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Pregunta

¿Cómo puedo entregar mi vida a Dios?

Respuesta


Todos vivimos en función de algo. Comenzamos la vida totalmente comprometidos para complacernos a nosotros mismos. A medida que crecemos, generalmente eso no cambia mucho. Nuestro enfoque puede volverse más disperso entre las áreas que son importantes para nosotros, tales como las relaciones, las profesiones o las metas. Sin embargo, el resultado final es casi siempre el deseo de complacernos a nosotros mismos. La búsqueda de la felicidad es un viaje universal.

Ahora bien, no fuimos creados para vivir para nosotros mismos. Fuimos diseñados por Dios, a Su imagen y semejanza, para complacerle (Génesis 1:27; Colosenses 1:16). El filósofo francés Blaise Pascal escribió: "En el corazón de cada persona hay un vacío en forma de Dios, que jamás se podrá llenar con nada creado. Sólo lo puede llenar Dios, manifestado a través de Jesucristo".

A lo largo de la historia, la humanidad ha intentado llenar ese vacío con todo menos con Dios: la religión, la filosofía, las relaciones humanas o las ganancias materiales. Nada satisface, como lo demuestra la desesperación universal, la codicia y la desesperanza general que caracteriza la historia de la humanidad. Jesús dijo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mateo 11:28). En Isaías 45:5, Dios dice: "Yo soy el Señor, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí". La Biblia es la historia de la implacable búsqueda que Dios hace por la humanidad.

Cuando llegamos al punto de reconocer que la vida no tiene que ver con nosotros mismos, estamos listos para dejar de huir de Dios y permitirle que tome el control. La única manera en que cualquiera de nosotros puede tener una relación con un Dios santo es admitir que somos pecadores, alejarnos de ese pecado y aceptar el sacrificio que Jesús hizo para pagar por el pecado. Nos conectamos con Dios a través de la oración. Oramos con fe, creyendo que Dios nos escucha y nos responderá. Hebreos 11:6 dice: "Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan". Confesamos nuestro pecado, agradecemos a Jesús por abrirnos un camino para ser perdonados, y le invitamos a tomar el control de nuestras vidas.

Venir a Dios a través de la fe en Jesucristo significa que transferimos la propiedad de nuestras vidas a Dios. Lo hacemos el jefe, el Señor, de nuestras vidas. Cambiamos nuestros viejos corazones que se adoran a sí mismos por la perfección de Jesús (2 Corintios 5:21). Romanos 12:1 da una descripción visual de lo que ocurre: "Presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo". Imagina un altar dedicado al único Dios verdadero. Luego imagina que te arrastras hacia él, te acuestas y dices: "Aquí estoy, Dios. Soy un pecador, pero aún así me amas. Gracias por morir por mí y resucitar de entre los muertos para que mi pecado pudiera ser perdonado. Límpiame, perdóname y hazme tu hijo. Tómame. Todo de mí. Quiero vivir para ti a partir de ahora".

Cuando nos ofrecemos a Dios, Él envía Su Espíritu Santo a vivir dentro de nuestros espíritus (1 Juan 4:13; Hechos 5:32; Romanos 8:16). La vida ya no es para hacer lo que queramos. Pertenecemos a Jesús, y nuestros cuerpos son el templo sagrado del Espíritu (1 Corintios 6:19-20).

Desde el momento en que entregamos nuestras vidas a Dios, el Espíritu Santo nos da el poder y el deseo de vivir para Dios. Él cambia nuestro "querer". A medida que nos sometemos diariamente a Él, oramos, leemos la Biblia, adoramos y nos relacionamos con otros cristianos, crecemos en nuestra fe y aprendemos cómo agradar a Dios (2 Pedro 3:18).

Jesús dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lucas 9:23). Por lo general, el camino que Dios quiere para nosotros lleva una dirección diferente a la que nosotros o nuestros amigos elegirían. Es la elección entre el camino ancho y el estrecho (Mateo 7:13). Jesús conoce el propósito para el que nos creó. Descubrir ese propósito y vivirlo es el secreto de la verdadera felicidad. Seguir a Jesús es la única manera de encontrarla.

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