Pregunta

¿Cuáles son las primicias del Espíritu (Romanos 8:23)?

Respuesta
El mundo se encuentra actualmente bajo una maldición pronunciada por su Creador debido al pecado y la rebelión (Génesis 3:14, 17). Junto con todo lo demás en la creación, los hijos de Dios gimen bajo el pesado yugo de esa maldición (ver Romanos 8:19-23). Este mundo oscuro y quebrantado es todo lo que conocemos en este momento. Pero un día, la maldición del pecado será levantada (Apocalipsis 22:1-5). Los cielos y la tierra recién creados y todos los que son renovados en Cristo se deleitarán en la gloria de Dios (Apocalipsis 22:1-5). Hasta entonces, los creyentes experimentan un anticipo de esa gloria futura: "Pues sabemos que la creación entera gime y sufre hasta ahora dolores de parto. Y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, aun nosotros mismos gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo" (Romanos 8:22-23, NBLA).

Primicias es un término del Antiguo Testamento que indica la primera y mejor parte de la cosecha, que Dios designó para sí mismo y para Sus sacerdotes (Levítico 2:12; 23:10; Deuteronomio 18:4). Aquí, en Romanos 8:23, el apóstol Pablo utiliza la expresión "primicias del Espíritu" como metáfora de la obra transformadora de Dios en Su pueblo, una obra de santificación que culminará finalmente en la gloria de la resurrección. Ahora gemimos porque vivimos en un mundo caído, pero sabemos que lo mejor está por venir.

En la salvación, cuando recibimos el Espíritu Santo, probamos todo el banquete espiritual que será nuestro en el cielo cuando entremos en nuestra herencia completa como hijos de Dios. Pablo les dice a los corintios que Dios "también nos selló y nos dio el Espíritu en nuestro corazón como garantía" (2 Corintios 1:22; ver también 2 Corintios 5:5).

Pablo escribe a los efesios: "y habiendo creído, fueron sellados en Él con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios" (Efesios 1:13-14, NBLA, ver también Efesios 4:30). Las primicias del Espíritu son equivalentes a un depósito o un anticipo de Dios que nos da la certeza de que un día se nos dará nuestra herencia espiritual completa como hijos e hijas adoptivos de Dios.

Tener las primicias del Espíritu nos permite "despojarnos de todo peso" del pecado (Hebreos 12:1). También nos permite soportar las dificultades en nuestra situación actual porque "lo que ahora sufrimos no es nada comparado con la gloria que él nos revelará más adelante" (Romanos 8:18, NTV). Por todos "lados nos presionan las dificultades, pero no nos aplastan. Estamos perplejos pero no caemos en la desesperación. Somos perseguidos pero nunca abandonados por Dios. Somos derribados, pero no destruidos" (2 Corintios 4:8-9, NTV).

Las primicias del Espíritu nos dan poder para alegrarnos "al enfrentar pruebas y dificultades porque sabemos que nos ayudan a desarrollar resistencia" (Romanos 5:3, NTV; ver también Santiago 1:1-12; 5:7-12). Y no nos rendimos ni perdemos la esperanza porque, aunque "nuestro cuerpo está muriéndose, nuestro espíritu va renovándose cada día. Pues nuestras dificultades actuales son pequeñas y no durarán mucho tiempo. Sin embargo, ¡nos producen una gloria que durará para siempre y que es de mucho más peso que las dificultades!" (2 Corintios 4:16-17, NTV). Sabemos con toda certeza que "Aquel que resucitó al Señor Jesús a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará junto con ustedes" (2 Corintios 4:14).

Las primicias del Espíritu nos recuerdan cada día, mientras gemimos en esta vida, que este mundo no es nuestro hogar permanente: "Pues sabemos que, cuando se desarme esta carpa terrenal en la cual vivimos (es decir, cuando muramos y dejemos este cuerpo terrenal), tendremos una casa en el cielo, un cuerpo eterno hecho para nosotros por Dios mismo y no por manos humanas. Nos fatigamos en nuestro cuerpo actual y anhelamos ponernos nuestro cuerpo celestial como si fuera ropa nueva...Más bien, queremos ponernos nuestro cuerpo nuevo para que este cuerpo que muere sea consumido por la vida" (2 Corintios 5:1-4, NTV).

Un día estaremos ante Jesús cara a cara (1 Corintios 13:12). Le veremos y seremos como Él (2 Corintios 3:18; Romanos 8:29; 1 Corintios 15:49), y viviremos con Él y le serviremos para siempre en gloria (Romanos 6:8; 2 Timoteo 2:11; 4:18; 1 Juan 2:25; 5:11; Apocalipsis 1:6; 20:6).