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Pregunta: ¿Qué es la confesión auricular?

Respuesta:
La palabra confesión tiene más de un significado, pero en este breve estudio se utilizará la confesión como una admisión o reconocimiento de los pecesados de uno. En las páginas de las Escrituras, tenemos ejemplos de confesiones individuales a Dios, confesiones públicas masivas y confesiones hechas a las partes lesionadas. Lo que no encontramos en la Biblia es una exigencia de confesión auricular, la práctica de los creyentes que confiesan sus pecados a un clérigo profesional como penitencia o para obtener perdón.

Según la tradición católica romana, la confesión auricular es un sacramento que involucra la confesión de los pecados graves a un sacerdote calificado para la absolución. Auricular, basado en la palabra latina auricula, que significa "oído externo", implica que la confesión se hace verbalmente. Como sacramento, la confesión auricular no existió antes del siglo VIII. El proceso de confesión auricular fue ratificado por el Concilio de Trento (1545—1563). Si las confesiones auriculares son necesarias para la salvación, los creyentes que mueren antes de confesar los "pecados mortales" a un sacerdote corren el riesgo de la condenación eterna, pero este temible contingente no concuerda con las enseñanzas de la Biblia.

La Biblia habla de la confesión de pecados pero no otorga importancia especial a la confesión a un sacerdote. El apóstol Juan escribió sobre la confesión general a Dios: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Vemos esta verdad ilustrada en la siguiente parábola contada por nuestro Señor Jesús:

A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. (Lucas 18:9–14).

Asumir la responsabilidad de los pecados de uno es un requisito previo para el perdón; el fariseo jactancioso no recibió perdón, porque estaba ciego a sus defectos y se creía completamente justificado ante Dios por sus propios actos de justicia. En cambio, el recaudador de impuestos sabía que era un vil pecador y, sin poner excusas ni andarse con rodeos, confesó tanto a Dios. La gracia se otorga a los humildes, no a los orgullosos (Santiago 4:6).

Un ejemplo de una confesión pública masiva tuvo lugar en la ciudad de Éfeso, donde estaba ministrando el apóstol Pablo. Después de ver la realidad de la guerra espiritual, la ciudad reaccionó:

Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo, de tal manera que aun se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían. Pero algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo. Había siete hijos de un tal Esceva, judío, jefe de los sacerdotes, que hacían esto. Pero respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois? Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando sobre ellos y dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y heridos. Y esto fue notorio a todos los que habitaban en Éfeso, así judíos como griegos; y tuvieron temor todos ellos, y era magnificado el nombre del Señor Jesús. Y muchos de los que habían creído venían, confesando y dando cuenta de sus hechos. Asimismo muchos de los que habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos; y hecha la cuenta de su precio, hallaron que era cincuenta mil piezas de plata. Así crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor. (Hechos 19:11–20).

Convictos de su pecado, los que habían practicado las artes mágicas renunciaron públicamente a su maldad en masa como testimonio de la renovación y el perdón de Dios. Como resultado de este testimonio público, la palabra del Señor se multiplicó a un ritmo imparable.

Algunos argumentan que las confesiones auriculares están justificadas con base en este pasaje: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho.” (Santiago 5:16). Una lectura superficial de este versículo puede parecer que apoya la tradición católica romana; sin embargo, es más probable que sea una orden para que los creyentes confiesen las ofensas a quienes han lastimado con palabras mal habladas o hechos insensibles. Esto parece ser confirmado por Jesús:

Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. (Mateo 5:21-24)

Si A lesiona a B, entonces A debe confesar la ofensa a B; en ningún lugar se nos enseña que, si A lastima a B, entonces A debe confesar el acto a un sacerdote. En otras palabras, la Biblia no enseña la necesidad de la confesión auricular.

¿Esto quiere decir que los creyentes no deberían discutir sus debilidades o fallos espirituales con un pastor de confianza o un mentor cristiano maduro? No, pues aquellos que actúan como consejeros pueden tener una necesidad legítima de entender la naturaleza exacta de las luchas que enfrentan aquellos que acuden a ellos en busca de ayuda. Pero los pastores y consejeros ofrecen guía y sabiduría, no el perdón de los pecados. Solo Jesús perdona los pecados (Hechos 4:12).

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