Pregunta
¿Por qué concluye el Predicador: "Todo es vanidad" (Eclesiastés 12:8)?
Respuesta
En Eclesiastés 1:2 y de nuevo en 12:8, encontramos esta curiosa observación: "Vanidad de vanidades, dice el Predicador; todo es vanidad". Hoy en día, cuando oímos la palabra vanidad, pensamos en orgullo, presunción y una opinión y atención exageradas hacia uno mismo. Pero aquí, en el libro de Eclesiastés, la palabra vanidad se entiende correctamente como "sin sentido", según la traducción de la Nueva Traducción Viviente: "Nada tiene sentido—dice el Maestro—, ¡ningún sentido en absoluto!".
Vanidad es una palabra clave en el libro de Eclesiastés, que aparece 34 veces. La palabra hebrea original significa "brisa", "aliento" o "vapor" y habla de la fugacidad de las cosas. Se traduce como "sin sentido", "futilidad" e "inútil" en varias versiones de la Biblia. ¿Cómo es que la decidida búsqueda de este predicador bíblico por dar sentido a la vida le llevó a la conclusión de que la existencia humana no tiene sentido ni propósito?
El autor del libro del Eclesiastés, que se refiere a sí mismo como el "Predicador" (NBLA) o "Maestro" (NTV, NVI), es el hijo del rey David, Salomón. Para entender la afirmación de Salomón de que "todo es vanidad", debemos estudiar la frase dentro de su contexto escrito.
El Eclesiastés es único con respecto a cualquier otro libro de la Biblia. Escrito por Salomón en los últimos años de su vida, su tema central es la inutilidad de la actividad humana y de los objetivos humanos separados de Dios. Durante esta época de su vida, Salomón intentó comprender la vida utilizando la razón y el intelecto humanos. Su exploración partió de una perspectiva de sabiduría mundana basada en la información disponible del reino físico.
Salomón pudo haber estado fuera de la comunión con Dios cuando escribió Eclesiastés o pensando en esa época. Como muchos filósofos mundanos, separado de Dios y de Su revelación divina, Salomón llegó a la conclusión de que nada en la vida tiene importancia. La experiencia humana no tiene propósito. La búsqueda de Salomón demostró ser inútil basándose en un detalle fundamental: su búsqueda se limitaba a la duración finita de la vida que los seres humanos experimentan aquí en la tierra. Aparte de Dios, de Su revelación de Sí mismo y de Sus propósitos, nuestras vidas están realmente vacías y carentes de sentido. Todo lo que carece de valor eterno no tiene ningún valor real.
El Eclesiastés habla de esos momentos en los que la vida parece vacía o no tiene sentido. Nuestras pruebas humanas suelen ser desconcertantes y confusas. Los malvados triunfan mientras que los justos sufren, y horribles injusticias nos rodean (Eclesiastés 3:16; 4:1-5). En última instancia, la vida y todos nuestros esfuerzos humanos carecen de sentido en sí mismos. Como Salomón, si buscamos un sentido y un propósito fuera de Dios, nuestra búsqueda acabará en frustración.
Solo a través de una relación con Dios en Jesucristo descubrimos nuestro verdadero propósito y destino. Dios existe fuera de estos años momentáneos de vida mortal en la tierra, y en Él nuestro futuro se extiende mucho más allá de este mundo finito: "Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Juan 3:16, NTV).
Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios para ser Sus representantes en la tierra (Génesis 1:26). En Él descubrimos quiénes somos y para qué estamos hechos: "Pues somos la obra maestra de Dios. Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús, a fin de que hagamos las cosas buenas que preparó para nosotros tiempo atrás" (Efesios 2:10, NTV). A los ojos de Dios, cada vida humana tiene un valor y un significado tremendos. Somos Sus posesiones más preciadas y el centro de Su atención (Deuteronomio 32:10; Zacarías 2:8; Salmo 17:8). Cuando Dios está presente en nuestras vidas, Él se convierte en nuestra fuente y nuestro tesoro: el significado y el propósito de nuestras vidas. Cuando "pensamos en las cosas del cielo, no en las de la tierra", descubrimos la "vida real" que "está escondida con Cristo en Dios" (Colosenses 3:2-3, NTV).
Al igual que muchos seres humanos, Salomón buscó el sentido de la vida al margen de la voluntad de Dios y de Su presencia. Su búsqueda terminó en vanidad o vacío. Pero en Jesucristo, que es "el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6), la búsqueda del creyente culmina en todo: "Busquen el reino de Dios por encima de todo lo demás y lleven una vida justa, y él les dará todo lo que necesiten" (Mateo 6:33, NTV). En el Señor, nuestro trabajo tiene sentido: "Por lo tanto, mis amados hermanos, permanezcan fuertes y constantes. Trabajen siempre para el Señor con entusiasmo, porque ustedes saben que nada de lo que hacen para el Señor es inútil" (1 Corintios 15:58, NTV).
Salomón cierra el Eclesiastés en el mismo punto en el que empezó. "Todo es vanidad" resume su viaje, subrayando el vacío y la futilidad de la vida sin Dios. Cuando nos centramos solo en esta vida terrenal - "todo lo que sucede bajo el sol"- parece inútil, "como correr tras el viento" (Eclesiastés 1:14). Pero cuando conocemos a Dios a través de una relación con Jesucristo, recibimos vida abundante en Su reino y un tesoro celestial que vale mucho más que toda la plata y el oro del mundo (Hechos 3:6; Mateo 6:19-21; 1 Juan 5:11-13).
Vanidad es una palabra clave en el libro de Eclesiastés, que aparece 34 veces. La palabra hebrea original significa "brisa", "aliento" o "vapor" y habla de la fugacidad de las cosas. Se traduce como "sin sentido", "futilidad" e "inútil" en varias versiones de la Biblia. ¿Cómo es que la decidida búsqueda de este predicador bíblico por dar sentido a la vida le llevó a la conclusión de que la existencia humana no tiene sentido ni propósito?
El autor del libro del Eclesiastés, que se refiere a sí mismo como el "Predicador" (NBLA) o "Maestro" (NTV, NVI), es el hijo del rey David, Salomón. Para entender la afirmación de Salomón de que "todo es vanidad", debemos estudiar la frase dentro de su contexto escrito.
El Eclesiastés es único con respecto a cualquier otro libro de la Biblia. Escrito por Salomón en los últimos años de su vida, su tema central es la inutilidad de la actividad humana y de los objetivos humanos separados de Dios. Durante esta época de su vida, Salomón intentó comprender la vida utilizando la razón y el intelecto humanos. Su exploración partió de una perspectiva de sabiduría mundana basada en la información disponible del reino físico.
Salomón pudo haber estado fuera de la comunión con Dios cuando escribió Eclesiastés o pensando en esa época. Como muchos filósofos mundanos, separado de Dios y de Su revelación divina, Salomón llegó a la conclusión de que nada en la vida tiene importancia. La experiencia humana no tiene propósito. La búsqueda de Salomón demostró ser inútil basándose en un detalle fundamental: su búsqueda se limitaba a la duración finita de la vida que los seres humanos experimentan aquí en la tierra. Aparte de Dios, de Su revelación de Sí mismo y de Sus propósitos, nuestras vidas están realmente vacías y carentes de sentido. Todo lo que carece de valor eterno no tiene ningún valor real.
El Eclesiastés habla de esos momentos en los que la vida parece vacía o no tiene sentido. Nuestras pruebas humanas suelen ser desconcertantes y confusas. Los malvados triunfan mientras que los justos sufren, y horribles injusticias nos rodean (Eclesiastés 3:16; 4:1-5). En última instancia, la vida y todos nuestros esfuerzos humanos carecen de sentido en sí mismos. Como Salomón, si buscamos un sentido y un propósito fuera de Dios, nuestra búsqueda acabará en frustración.
Solo a través de una relación con Dios en Jesucristo descubrimos nuestro verdadero propósito y destino. Dios existe fuera de estos años momentáneos de vida mortal en la tierra, y en Él nuestro futuro se extiende mucho más allá de este mundo finito: "Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Juan 3:16, NTV).
Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios para ser Sus representantes en la tierra (Génesis 1:26). En Él descubrimos quiénes somos y para qué estamos hechos: "Pues somos la obra maestra de Dios. Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús, a fin de que hagamos las cosas buenas que preparó para nosotros tiempo atrás" (Efesios 2:10, NTV). A los ojos de Dios, cada vida humana tiene un valor y un significado tremendos. Somos Sus posesiones más preciadas y el centro de Su atención (Deuteronomio 32:10; Zacarías 2:8; Salmo 17:8). Cuando Dios está presente en nuestras vidas, Él se convierte en nuestra fuente y nuestro tesoro: el significado y el propósito de nuestras vidas. Cuando "pensamos en las cosas del cielo, no en las de la tierra", descubrimos la "vida real" que "está escondida con Cristo en Dios" (Colosenses 3:2-3, NTV).
Al igual que muchos seres humanos, Salomón buscó el sentido de la vida al margen de la voluntad de Dios y de Su presencia. Su búsqueda terminó en vanidad o vacío. Pero en Jesucristo, que es "el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6), la búsqueda del creyente culmina en todo: "Busquen el reino de Dios por encima de todo lo demás y lleven una vida justa, y él les dará todo lo que necesiten" (Mateo 6:33, NTV). En el Señor, nuestro trabajo tiene sentido: "Por lo tanto, mis amados hermanos, permanezcan fuertes y constantes. Trabajen siempre para el Señor con entusiasmo, porque ustedes saben que nada de lo que hacen para el Señor es inútil" (1 Corintios 15:58, NTV).
Salomón cierra el Eclesiastés en el mismo punto en el que empezó. "Todo es vanidad" resume su viaje, subrayando el vacío y la futilidad de la vida sin Dios. Cuando nos centramos solo en esta vida terrenal - "todo lo que sucede bajo el sol"- parece inútil, "como correr tras el viento" (Eclesiastés 1:14). Pero cuando conocemos a Dios a través de una relación con Jesucristo, recibimos vida abundante en Su reino y un tesoro celestial que vale mucho más que toda la plata y el oro del mundo (Hechos 3:6; Mateo 6:19-21; 1 Juan 5:11-13).