Pregunta

¿Qué significa que Adán y Eva estaban desnudos y no se avergonzaban (Génesis 2:25)?

Respuesta
Génesis 1 narra la semana de la creación en la que Dios creó los cielos y la tierra y los llenó de criaturas que cumplirían Su plan y propósito. Génesis 2 se centra en la creación del primer hombre y la primera mujer, y la declaración final de toda esta actividad creadora es: "Ambos estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban" (Génesis 2:25, NBLA). Adán y Eva eran inocentes, no tenían pecado ni culpa, y por tanto, no tenían vergüenza. Lo que ocurre en Génesis 3 nos ayuda a comprender lo valiosa que era realmente esa condición de inocencia.

En Génesis 2:16-17, Dios había advertido a Adán de que, aunque tenía libertad para comer de casi cualquier árbol, no le estaba permitido comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. La consecuencia del comer de ese árbol sería la muerte. En Génesis 3:1, la serpiente tentó a Eva para que comiera del fruto prohibido, y ella comió, y Adán comió con ella. Después de que ambos comieran, se les abrieron los ojos como no lo habían hecho antes: por primera vez reconocieron que estaban desnudos (Génesis 3:7a). Adán y Eva no habían sentido culpa antes. No habían pecado contra Dios, por lo que no había motivo para avergonzarse. Ahora que habían violado Su palabra, se dieron cuenta de que tenían culpa. Habían pecado contra su Creador, y sintieron esa culpa, y se avergonzaron de su desnudez.

Mientras no tuvieran pecado, no sentían la necesidad de cubrirse. No había juicio ni supervisión para ellos. Ahora que habían pecado, eran plenamente conscientes, en su culpa y vergüenza, de que estaban expuestos. Así que con hojas de higuera se hicieron vestiduras para cubrirse los lomos o las zonas genitales (Génesis 3:7b). Intentaron cubrir su culpa y su vergüenza con el producto de su propio esfuerzo. Este fue el notable primer intento de salvación por obras: intentaron liberarse de la culpa cubriendo su desnudez por su cuenta. Cuando Dios llamó a Adán, al principio Adán se escondió porque sabía que estaba desnudo y tuvo miedo (Génesis 3:10).

Desde el pecado de Adán, la desnudez se ha asociado con la vergüenza (ver 2 Samuel 10:4-5; Isaías 47:3; Ezequiel 16:39; 23:29; Oseas 2:3; Nahúm 3:5; Apocalipsis 16:15). La caída nos ha afectado a todos. Todos tenemos la sensación innata de que necesitamos cubrirnos. Estar expuestos a otras miradas nos hace sentir incómodos, vulnerables y temerosos.

A medida que continúa la narración del Génesis, se hace evidente que nuestros propios esfuerzos por cubrirnos no pueden redimirnos ni salvarnos de nuestra culpa y vergüenza. Adán y Eva estaban bajo el castigo prometido en Génesis 2:16-17. Aquel día habían muerto: ya no podían vivir con Dios, sino que estaban separados de Él y la relación se había roto. Es más, sus cuerpos también morirían (por la consecuencia adicional que se introdujo en Génesis 3:19) un día en el futuro.

Pero Dios reveló la solución a Adán y Eva. En Génesis 3:15, Dios anunció que un día la semilla de Eva aplastaría la cabeza de la serpiente. Más adelante, Dios es aún más específico sobre un Salvador venidero que no solo cubriría la culpa y la vergüenza, sino que mediante Su propia sangre, con la pérdida de Su vida, pagaría totalmente la pena exigida para que los que habían sido culpables pudieran llegar a ser justos ante Dios. La sangre de este Salvador cubriría de una vez y para siempre la culpa y la vergüenza de la humanidad. Aunque este plan de salvación no se reveló con gran detalle en las páginas del Génesis, en la época de Caín y Abel (los primeros hijos de Adán y Eva), ya se comprendía que sin el derramamiento de sangre no hay cobertura para el pecado. Abel ofreció a Dios el sacrificio de un cordero degollado, y Dios lo aceptó (Génesis 4:4).

Más tarde, en la época de la Ley mosaica, Dios prescribió sacrificios de animales para que el pueblo comprendiera lo terrible del pecado y el precio increíblemente alto que había que pagar para enfrentarse a él: la vida misma, ilustrada en el derramamiento de la sangre del sacrificio. Aunque todos estábamos separados de Dios a causa del pecado, el Salvador asumió nuestra culpa y pagó el precio con Su propia sangre (Isaías 53:6). Por Su sangre podemos acercarnos a Él y disfrutar de la comunión con Dios para la que fuimos diseñados desde el principio (Efesios 2:13). Por Su gracia, Dios nos libera de nuestra culpa y vergüenza, pidiéndonos simplemente que creamos en Él, o que pongamos nuestra confianza en Él, en lugar de en nuestros propios esfuerzos.

Así como en Génesis 3 Dios proporcionó una cobertura a Adán y Eva, Dios, en Su misericordia, proporciona una cobertura a todos los que acuden a Él con arrepentimiento y fe: "En gran manera me gozaré en el Señor, mi alma se regocijará en mi Dios. Porque Él me ha vestido de ropas de salvación, me ha envuelto en manto de justicia" (Isaías 61:10, NBLA; cf. Ezequiel 16:8). En el cielo, la vergüenza de nuestra desnudez y la deshonra de nuestro pecado se cubrirán con "lino fino, resplandeciente y limpio" (Apocalipsis 19:8, NBLA).