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Pregunta: "¿Cómo una iglesia puede lograr una verdadera unidad bíblica?"

Respuesta:
La Biblia destaca la importancia de la "unidad" y la "unicidad". La unidad con los demás es "buena" y "agradable" (Salmo 133:1). La unidad es absolutamente esencial porque la iglesia es el "cuerpo de Cristo" (1 Corintios 12:27), y un cuerpo no puede estar en desunión o desarmonía consigo mismo. En caso de desunión, esencialmente deja de ser un cuerpo y se convierte en un grupo desarticulado de individuos. El plan de Jesús para Su iglesia es que las personas se unan en la fe.

El secreto de la unidad empieza con la forma en que nos vemos a nosotros mismos dentro del cuerpo y cómo vemos a los demás. El versículo clave que aborda esto es Filipenses 2:3: "Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo". La desunión en una iglesia ocurre con mayor frecuencia cuando actuamos de forma egoísta y nos consideramos mejores que los demás. Pablo continúa explicando con más detalle en el siguiente versículo: "no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros". Lamentablemente, las iglesias que experimentan desunión y están en conflicto y confusión, por lo general están llenas de personas que miran a sus propias necesidades, sus propios deseos y sus propias ambiciones. Tal comportamiento es característico de los incrédulos, no de los que tienen la mente de Cristo. La mundanalidad, y no la piedad, es el sello de la iglesia que no está unida, como Pablo recordó a los Corintios: "porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?" (1 Corintios 3:3).

Sin embargo, Pablo nos dice que debemos considerar las necesidades de los demás antes que las nuestras. Con toda modestia, humildad y sencillez de corazón, debemos "con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor" (Efesios 4:2). Una iglesia que está llena de gente así no puede evitar tener paz, unidad y armonía. La persona verdaderamente humilde ve sus propias fallas a la luz de las perfecciones de Cristo; no busca ver las fallas de los demás, y cuando lo hace, dice la verdad en amor y desea su santificación para que sean edificados a la imagen de Cristo. Ve su propio corazón y la corrupción que ahí se esconde, así como los motivos impuros y las perversas ambiciones. No obstante, no busca fijarse en los errores, defectos y necedades de los demás. Ve la depravación de su propio corazón y confía en la bondad de los demás y cree que sus corazones son más puros que el suyo.

Sobre todo, como cristianos, debemos vernos a la luz de la cruz. Los hermanos cristianos son aquellos por los que Cristo sufrió una horrible y dolorosa muerte para poder cambiar Su justa perfección por su pecado (2 Corintios 5:21). ¿Cómo no podemos extenderles el amor, la compasión y la gracia de nuestro Padre celestial? ¿Cómo podemos degradar, criticar y difamar a aquellos cubiertos con la preciosa sangre de Cristo? ¿No éramos esclavos del pecado cuando nos llamó, perdidos sin esperanza, muertos en nuestras propias transgresiones y pecados (Efesios 2:1)? Pues bien, ahora somos esclavos de Cristo, esclavos de la justicia, y como esclavos del Maestro, la tarea que tenemos por delante no es pelear y exigir que se satisfagan nuestras necesidades, sino reflejar Su gracia y Su amor a los que también son suyos por Su misericordia. Una iglesia llena de tales personas que disfrutan de su "salvación común" será una verdadera iglesia bíblica unida en la fe y que contiende ardientemente "por la fe que ha sido una vez dada a los santos" (Judas 1:3).

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