Pregunta

¿Qué son los deseos de los ojos?

Respuesta
La frase "los deseos de los ojos" se encuentra en 1 Juan 2:15-17: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre". ¿Qué significa entonces "los deseos de los ojos"?

En términos simples, los deseos de los ojos son el deseo pecaminoso de poseer lo que vemos o de querer aquello que tiene atractivo visual. Esta codicia por el dinero, las posesiones u otras cosas materiales no proviene de Dios, sino del mundo que nos rodea. Juan enfatiza que estas cosas físicas no duran; pasarán. En contraste, el hijo de Dios tiene garantizada la eternidad.

Los Diez Mandamientos abordaron los deseos de los ojos en su prohibición contra codiciar. Éxodo 20:17 ordena: "No codiciarás la casa de tu prójimo. No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo" (NBLA). Codiciar puede incluir el deseo de tener personas, posesiones o estatus.

Satanás usa los deseos de los ojos como una vía de tentación. Parte de la razón por la que Eva escuchó a la serpiente en el jardín fue que vio que el fruto prohibido era "agradable a los ojos" (Génesis 3:6). Satanás utilizó una imagen visual para atraparla. Usó una táctica similar con Jesús. Una de sus tentaciones en el desierto fue intentar que Jesús codiciara el poder terrenal. Satanás apeló a lo visual: "le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos" (Mateo 4:8). Luego le prometió dárselos, a cambio de algo. Por supuesto, Jesús no cedió ante los deseos de los ojos, y Satanás fue derrotado (versículos 10 y 11).

Debemos seguir el ejemplo de Jesús y, en el poder del Espíritu Santo, resistir los deseos de los ojos. El mundo está lleno de "dulces para los ojos", glamour y ostentación. El materialismo nos llama con promesas de felicidad y plenitud. Una sociedad saturada de medios nos bombardea con campañas publicitarias que prácticamente dicen: "¡Codicia esto!".

No todo lo que brilla es oro, y el hijo de Dios sabe que la fama, la fortuna y el lujo se desvanecen rápidamente (Proverbios 23:5). Nuestro enfoque no está en el producto más nuevo ni en la última moda. Nuestra meta no es competir con los demás ni rodearnos de esplendor superficial. En cambio, nuestro objetivo es "conocerlo a Él, el poder de Su resurrección y la participación en Sus padecimientos" (Filipenses 3:10, NBLA). Tenemos la mirada puesta en Jesús (Hebreos 12:2). Nuestra perspectiva apunta a la eternidad.

Cecil Alexander, la himnóloga irlandesa, lo expresó así:

"Jesús nos llama de la adoración

Del vano tesoro de este mundo;

De cada ídolo que nos retiene,

Diciendo: 'Cristiano, ámame más'".