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Pregunta: "¿En qué consiste el argumento teleológico de la existencia de Dios?"

Respuesta:
El término teleología se refiere a las explicaciones que se basan en el diseño y el propósito. El argumento teleológico afirma que la aparición de diseño y propósito en la naturaleza implica un diseñador. En términos precisos, sólo es una prueba de "un" diseñador, no necesariamente de un ser específico. En la práctica, los argumentos teleológicos a menudo se combinan con otras ideas para insinuar la existencia de una deidad, como el Dios de la Biblia. La teleología es una categoría amplia que incluye varias ideas más limitadas, tales como el ajuste perfecto, el diseño inteligente y la complejidad irreducible. Los argumentos teleológicos sugieren que las elecciones deliberadas de Dios son las explicaciones más razonables de ciertas observaciones.

Casi todos los debates sobre teleología incluyen la definición de pruebas lógicas del diseño. Este hecho demuestra al mismo tiempo la mayor fortaleza y la mayor debilidad de los argumentos teleológicos. En un sentido, los filósofos han luchado por expresar objetivamente los límites de la "evidencia de diseño". Por eso, los argumentos teleológicos se plantean en términos de probabilidad o suposición, lo que da lugar a nuevos debates sobre la aplicación de la probabilidad matemática. Por otro lado, la experiencia humana acostumbra a distinguir entre intención y accidente; los intentos de rechazar los argumentos teleológicos normalmente van en contra de los principios que se utilizan en prácticamente todas las demás circunstancias.

En términos generales, los argumentos teleológicos indican que algunas observaciones se explican más razonablemente como resultado de un propósito y un diseño que como accidentes aleatorios. Por ejemplo, un montón de arena con la forma de la letra C puede ser considerado aleatorio. Un círculo perfecto en la arena generaría dudas. Diez círculos perfectos, organizados de forma que parezcan un rostro humano, harían que quien los observara pensara que se trata de una acción intencionada. Un gran surco que lleve agua de un charco a otro se interpretará de forma diferente que una zanja delgada y recta que lleve el agua del río directamente al campo de un agricultor.

Los argumentos a favor del diseño son más subjetivos que objetivos, por lo que pueden resultar difíciles de evaluar. Siguiendo un razonamiento estrictamente lógico, muchos acontecimientos que interpretamos como intencionados podrían ser el resultado de algo aleatorio. La improbabilidad no implica necesariamente intencionalidad. Por la misma razón, los argumentos teleológicos se basan en las probabilidades extremas. El hecho de que algo sea posiblemente aleatorio no significa que sea razonable suponer que realmente fue accidental.

Por ejemplo, consideremos el juego de cartas de póquer clásico. En este juego, los jugadores reciben siete cartas y eligen la mejor combinación de cinco cartas. Las cartas se reparten al azar de una baraja de cincuenta y dos cartas, divididas en cuatro mazos -corazones, tréboles, diamantes y picas- de trece cartas cada uno. La mejor jugada de este juego es la escalera real, que incluye las cinco mejores cartas de un mismo palo. Las probabilidades de obtener esta combinación con una baraja normal son de 1 entre 31,000, o 1:3.1x104.

Si un jugador consiguiera una escalera real, los demás jugadores se sentirían decepcionados, pero probablemente aceptarían el resultado como posible. Si el mismo jugador obtuviera una segunda escalera real en la siguiente ronda, los otros jugadores naturalmente sospecharían que se trata de algo deshonesto. Es posible que una persona consiga dos escaleras reales consecutivas. Sin embargo, las probabilidades de que esto ocurra son de aproximadamente 1 entre 957 millones, o 1:9.57x108.

Matemáticamente, incluso es posible que se repartan cinco escaleras reales seguidas, aunque con una probabilidad de 1 entre 28 sextillones, o 1:2.83x1022. Sin embargo, ninguno de los otros jugadores de la mesa aceptaría el azar como explicación válida. La probabilidad de que eso ocurra por pura casualidad es tan pequeña que es mucho más razonable suponer que hubo trampa. Como mínimo, los demás jugadores exigirían una explicación más detallada.

El intento de refutar los argumentos teleológicos a favor de la existencia de Dios con frecuencia resulta en un dilema similar. Algunas configuraciones de la naturaleza son tan improbables, y a la vez tan necesarias, que es preciso interpretarlas como el resultado del "ajuste perfecto" de una mente inteligente. Descartar la existencia de un diseño apelando a la suerte ciega abre la puerta a rechazar casi todo el conocimiento científico; ignorar las implicaciones de la probabilidad hace que las observaciones experimentales carezcan de sentido.

A veces, la probabilidad matemática no se puede asignar objetivamente. Sin embargo, los principios del sentido común refuerzan los argumentos teleológicos. Las proporciones y las probabilidades no son necesarias para concluir que "Cuidado con los tiburones", tallado en la arena de la playa, se escribió a propósito. Tampoco hace falta una calculadora para decidir si un puente de piedra arqueado que cruza un río fue un accidente. Algunos modelos y configuraciones están asociados universalmente a una acción intencionada. No obstante, estos mismos principios a menudo se ignoran cuando se intenta refutar los argumentos teleológicos a favor de Dios. Por ejemplo, quienes presumen de la escandalosa sofisticación del ADN -un "código" real- formado sin ningún propósito mayor ignoran las implicaciones lógicas de la existencia de ese código.

Otro aspecto de los argumentos teleológicos se refiere a situaciones que no sólo son improbables, sino aparentemente imposibles. En el ejemplo del juego de cartas mencionado anteriormente, es teóricamente posible que cinco manos al azar repartidas de barajas justas den como resultado cinco escaleras reales. Los componentes están ahí. Ahora bien, si un jugador recibiera dos cartas iguales, como dos reyes de diamantes, sería una prueba de que la baraja o quien reparte no son justos. Es el caso de temas como la abiogénesis -la vida que surge de la no vida-, algo que todas las observaciones científicas han demostrado que es imposible.

Si algo no puede suceder de acuerdo con ciertos supuestos, pero sucede, entonces los supuestos están equivocados. Los argumentos teleológicos aprovechan la aparente imposibilidad de que ciertas cosas sucedan de forma natural. El supuesto más razonable es que algo -o Alguien- actúa al margen de las reglas establecidas del sistema.

Una expresión común cuando se debaten los argumentos teleológicos son las lagunas. Los críticos con frecuencia malinterpretan las explicaciones teleológicas como "No sabemos cómo sucedió esto, entonces fue Dios". Esto se conoce como el error del "dios de las lagunas". En algunos casos, esta crítica tiene fundamento. Llegar al final de nuestra comprensión no implica necesariamente que el siguiente paso causal sea la "intervención directa de una deidad". Así planteados, los argumentos a favor de Dios son débiles desde el punto de vista lógico. Por otra parte, señalar simplemente la apariencia de diseño e intencionalidad no es un error de "lagunas". Si algo parece deliberado, considerar ese hecho no es un argumento desde la ignorancia: es un uso positivo de toda la información.

Los defensores del "dios de las lagunas" generalmente confunden mecanismo con acción. Explicar cómo ocurrió algo no elimina lógicamente la intención. Los argumentos a favor del diseño sólo necesitan que ciertas situaciones estén fuertemente correlacionadas con la intención o el propósito. La teleología no exige que se refuten todos los mecanismos que conducen al estado final. La conducción de un automóvil implica múltiples pasos entre el movimiento de los neumáticos y la intención del conductor. Indicar la existencia de una dirección asistida, una unidad de control electrónico o toda una serie de mecanismos no excusaría a un conductor que destroza el coche. Saber "cómo" ocurre algo no significa que no haya un "quién" que está detrás.

También es común responder a los argumentos teleológicos con un enfoque de "ateísmo de las lagunas". Esto simplemente dice: "El azar ciego no puede explicar esto todavía, pero debemos asumir que con el tiempo lo hará". Se trata de una táctica especialmente habitual cuando se trata de temas como la abiogénesis, donde las observaciones van más allá de la improbabilidad hasta lo que parece una imposibilidad.

Las afirmaciones de "diseño deficiente" están estrechamente relacionadas, ya que se aduce un defecto aparente como prueba de que el diseñador es inferior. Lógicamente, esto no refuta la teleología: la intención es la intención, aunque sea falible. Además, estos argumentos generalmente son superficiales. Los ingenieros suelen tomar decisiones importantes de diseño que los usuarios finales no entienden a primera vista. Un agricultor puede quejarse de que casi siempre que se rompe su barrena perforadora es porque un pequeño perno relativamente débil del eje se está rompiendo. Como ha cambiado varias veces ese perno, podría pensar que debería ser más resistente. Pero lo que el trabajador califica de "mal diseño" es una elección deliberada del diseñador. Un perno de sujeción se sustituye fácilmente; está pensado para que se rompa antes de que el exceso de tensión destruya piezas más caras de la barrena perforadora. Lo que el agricultor considera un defecto es una característica que le salva de complicaciones aún peores. Los reclamos sobre órganos vestigiales y el diseño del cuerpo humano que no se ha entendido correctamente encajan en esta categoría de error.

Los argumentos teleológicos son útiles, aunque no lógicamente absolutos. Desde el punto de vista de la observación humana normal, cobran gran importancia. De hecho, lo mucho que tardan algunos críticos en descartar estos argumentos habla de su valor. Los críticos de la religión suelen admitir que la biología y la naturaleza tienen toda la apariencia de estar diseñadas. La única justificación que se da para concluir lo contrario es la preferencia, es decir, porque es preciso refutar a toda costa la existencia de Dios o cualquier influencia divina. Esto se parece mucho a un jugador de póquer que dice: "Da la impresión de que estoy haciendo trampa, así que por favor supongan que no". Para quienes carecen de ese sesgo, la probabilidad y el sentido común dan peso al valor de los argumentos teleológicos.

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