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Pregunta: "¿Está mal culpar a Dios? ¿Acaso culpar a Dios es un pecado?"

Respuesta:
Culpar a Dios es una respuesta común cuando la vida no va como queremos. Como se supone que Dios tiene el control de todo, se piensa que podría haber evitado lo que ha ocurrido. Podría haber cambiado la situación para beneficiarme; podría haber evitado la calamidad. Como no lo hizo, la culpa es suya.

En cierto sentido, estas afirmaciones son ciertas. Isaías 45:7 parece validar la idea de que Dios tiene la culpa de todo lo que sucede: "Yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo el Señor soy el que hago todo esto". E Isaías 46:9-11: "Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí...que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero...Yo hablé, y lo haré venir; lo he pensado, y también lo haré". Si Dios está dispuesto a asumir la responsabilidad de todo, ¿entonces es incorrecto culparle a Él cuando el desastre o la desgracia nos afectan?

La palabra culpar significa "encontrar una falta en". Culpar va más allá de reconocer la soberanía de Dios. Culpar a Dios implica que Él se ha equivocado, que hay que encontrar una falta en Él. Cuando culpamos a Dios, nos convertimos en su juez y verdugo. Sin embargo, los seres humanos no tienen derecho a juzgar al Todopoderoso. Nosotros somos Su creación y no Él la nuestra: "!!Ay del que pleitea con su Hacedor! !!el tiesto con los tiestos de la tierra! ¿Dirá el barro al que lo labra: ¿Qué haces?; o tu obra: ¿No tiene manos? !!Ay del que dice al padre: ¿Por qué engendraste? y a la mujer: ¿Por qué diste a luz?! (Isaías 45:9-10).

Para evitar culpar a Dios, primero debemos entender por qué la angustia y el dolor forman parte de nuestras vidas. El pecado está en la raíz de todo acontecimiento cruel y malvado. Dios no diseñó el cuerpo o el alma humana para vivir en un mundo pecaminoso. Fuimos creados perfectamente para habitar en un mundo perfecto (Génesis 1-2). Ahora bien, el pecado de Adán trajo la devastación y el desastre al mundo perfecto de Dios. Los huracanes, los tornados, los terremotos, las sequías - en definitiva, todos los desastres naturales están aquí por culpa del pecado (Génesis 3:17-19). Nuestras propias decisiones pecaminosas crean un efecto dominó que hace eco en nuestras vidas. Además, el pecado de los demás también nos afecta. Los problemas del mundo nos recuerdan que el pecado tiene terribles consecuencias, por lo que, antes de culpar a Dios por una crisis, debemos examinar nuestra propia vida y ser honestos sobre las decisiones que podrían haberla provocado.

En segundo lugar, debemos examinar nuestra propia relación con Dios. Resulta desconcertante que muchas personas que nunca piensan en Dios en su vida personal se vuelvan muy religiosas cuando ocurre un desastre. Viven para sí mismos el 99% del tiempo, como si no existiera Dios. Luego llega la tragedia y, de repente, la culpa es de Dios. Esto no sólo es irracional, sino que es un insulto al Creador, quien ya nos ha dado todo lo que necesitamos para tener una relación con Él.

Por supuesto, tener una relación correcta con el Señor no nos exime de sufrir terribles dolores de cabeza. ¿Qué hacemos cuando llega una desgracia? Por lo general, los cristianos tienen la tentación de culpar a Dios cuando llega el sufrimiento. Tenemos la tendencia de seguir el consejo de la esposa de Job a su marido que sufre: "¡Maldice a Dios, y muérete!" (Job 2:9).

En vez de culpar a Dios, los cristianos pueden correr hacia Él en busca de consuelo (Proverbios 18:10; Salmo 34:18). Los cristianos tienen una promesa que el mundo incrédulo no puede reclamar. Romanos 8:28 dice que "los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados". Algunos citan este versículo y se detienen después de la palabra bien, sin embargo, esto es un mal uso de las Escrituras. Dios puso dos calificativos antes y después de esta promesa que definen sus límites: la promesa es "para los que aman a Dios" y para los "llamados conforme a su propósito".

En lugar de culpar a Dios, los que le aman pueden aceptar la tragedia con la seguridad de que nada puede perjudicarles que Dios no haya permitido por una razón buena y llena de amor. Él permite las cosas difíciles, incluso el sufrimiento y la muerte, para Sus propios y más elevados propósitos. Cuando deseamos la voluntad de Dios para nuestras vidas, dándole prioridad sobre nuestra propia voluntad, Él no desperdicia nada. Ningún sufrimiento, angustia, pérdida o dolor se desperdicia en la vida del pueblo de Dios. Él transforma nuestra tristeza y pérdida y la convierte en una plataforma para un ministerio futuro. Utiliza las dificultades para fortalecernos, dándonos mayores oportunidades de acumular tesoros en el cielo que las que hubiéramos tenido sin ese dolor (Mateo 6:20). Más que culpar a Dios, "damos gracias en todo" (Efesios 5:20; 1 Tesalonicenses 5:18).

Reconocemos que Dios puede intervenir en cualquier situación; cuando no interviene y sobreviene la tragedia, no debemos culparle por lo malo. En todo lo que sufrió Job, "no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno" (Job 1:22). En lugar de culpar a Dios, que había permitido una pérdida tan grande, Job dijo: "aunque él me matare, en él esperaré" (Job 13:15). Dios honró la respuesta de Job y lo bendijo poderosamente después de superar la prueba. Dios también quiere bendecirnos con un mayor entendimiento, una devoción más profunda y una recompensa eterna que nunca podrá ser quitada. Cuando tengamos la tentación de culpar a Dios, podemos escoger la respuesta de Job y confiar en que Él sabe lo que hace (véase el Salmo 131).

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