Pregunta
¿Qué significa que somos verdaderamente libres (Juan 8:36)?
Respuesta
En Juan 8, Jesús exhorta a Sus oyentes diciéndoles que, si permanecen en Su palabra, serían verdaderamente Sus discípulos, conocerían la verdad, y esa verdad los haría libres (Juan 8:31–32). Sus oyentes se sorprendieron al escuchar esto, ya que, como descendientes de Abraham, pensaban que nunca habían sido esclavos de nadie (Juan 8:33). Jesús entonces les explicó que quien comete pecado es esclavo del pecado, y la esclavitud no es propia de los hijos (Juan 8:34–35). Pero si el Hijo—refiriéndose a sí mismo—los hace libres, entonces serán "verdaderamente libres" (Juan 8:36). Él es el Hijo que permanece para siempre, así que lo que Él determina permanece. Cuando Él declara que seremos "verdaderamente libres", es una promesa confiable por quien Él es. La condición para llegar a ser "verdaderamente libres" es permanecer (o habitar) en Su palabra. Más adelante, Jesús explica que guardar Su palabra resulta en vida eterna (Juan 8:52), y desafía a Sus oyentes a creer en Él (Juan 8:46).
El apóstol Pablo profundiza en el significado de "ser verdaderamente libres" (Juan 8:36). Después de afirmar que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús (Romanos 8:1), añade que en Cristo Jesús hemos sido liberados de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2). Gracias a esa nueva libertad, ya no estamos atados a una vida pecaminosa, y ahora podemos escoger vivir en justicia (Romanos 6:12–15). Pedro agrega una advertencia: no debemos usar esta libertad como excusa para hacer el mal, sino que debemos vivir como siervos de Dios—como esclavos voluntarios (1 Pedro 2:16).
Jesús vino ofreciendo algo muy especial, y si confiamos en Su palabra, entonces somos verdaderamente libres. Él es "la verdad" (Juan 14:6), y desea que permanezcamos en Él y caminemos con Él. Como dice en Juan 15:5: "Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer" (NBLA). Jesús quiere liberarnos de la maldición del pecado, la vergüenza y la muerte. Dio Su propia vida para que podamos ser "verdaderamente libres", y solo nos pide que creamos en Él.
La verdadera libertad que Jesús ofrece es libertad (1) del castigo del pecado—ya no hay condenación para los que están en Él (Romanos 8:1), y ya no somos hijos de ira (Efesios 2:1–3); (2) del poder del pecado—ya no estamos esclavizados por el pecado, sino que ahora podemos vivir en justicia; sin fe es imposible agradar a Dios, pero con fe podemos agradarle (Hebreos 11:6); y un día seremos libres (3) de la presencia del pecado—cuando se cumpla nuestra vida eterna, seremos como Él y sin pecado (Romanos 8:28–30).
El apóstol Pablo profundiza en el significado de "ser verdaderamente libres" (Juan 8:36). Después de afirmar que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús (Romanos 8:1), añade que en Cristo Jesús hemos sido liberados de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2). Gracias a esa nueva libertad, ya no estamos atados a una vida pecaminosa, y ahora podemos escoger vivir en justicia (Romanos 6:12–15). Pedro agrega una advertencia: no debemos usar esta libertad como excusa para hacer el mal, sino que debemos vivir como siervos de Dios—como esclavos voluntarios (1 Pedro 2:16).
Jesús vino ofreciendo algo muy especial, y si confiamos en Su palabra, entonces somos verdaderamente libres. Él es "la verdad" (Juan 14:6), y desea que permanezcamos en Él y caminemos con Él. Como dice en Juan 15:5: "Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer" (NBLA). Jesús quiere liberarnos de la maldición del pecado, la vergüenza y la muerte. Dio Su propia vida para que podamos ser "verdaderamente libres", y solo nos pide que creamos en Él.
La verdadera libertad que Jesús ofrece es libertad (1) del castigo del pecado—ya no hay condenación para los que están en Él (Romanos 8:1), y ya no somos hijos de ira (Efesios 2:1–3); (2) del poder del pecado—ya no estamos esclavizados por el pecado, sino que ahora podemos vivir en justicia; sin fe es imposible agradar a Dios, pero con fe podemos agradarle (Hebreos 11:6); y un día seremos libres (3) de la presencia del pecado—cuando se cumpla nuestra vida eterna, seremos como Él y sin pecado (Romanos 8:28–30).