Pregunta
¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo: "Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre"?
Respuesta
En la Última Cena, Jesús tomó una copa y dijo: "Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre, que es derramada por ustedes" (Lucas 22:20, NBLA). Momentos antes, el Señor había partido el pan y se lo dio a Sus discípulos con estas palabras: "Esto es Mi cuerpo que por ustedes es dado; hagan esto en memoria de Mí" (versículo 19, NBLA). Con estas acciones simbólicas, Jesús instituyó la ordenanza de la Santa Cena, también conocida como la comunión.
El "nuevo pacto" del que habló Jesús contrasta con el Antiguo Pacto, el acuerdo condicional que Dios había hecho con los israelitas por medio de Moisés. El Antiguo Pacto estableció leyes y ceremonias que separaban a los judíos de las demás naciones, definían el pecado y mostraban la provisión de Dios para el perdón mediante sacrificios. El Nuevo Pacto fue predicho en Jeremías 31:31–33.
El Antiguo Pacto exigía sacrificios de sangre, pero no podía proveer un sacrificio final por el pecado. Se exigían sacrificios diarios y repetidos de animales como recordatorio del pecado del pueblo. Pero, como dice la Escritura: "Es imposible que la sangre de toros y de machos cabríos quite los pecados" (Hebreos 10:4, NBLA). Bajo el Antiguo Pacto, los mismos sacrificios insuficientes se repetían constantemente. Por cada pecado se replicaba el proceso, día tras día, mes tras mes, año tras año. El Antiguo Pacto nunca ofreció un sacrificio completo y definitivo por el pecado. "Pues si aquel primer pacto hubiera sido sin defecto, no se hubiera buscado lugar para el segundo" (Hebreos 8:7, NBLA).
Jesús vino a establecer un "mejor pacto" (Hebreos 7:22), un "nuevo pacto" que, según Sus propias palabras, estaba en Su sangre. Jesús derramó Su sangre en la cruz para quitar el pecado del mundo (Juan 1:29) y ratificar el nuevo pacto entre Dios y la humanidad. La noche en que fue entregado, Jesús tomó la copa y dijo a Sus discípulos: "Beban todos de ella; porque esto es Mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados" (Mateo 26:27–28, NBLA). Con la expresión "esta copa", Jesús se refería, mediante metonimia, al contenido de la copa, que era el "fruto de la vid" (Marcos 14:25, NBLA). Esto representaba Su sangre. Jesús dio la copa a Sus discípulos, le dio un nuevo significado y les dijo que al beberla lo hicieran en memoria de Su muerte: debía beberse "en memoria de Mí" (1 Corintios 11:25). Ahora, "todas las veces que coman este pan y beban esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que Él venga" (versículo 26, NBLA).
El Nuevo Pacto se basa en la fe en la sangre derramada de Cristo para quitar el pecado, no en sacrificios repetidos ni en ningún otro tipo de obra (ver Efesios 2:8–9). Como Jesús es el santo Cordero de Dios, Su sacrificio único es suficiente para expiar los pecados de todos los que creen en Él. Participamos de Jesús al acudir a Él con fe (Juan 1:12), confiando en que Su sangre derramada (y Su cuerpo quebrantado) es suficiente para pagar por nuestros pecados. Los elementos del pan y el vino conmemoran Su muerte y el derramamiento de Su sangre. Cuando comemos estos elementos en comunión con otros creyentes, afirmamos nuestra fe y comunión en Cristo.
El "nuevo pacto" del que habló Jesús contrasta con el Antiguo Pacto, el acuerdo condicional que Dios había hecho con los israelitas por medio de Moisés. El Antiguo Pacto estableció leyes y ceremonias que separaban a los judíos de las demás naciones, definían el pecado y mostraban la provisión de Dios para el perdón mediante sacrificios. El Nuevo Pacto fue predicho en Jeremías 31:31–33.
El Antiguo Pacto exigía sacrificios de sangre, pero no podía proveer un sacrificio final por el pecado. Se exigían sacrificios diarios y repetidos de animales como recordatorio del pecado del pueblo. Pero, como dice la Escritura: "Es imposible que la sangre de toros y de machos cabríos quite los pecados" (Hebreos 10:4, NBLA). Bajo el Antiguo Pacto, los mismos sacrificios insuficientes se repetían constantemente. Por cada pecado se replicaba el proceso, día tras día, mes tras mes, año tras año. El Antiguo Pacto nunca ofreció un sacrificio completo y definitivo por el pecado. "Pues si aquel primer pacto hubiera sido sin defecto, no se hubiera buscado lugar para el segundo" (Hebreos 8:7, NBLA).
Jesús vino a establecer un "mejor pacto" (Hebreos 7:22), un "nuevo pacto" que, según Sus propias palabras, estaba en Su sangre. Jesús derramó Su sangre en la cruz para quitar el pecado del mundo (Juan 1:29) y ratificar el nuevo pacto entre Dios y la humanidad. La noche en que fue entregado, Jesús tomó la copa y dijo a Sus discípulos: "Beban todos de ella; porque esto es Mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados" (Mateo 26:27–28, NBLA). Con la expresión "esta copa", Jesús se refería, mediante metonimia, al contenido de la copa, que era el "fruto de la vid" (Marcos 14:25, NBLA). Esto representaba Su sangre. Jesús dio la copa a Sus discípulos, le dio un nuevo significado y les dijo que al beberla lo hicieran en memoria de Su muerte: debía beberse "en memoria de Mí" (1 Corintios 11:25). Ahora, "todas las veces que coman este pan y beban esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que Él venga" (versículo 26, NBLA).
El Nuevo Pacto se basa en la fe en la sangre derramada de Cristo para quitar el pecado, no en sacrificios repetidos ni en ningún otro tipo de obra (ver Efesios 2:8–9). Como Jesús es el santo Cordero de Dios, Su sacrificio único es suficiente para expiar los pecados de todos los que creen en Él. Participamos de Jesús al acudir a Él con fe (Juan 1:12), confiando en que Su sangre derramada (y Su cuerpo quebrantado) es suficiente para pagar por nuestros pecados. Los elementos del pan y el vino conmemoran Su muerte y el derramamiento de Su sangre. Cuando comemos estos elementos en comunión con otros creyentes, afirmamos nuestra fe y comunión en Cristo.