Pregunta

¿Cuál es el justo decreto de Dios (Romanos 1:32)?

Respuesta
En Romanos 1:32 (NBLA), el apóstol Pablo escribe: "Ellos, aunque conocen el decreto de Dios que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no solo las hacen, sino que también dan su aprobación a los que las practican". En este versículo, el justo decreto de Dios se puede conocer, implica una sentencia de muerte y algunos lo ignoran.

En Romanos 1:18, Pablo escribe: "Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad". La ira de Dios contra la injusticia está perfectamente justificada porque Él mismo es la norma de santidad. Los que practican la impiedad son "anti-Dios". La Escritura dice que todos somos culpables de pecado: "por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios" (Romanos 3:23).

En derecho humano, un principio jurídico es ignorantia juris non excusat, o "la ignorancia de la ley no excusa". La idea es que no podemos defender acciones ilegales alegando que no sabíamos que lo eran. Del mismo modo, somos responsables ante el justo decreto de Dios. No podemos defender acciones pecaminosas alegando que no sabíamos que eran pecaminosas. Dios ha proporcionado a todos el conocimiento suficiente de quién es Él y de lo que exige (Romanos 1:19-20). Por eso, dice Pablo, la gente está "sin excusa" (versículo 20).

Cuando no honramos a Dios como Dios, nuestra mente y nuestro corazón se entenebrecen (Romanos 1:21). Incluso las personas más inteligentes son "necias" si no honran a Dios y le dan gracias (versículo 22). Como escribió Salomón: "El temor del Señor es el principio de la sabiduría; los necios desprecian la sabiduría y la instrucción" (Proverbios 1:7; cf. Proverbios 9:10 y Salmo 111:10). La verdadera sabiduría consiste, pues, en "[servir] al Señor tu Dios con alegría y con gozo de corazón" (Deuteronomio 28:47). Lamentablemente, muchas personas dedican su vida a cosas distintas a Dios (Romanos 1:23).

Como resultado del rechazo de la humanidad a la luz que se le ha dado, "Por lo cual Dios los entregó a la impureza en la lujuria de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos. Porque ellos cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, quien es bendito por los siglos. Amén" (Romanos 1:24-25, NBLA).

La expresión Dios los entregó se repite tres veces (Romanos 1:24, 26 y 28). En cada caso, Pablo articula la reacción de Dios ante la idolatría. En primer lugar, Dios entrega a los pecadores a la impureza (versículo 24). Aquí, la palabra impureza significa "contaminación moral". La razón por la que Dios permite que la gente se contamine es que cambiaron la verdad sobre Dios por una mentira y adoraron y sirvieron a la criatura en vez de al Creador (versículo 25). En resumen, Dios da a la gente exactamente lo que desea.

En segundo lugar, Dios entrega a la gente a "pasiones degradantes" (Romanos 1:26). Aquí, la palabra pasión se refiere a la pasión sexual, que se divide en dos categorías: honorable y deshonrosa. En Mateo 19:6, Jesús señala la institución divina del matrimonio como el contexto de las relaciones sexuales honorables.

Las relaciones sexuales deshonrosas, como la homosexualidad, cambian "la función natural por la que es contra la naturaleza" (Romanos 1:26). En 1 Corintios 6:9-11, Pablo advierte que las personas que se caracterizan por tales pecados no heredarán el reino de Dios.

En tercer lugar, Dios entrega a las personas a una "mente depravada, para que hicieran las cosas que no conviene" (Romanos 1:28). La consecuencia inevitable es que los seres humanos están "llenos de toda injusticia, maldad, avaricia y malicia, llenos de envidia, homicidios, pleitos, engaños, y malignidad. Son chismosos, detractores, aborrecedores de Dios, insolentes, soberbios, jactanciosos, inventores de lo malo, desobedientes a los padres, sin entendimiento, indignos de confianza, sin amor, despiadados" (versículos 29-31). Y aquí está lo peor: aunque sabemos que el justo decreto de Dios (o ley moral) exige que las personas que practican tales cosas merezcan la muerte, las hacemos de todos modos y damos nuestra aprobación a otros que también hacen lo mismo (versículo 32).

En otras palabras, Dios ha puesto un conocimiento innato de Su justo decreto en el corazón humano. Todo el mundo tiene la sensación de que ciertas cosas están mal y que Dios las juzgará. La gente conoce el mal, y sabe que el mal es ofensivo para Dios y merecedor de Su castigo. Sin embargo, siguen pecando como si no hubiera un juicio por venir (ver Salmo 10:13). A pesar del justo decreto de Dios, no solo cometen pecado ellos mismos, sino que aplauden a los demás por hacerlo.

La descripción de nuestra condición pecaminosa en Romanos 1 es desoladora, pero no estamos sin esperanza: "Pues Dios hizo que Cristo, quien nunca pecó, fuera la ofrenda por nuestro pecado, para que nosotros pudiéramos estar en una relación correcta con Dios por medio de Cristo" (2 Corintios 5:21, NTV). La perfecta obediencia de Cristo satisfizo las exigencias del justo decreto de Dios. La sentencia justa que se dictó contra nosotros se aplicó a Cristo en su lugar. Como los creyentes estamos unidos a Cristo por la gracia mediante la fe (Efesios 2:8-9), estamos a salvo de la ira de Dios y de las consecuencias eternas del pecado (1 Juan 2:1-2).