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Pregunta

¿Qué es la enfermedad espiritual?

Respuesta


La Biblia no habla de enfermedad espiritual, excepto en términos metafóricos. La enfermedad espiritual puede considerarse como una falta de salud del espíritu, causada por el pecado. Así como la enfermedad física debilita el cuerpo físico, la enfermedad espiritual debilita el espíritu. Los incrédulos están "espiritualmente enfermos" porque están separados del Señor y necesitan una relación con Jesucristo. De hecho, están más que enfermos; están muertos "en delitos y pecados" (Efesios 2:1). Los creyentes también pueden estar espiritualmente enfermos en el sentido de que están viviendo en un pecado no confesado o no están buscando el crecimiento espiritual personal.

La Biblia promueve lo que enriquece espiritualmente en oposición a lo que nos causaría estar espiritualmente enfermos: "El temor del Señor conduce a la vida" (Proverbios 19:23 − NBLA). Y, “Como la justicia conduce a la vida, así el que sigue el mal lo hace para su muerte” (Proverbios 11:19). "El ejercicio corporal para poco es provechoso" dice Pablo, "pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera" (1 Timoteo 4:8). La piedad, la justicia, y el temor del Señor son el remedio para la enfermedad espiritual.

A los creyentes en Cristo se les enseña la importancia de la "sana doctrina" (Tito 2:1) y el peligro de la enseñanza falsa y dañina (1 Timoteo 1:3-7). Pablo destaca que el objetivo de la enseñanza piadosa es "el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida" (1 Timoteo 1:5).

Jesús habló de la enfermedad en un contexto espiritual en Mateo 9:9-13. Cuando Jesús cenó en casa de un recaudador de impuestos llamado Mateo, los fariseos cuestionaron por qué comía con tales pecadores. Jesús respondió, “no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9:12-13). En esta metáfora, Jesús se compara a sí mismo con un doctor que ha venido a ayudar a los que están enfermos. Mateo era un paciente que necesitaba sanidad. La enfermedad era el pecado, y Jesús era el Sanador; es decir, Jesús puede perdonar el pecado y restaurar al enfermo espiritualmente. Sin embargo, aquellos que se ven a sí mismos como "justos", aquellos que, como los fariseos, se niegan a reconocer su enfermedad espiritual, niegan su necesidad de un Médico espiritual y así permanecen en su pecado.

La enfermedad espiritual puede estar estrechamente relacionada con la enfermedad física y emocional. En el Salmo 32, David escribe sobre el impacto que tuvo su espíritu enfermo en otras áreas de su vida: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano” (versículos 3-4). También describe el camino hacia la integridad: “Te manifesté mi pecado, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Señor; y tú perdonaste la culpa de mi pecado” (versículo 5 − NBLA). Y David se regocija en la libertad que la salud espiritual le da: "¡Cuán bienaventurado es aquel cuya transgresión es perdonada, cuyo pecado es cubierto! ¡Cuán bienaventurado es el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño!... Alégrense en el Señor y regocíjense, justos; den voces de júbilo todos ustedes, los rectos de corazón” (versículos 1–2, 11 − NBLA).

Dios quiere que estemos sanos espiritualmente. Él quiere que vivamos en Su perdón, libres del castigo del pecado, del poder de Satanás, y de las acusaciones de una conciencia culpable. “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:23). Cualquier enfermedad espiritual o malestar del alma tiene en su raíz un pecado en el corazón que debe ser confesado al Señor, quien promete perdonar (1 Juan 1:9). La voluntad de Dios es que nosotros crezcamos en “la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (2 Pedro 3:18).

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