Pregunta
¿Qué significa vendar a los quebrantados de corazón (Isaías 61:1)?
Respuesta
En Isaías 61:1, el profeta anunció las buenas nuevas de la restauración de Dios para el pueblo de Israel: "El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque me ha ungido el Señor para traer buenas nuevas a los afligidos. Me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a los cautivos Y liberación a los prisioneros" (Isaías 61:1, NBLA).
Siete siglos más tarde, Jesucristo comenzó Su ministerio público en la sinagoga de Nazaret abriendo el rollo de Isaías y aplicando este pasaje a sí mismo (Lucas 4:18-21). "Hoy se ha cumplido esta Escritura que han oído", concluyó Jesús, identificándose como el Siervo-Rey ungido que anunciaría "las buenas nuevas" de la salvación y vendaría a los quebrantados de corazón.
Los "quebrantados de corazón" son personas debilitadas, abatidas o destruidas en su espíritu. El término describe a aquellos que se sienten espiritualmente arruinados, necesitados e indefensos. Anhelan la ayuda, el consuelo y la salvación del Señor. El verbo traducido como "vendar" en el idioma original significa "inspirar confianza, dar esperanza y valor, animar, vendar, curar cubriendo, envolviendo o atando".
Tanto en Isaías 61:1 como en Lucas 4:18, el mensaje de las buenas nuevas se centra en la restauración y la sanidad espiritual. Así como un médico "vendaría" o curaría un brazo herido, el Mesías vendaría un espíritu herido. Las personas quebrantadas de corazón, las que están espiritualmente arruinadas, se encuentran en la condición adecuada para ser encontradas y salvadas por Dios (Salmo 51:17). David dice en Salmos 34:18: "Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón, y salva a los abatidos de espíritu".
Jesucristo trajo las buenas nuevas de la salvación a los pobres, a los necesitados y a los espiritualmente estériles, es decir, a todos los que estaban corroídos por el pecado. Antes de la salvación, el pecado nos separaba de Dios (Efesios 2:1-3). Sin el sacrificio de Cristo en la cruz, todos estábamos destinados a la muerte (Romanos 6:23; 7:5). Sin embargo, Jesús vino para liberarnos del poder de la muerte y del temor a la muerte (Romanos 8:1-2; Hebreos 2:14-15). La corrupción del pecado que nos había dejado espiritualmente abatidos fue vencida por la obra de Cristo en el Calvario (Romanos 4:25).
El sacrificio redentor de Cristo nos abre el camino para experimentar Su gloriosa vida de resurrección (Romanos 6:8). Aceptar Su salvación es nuestra mayor necesidad espiritual, y por eso es una tan buena noticia: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según Su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos" (1 Pedro 1:3, NBLA). Todos teníamos el corazón roto, estábamos desamparados y separados de Dios antes de recibir el regalo de la salvación de Cristo. Pero ahora tenemos paz con Dios (Romanos 5:1-2). Ahora tenemos plenitud de gozo (Salmo 16:11; Isaías 35:10; Hechos 13:52; Juan 15:11).
¿Cómo sana Jesús a los quebrantados de corazón? La Biblia explica: "Él mismo cargó nuestros pecados sobre su cuerpo en la cruz, para que nosotros podamos estar muertos al pecado y vivir para lo que es recto. Por sus heridas, ustedes son sanados" (1 Pedro 2:24, NTV).
Cristo entiende lo que significa tener el corazón quebrantado: "Fue despreciado y desechado de los hombres, varón de dolores y experimentado en aflicción; y como uno de quien los hombres esconden el rostro, fue despreciado, y no lo estimamos. Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores. Con todo, nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Pero Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por Sus heridas hemos sido sanados" (Isaías 53:3-5).
Algunos de nosotros tenemos el corazón quebrantado porque hemos vuelto a caer en el pecado. Quizás retrocedimos en nuestro caminar cristiano, comprometimos nuestros principios o permitimos que nuestro corazón se enfriara y se volviera indiferente. La solución es volver al Señor y pedirle perdón (Oseas 14:1-2). "Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9).
En el Salmo 51, David buscó el perdón del Señor después de haber pecado con Betsabé. Se sentía quebrantado, aplastado, impuro y necesitado de renovación interior. Anhelaba que Dios lo purificara por completo: "Purifícame de mis pecados, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve. Devuélveme la alegría; deja que me goce ahora que me has quebrantado. No sigas mirando mis pecados; quita la mancha de mi culpa. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu fiel dentro de mí. No me expulses de tu presencia y no me quites tu Espíritu Santo. Restaura en mí la alegría de tu salvación y haz que esté dispuesto a obedecerte" (Salmo 51:7-12, NTV).
David comprendió que ningún sacrificio terrenal podía expiar su pecado: "Tú no deseas sacrificios; de lo contrario, te ofrecería uno. Tampoco quieres una ofrenda quemada. El sacrificio que sí deseas es un espíritu quebrantado; tú no rechazarás un corazón arrepentido y quebrantado, oh Dios" (Salmo 51:16-17, NTV).
Solo el amor inquebrantable y la compasión de Dios podían salvar a David. Lo único que tenía para ofrecer a Dios era un corazón humilde y contrito, pero eso fue suficiente. Dios no nos rechazará cuando acudamos a Él con un corazón contrito y arrepentido.
Jesucristo conoce nuestras dificultades, tentaciones y penas (Hebreos 4:15). Él las experimentó a lo largo de Su vida y Su muerte en la cruz. Ayer, hoy y siempre, nuestro Salvador de corazón contrito es el sanador de los pecadores espiritualmente arruinados. Él satisface las necesidades más profundas de las personas quebrantadas: cubre sus pecados (Juan 3:16; 1 Juan 1:9, Colosenses 1:14); les da esperanza, valor y vida eterna en abundancia (Juan 10:10; 17:3; Romanos 8:23-24; 15:13; 1 Juan 2:25). Él "sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas" (Salmo 147:3).
Siete siglos más tarde, Jesucristo comenzó Su ministerio público en la sinagoga de Nazaret abriendo el rollo de Isaías y aplicando este pasaje a sí mismo (Lucas 4:18-21). "Hoy se ha cumplido esta Escritura que han oído", concluyó Jesús, identificándose como el Siervo-Rey ungido que anunciaría "las buenas nuevas" de la salvación y vendaría a los quebrantados de corazón.
Los "quebrantados de corazón" son personas debilitadas, abatidas o destruidas en su espíritu. El término describe a aquellos que se sienten espiritualmente arruinados, necesitados e indefensos. Anhelan la ayuda, el consuelo y la salvación del Señor. El verbo traducido como "vendar" en el idioma original significa "inspirar confianza, dar esperanza y valor, animar, vendar, curar cubriendo, envolviendo o atando".
Tanto en Isaías 61:1 como en Lucas 4:18, el mensaje de las buenas nuevas se centra en la restauración y la sanidad espiritual. Así como un médico "vendaría" o curaría un brazo herido, el Mesías vendaría un espíritu herido. Las personas quebrantadas de corazón, las que están espiritualmente arruinadas, se encuentran en la condición adecuada para ser encontradas y salvadas por Dios (Salmo 51:17). David dice en Salmos 34:18: "Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón, y salva a los abatidos de espíritu".
Jesucristo trajo las buenas nuevas de la salvación a los pobres, a los necesitados y a los espiritualmente estériles, es decir, a todos los que estaban corroídos por el pecado. Antes de la salvación, el pecado nos separaba de Dios (Efesios 2:1-3). Sin el sacrificio de Cristo en la cruz, todos estábamos destinados a la muerte (Romanos 6:23; 7:5). Sin embargo, Jesús vino para liberarnos del poder de la muerte y del temor a la muerte (Romanos 8:1-2; Hebreos 2:14-15). La corrupción del pecado que nos había dejado espiritualmente abatidos fue vencida por la obra de Cristo en el Calvario (Romanos 4:25).
El sacrificio redentor de Cristo nos abre el camino para experimentar Su gloriosa vida de resurrección (Romanos 6:8). Aceptar Su salvación es nuestra mayor necesidad espiritual, y por eso es una tan buena noticia: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según Su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos" (1 Pedro 1:3, NBLA). Todos teníamos el corazón roto, estábamos desamparados y separados de Dios antes de recibir el regalo de la salvación de Cristo. Pero ahora tenemos paz con Dios (Romanos 5:1-2). Ahora tenemos plenitud de gozo (Salmo 16:11; Isaías 35:10; Hechos 13:52; Juan 15:11).
¿Cómo sana Jesús a los quebrantados de corazón? La Biblia explica: "Él mismo cargó nuestros pecados sobre su cuerpo en la cruz, para que nosotros podamos estar muertos al pecado y vivir para lo que es recto. Por sus heridas, ustedes son sanados" (1 Pedro 2:24, NTV).
Cristo entiende lo que significa tener el corazón quebrantado: "Fue despreciado y desechado de los hombres, varón de dolores y experimentado en aflicción; y como uno de quien los hombres esconden el rostro, fue despreciado, y no lo estimamos. Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores. Con todo, nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Pero Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por Sus heridas hemos sido sanados" (Isaías 53:3-5).
Algunos de nosotros tenemos el corazón quebrantado porque hemos vuelto a caer en el pecado. Quizás retrocedimos en nuestro caminar cristiano, comprometimos nuestros principios o permitimos que nuestro corazón se enfriara y se volviera indiferente. La solución es volver al Señor y pedirle perdón (Oseas 14:1-2). "Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9).
En el Salmo 51, David buscó el perdón del Señor después de haber pecado con Betsabé. Se sentía quebrantado, aplastado, impuro y necesitado de renovación interior. Anhelaba que Dios lo purificara por completo: "Purifícame de mis pecados, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve. Devuélveme la alegría; deja que me goce ahora que me has quebrantado. No sigas mirando mis pecados; quita la mancha de mi culpa. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu fiel dentro de mí. No me expulses de tu presencia y no me quites tu Espíritu Santo. Restaura en mí la alegría de tu salvación y haz que esté dispuesto a obedecerte" (Salmo 51:7-12, NTV).
David comprendió que ningún sacrificio terrenal podía expiar su pecado: "Tú no deseas sacrificios; de lo contrario, te ofrecería uno. Tampoco quieres una ofrenda quemada. El sacrificio que sí deseas es un espíritu quebrantado; tú no rechazarás un corazón arrepentido y quebrantado, oh Dios" (Salmo 51:16-17, NTV).
Solo el amor inquebrantable y la compasión de Dios podían salvar a David. Lo único que tenía para ofrecer a Dios era un corazón humilde y contrito, pero eso fue suficiente. Dios no nos rechazará cuando acudamos a Él con un corazón contrito y arrepentido.
Jesucristo conoce nuestras dificultades, tentaciones y penas (Hebreos 4:15). Él las experimentó a lo largo de Su vida y Su muerte en la cruz. Ayer, hoy y siempre, nuestro Salvador de corazón contrito es el sanador de los pecadores espiritualmente arruinados. Él satisface las necesidades más profundas de las personas quebrantadas: cubre sus pecados (Juan 3:16; 1 Juan 1:9, Colosenses 1:14); les da esperanza, valor y vida eterna en abundancia (Juan 10:10; 17:3; Romanos 8:23-24; 15:13; 1 Juan 2:25). Él "sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas" (Salmo 147:3).