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Pregunta

¿Qué dice la Biblia sobre cómo hacer frente a una enfermedad terminal?

Respuesta


Sin duda, puede ser difícil aceptar algunos de los tristes giros que nos depara la vida. Y hay pocas cosas que puedan remover el alma humana más que las noticias de un diagnóstico de enfermedad terminal. Ante todo, debes saber que Jesús te cuida. Nuestro Salvador lloró cuando murió Su querido amigo Lázaro (Juan 11:35), y Su corazón se conmovió ante el dolor de la familia de Jairo (Lucas 8:41-42).

Jesús no sólo cuida, sino que está disponible para ayudar a Sus hijos. Nuestro Dios es "Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones" (Salmo 46:1). El Espíritu Santo, el Consolador de nuestros corazones, mora con nosotros y nunca nos dejará (Juan 14:16).

Jesús nos dijo que en este mundo tendríamos aflicciones (Juan 16:33), y no hay nadie que se pueda librar de ellas (Romanos 5:12). Sin embargo, afrontar cualquier tipo de sufrimiento resulta más fácil cuando comprendemos el diseño de Dios para redimir nuestro mundo caído. Puede que no se nos garantice la salud física en esta vida, pero a los que confían en Dios se les promete seguridad espiritual para toda la eternidad (Juan 10:27-28). Nada puede tocar el alma.

Es bueno recordar que no todo lo malo que nos sucede es resultado directo de nuestro pecado. Tener una enfermedad terminal no es prueba del juicio de Dios sobre una persona. Recuerda la vez que Jesús y Sus discípulos se encontraron con un hombre que era ciego de nacimiento. Le preguntaron a Jesús: "Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él" (Juan 9:2-3, énfasis añadido). Del mismo modo, los tres amigos de Job estaban seguros de que su calamidad era resultado del pecado en su vida. Al igual que los discípulos de Cristo, estaban muy equivocados.

Puede que nunca entendamos las razones de nuestras pruebas personales a este lado de la eternidad, pero una cosa está clara: para los que aman a Dios, las pruebas obran a su favor, no en su contra (Romanos 8:28). Además, Dios nos dará la fortaleza para soportar cualquier prueba (Filipenses 4:13).

Nuestra vida terrenal es una "niebla" en el mejor de los casos, y por eso Dios ha puesto la eternidad en nuestros corazones (Eclesiastés 3:11). El plan de Dios para sus hijos incluye su muerte, la cual es "preciosa a los ojos del Señor" (Salmo 116:15).

En última instancia, la voluntad de Dios para nosotros es glorificarle y crecer espiritualmente. Quiere que confiemos y dependamos de Él. La forma en que reaccionamos ante nuestras pruebas, incluida la prueba de la enfermedad terminal, revela exactamente cómo es nuestra fe. Las Escrituras nos enseñan a ofrecer nuestros cuerpos como sacrificios vivos (Romanos 12:1). En realidad, "morir al yo" es un requisito para quienes buscan seguir a Jesucristo (Lucas 14:27). Esto significa que sometemos completamente nuestros deseos a los de nuestro Señor. Como Cristo en Getsemaní, "mi" voluntad tiene que convertirse en "tu" voluntad.

El escritor de los Hebreos nos exhorta a considerar el sufrimiento que padeció nuestro Salvador para que nosotros mismos no nos cansemos ni perdamos el ánimo en nuestras propias pruebas. Fue "por el gozo puesto delante de Él" que Cristo pudo soportar el sufrimiento de la cruz. Este "gozo", para Cristo, consistía en obedecer la voluntad de Su Padre (Salmo 40:8), reconciliar a Su Padre con Su creación y ser exaltado a la derecha del trono de Dios. Del mismo modo, nuestras propias pruebas pueden hacerse más llevaderas cuando consideramos el "gozo" que tenemos por delante. Nuestro gozo lo podemos experimentar al comprender que es a través de las pruebas que Dios nos transforma en la semejanza de Su Hijo (Job 23:10; Romanos 8:29). Lo que vemos como dolor e inseguridad, nuestro Padre soberano - que ordena o permite cada evento durante nuestro tiempo en la tierra - lo ve como una transformación. Nuestro sufrimiento nunca carece de sentido. Dios utiliza el sufrimiento para cambiarnos, para ministrar a los demás y, en última instancia, para dar gloria a Su nombre.

Pablo nos recuerda que nuestros problemas terrenales, que duran poco tiempo, palidecen en comparación con nuestra gloria eterna (2 Corintios 4:17-18). Comentando estos versículos, un teólogo afirmó: "Dios nunca será deudor de nadie. Cualquier sacrificio que hagamos o dificultad que soportemos por Su causa y por Su Espíritu, Él lo recompensará ampliamente en proporción a lo que hayamos sufrido".

Si te han diagnosticado una enfermedad terminal, te ofrecemos humildemente este consejo: asegúrate de ser un verdadero hijo de Dios, de haber confiado en Jesús como tu Salvador (Romanos 10:9-10). Luego, como se le dijo a Ezequías, "pon tu casa en orden" (Isaías 38:1); es decir, asegúrate de que los documentos importantes, como tu testamento, estén listos y que se hayan hecho otros arreglos necesarios. Si tienes relaciones rotas, haz lo que puedas para repararlas. Utiliza el tiempo que Dios te da para crecer espiritualmente y ministrar a los demás. Sigue confiando en el poder de Dios para tu fortaleza diaria y, a medida que el Señor te dé Su gracia, dale las gracias por tu "aguijón en la carne" (2 Corintios 12:7-10). Por último, consuélate con la promesa de Jesús de la vida y la paz eterna. "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo" (Juan 14:27).

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