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Pregunta: "¿Cuándo, por qué y cómo nos disciplina Dios cuando pecamos?"

Respuesta:
La disciplina del Señor es un hecho que a menudo se ignora en la vida de los creyentes. La Biblia nos enseña que, por ser nuestro amoroso Padre Celestial, Dios nos disciplina. Su disciplina no es incierta; es segura:
"Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor,
Ni desmayes cuando eres reprendido por él;
Porque el Señor al que ama, disciplina,
Y azota a todo el que recibe por hijo" (Hebreos 12:5-6, citando Proverbios 3:11-12).

La "disciplina" ("castigo") y la "reprensión" de Dios llegan a "todos". De hecho, Su corrección es una señal de Su amor por Sus hijos, y no debemos "desanimarnos" cuando la experimentamos.

Los padres tenemos la responsabilidad de educar a nuestros hijos (ver Efesios 6:4), y parte de esa educación es administrar disciplina. Así como los padres de familia disciplinan sabiamente a sus hijos, Dios también lo hace: "Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos" (Hebreos 12:7-8). Al someternos a la disciplina de Dios, podemos alegrarnos al menos de un hecho: Dios nos trata como verdaderos hijos suyos (ver Deuteronomio 8:5).

La disciplina no es lo mismo que la condena. Dios disciplina a Sus hijos, pero no los condena. Romanos 8:1 lo aclara: "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (cf. Romanos 8:33-34). La disciplina tiene que ver con el entrenamiento y el crecimiento; la condenación tiene que ver con el castigo y la culpa.

¿Cuándo nos disciplina Dios? La disciplina es entrenamiento, y ese entrenamiento implica aspectos positivos y negativos. Parte de la disciplina es simplemente guiar a alguien a seguir ciertas reglas o a observar ciertos comportamientos. Otra parte de la disciplina consiste en reprender para corregir la desobediencia. Ambos aspectos de la disciplina pueden ser difíciles. Las pruebas que soportó Job no fueron un castigo por el pecado (ver Job 1:8), sino que fueron un entrenamiento en la rectitud (ver Job 42:3, 6), y Job salió de su prueba siendo un mejor hombre.

La disciplina de Dios comienza cuando nacemos de nuevo en Su familia. En ese momento comenzamos a aprender y entender la Palabra de Dios y ajustamos nuestras vidas de acuerdo a ella. Esto es una bendición en nuestras vidas:
"Bienaventurado el hombre a quien tú, Señor, corriges,
Y en tu ley lo instruyes,
Para hacerle descansar en los días de aflicción" (Salmo 94:12-13).

Este tipo de disciplina es más preventiva que correctiva. Se acercan días difíciles, y el Señor quiere librarnos de ellos.

La disciplina de Dios también llega cuando pecamos. En tales casos, el castigo pretende ser correctivo. David, en uno de sus salmos penitenciales, expresó su deseo de que Dios moderara la severidad del castigo:
"Señor, no me reprendas en tu furor,
Ni me castigues en tu ira.
Porque tus saetas cayeron sobre mí,
Y sobre mí ha descendido tu mano.
Nada hay sano en mi carne, a causa de tu ira;
Ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado.
Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza;
Como carga pesada se han agravado sobre mí" (Salmo 38:1-4).

En este salmo, David admite su culpa y por tanto reconoce que el castigo de Dios es justo; a la vez, la naturaleza tajante y aplastante de la disciplina parece más de lo que puede soportar, y pide ayuda.

La nota de Charles Spurgeon sobre el Salmo 38 incluye una paráfrasis de la súplica de David: "Debo ser reprendido, porque soy un hijo descarriado y tú un Padre cuidadoso, pero no pongas demasiada ira en los tonos de tu voz; trátame con suavidad, aunque haya pecado gravemente. Puedo soportar la ira de otros, pero no la tuya. . . . Castígame si quieres, es el derecho de un Padre, y soportarlo obedientemente es el deber de un hijo; pero, oh, no conviertas la vara en espada, no golpees hasta matar. Es verdad que mis pecados pueden enardecerte, pero deja que tu misericordia y tu longanimidad apaguen los carbones encendidos de tu ira. No permitas que se me trate como a un enemigo ni que se me trate como a un rebelde. Recuerda tu pacto, tu paternidad y mi debilidad, y perdona a tu siervo" (Tesoro de David, Volumen II, Funk & Wagnalls, 1885, p. 220).

¿Cómo nos disciplina Dios? Dios puede y de hecho utiliza varios métodos de disciplina. Puede usar problemas en el trabajo, dificultades en el hogar o afanes en el ministerio; Pablo tuvo muchas dificultades en la vida (2 Corintios 11:23-29). Dios puede permitir que experimentemos pérdidas, como David (2 Samuel 12:13-18). Dios puede enviar dolencias físicas o incluso la muerte, como aprendió la iglesia de Corinto (1 Corintios 11:17-22, 30-32). Con frecuencia, Dios simplemente permite que las consecuencias naturales de nuestro pecado sigan su curso. Se nos perdona, pero se nos corrige "para que no seamos condenados con el mundo" (1 Corintios 11:32).

¿Por qué nos disciplina Dios? Es un Padre bueno que quiere lo mejor para Sus hijos. Humanamente hablando, ningún niño alcanzará su pleno potencial sin entrenamiento y disciplina. El violinista virtuoso nunca habría llegado a la sala de conciertos sin disciplina. El atleta que bate récords nunca habría sobresalido en ningún deporte sin disciplina. Siguiendo ese principio, he aquí algunas razones por las que experimentamos la disciplina de Dios:
• Dios disciplina a Sus hijos porque los ama.
• Dios disciplina a Sus hijos para que sean más maduros.
• Dios disciplina a Sus hijos para que aumenten su capacidad de hacer las cosas bien.
• Dios disciplina a Sus hijos para mantenerlos en el camino correcto.
• Dios disciplina a Sus hijos para hacer crecer su fe.
• Dios disciplina a Sus hijos para purificarlos del pecado.
El resultado de la disciplina de Dios es la santidad y la madurez: "Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna" (Santiago 1:2-4). El Señor sigue trabajando con nosotros, como el alfarero con el barro, y Su disciplina es para nuestro bien y Su gloria.

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