idolatría, un pecado que Dios detesta (Colosenses 3:5). En última instancia, la envidia y la codicia son herramientas de Satanás para distraernos de lo único que puede darnos verdadera satisfacción: Dios mismo. La Palabra de Dios afirma que "la piedad, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento" y que debemos contentarnos con las necesidades básicas (1 Timoteo 6:6-8). La verdadera felicidad no proviene de las cosas, sino de una relación personal con Dios por medio de Jesucristo. Solo así recibimos lo que es digno, verdadero, firme, satisfactorio y eterno: las inescrutables riquezas de la gracia de Dios.

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