Pregunta
¿Por qué debía arder continuamente el fuego en el altar? (Levítico 6:13)
Respuesta
Levítico menciona varias veces que el fuego en el altar debía arder continuamente. Dios estableció que el fuego fuera perpetuo, y esto tenía un propósito específico.
Antes de la entrega de la Ley, Dios se apareció a Moisés "en una llama de fuego, en medio de una zarza. Al fijarse Moisés, vio que la zarza ardía en fuego, pero la zarza no se consumía" (Éxodo 3:2, NBLA). Dios eligió manifestarse con la imagen de un fuego constante al llamar a Moisés para sacar a Su pueblo de Egipto y conducirlo a una nueva tierra. Más tarde, cuando el Señor guiaba a los israelitas en el desierto, se manifestaba como una columna de fuego durante la noche (Éxodo 13:21–22).
Después vino la Ley. Fuera del tabernáculo, el fuego del altar de los holocaustos debía mantenerse encendido; nunca se debía apagar. Levítico 6:13 instruye: "El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará". Este mandato se repite tres veces en el capítulo (versículos 9, 12 y 13).
Una razón por la que este fuego constante era tan importante es que fue encendido directamente por Dios: "Y salió fuego de la presencia del Señor que consumió el holocausto y los pedazos de grasa sobre el altar. Al verlo, todo el pueblo aclamó y se postró rostro en tierra" (Levítico 9:24, NBLA). El fuego del altar, entonces, servía como un recordatorio constante del poder de Dios. Era un regalo del cielo. Ninguna otra fuente de fuego era aceptable para Dios (véase Números 3:4).
Este fuego también representaba la presencia de Dios. "El Señor tu Dios es fuego consumidor" (Deuteronomio 4:24, NBLA). La gloria Shekinah era visible en el fuego del altar de los holocaustos. Esta presencia continua de Dios recordaba a los israelitas que la salvación proviene del Señor. La expiación hecha en el altar solo podía realizarse mediante Él.
En el Nuevo Testamento, Juan el Bautista predijo que el Mesías bautizaría con el Espíritu y con fuego (Mateo 3:11; Lucas 3:16). El fuego era símbolo de juicio y de purificación, pero también nos recuerda la venida del Espíritu Santo en Pentecostés en forma de "lenguas como de fuego" (Hechos 2:3).
El fuego divino que ardía continuamente en el altar de los holocaustos ayudaba a recordar a los israelitas la realidad de la presencia de Dios y su necesidad de Él. Ese fuego sagrado se mantuvo durante los 40 años en el desierto y probablemente más allá, ya que el culto en el tabernáculo continuó hasta los tiempos del rey Salomón y la construcción del templo. Cuando el templo fue dedicado, Dios volvió a encender el fuego en el altar (2 Crónicas 7:1).
Antes de la entrega de la Ley, Dios se apareció a Moisés "en una llama de fuego, en medio de una zarza. Al fijarse Moisés, vio que la zarza ardía en fuego, pero la zarza no se consumía" (Éxodo 3:2, NBLA). Dios eligió manifestarse con la imagen de un fuego constante al llamar a Moisés para sacar a Su pueblo de Egipto y conducirlo a una nueva tierra. Más tarde, cuando el Señor guiaba a los israelitas en el desierto, se manifestaba como una columna de fuego durante la noche (Éxodo 13:21–22).
Después vino la Ley. Fuera del tabernáculo, el fuego del altar de los holocaustos debía mantenerse encendido; nunca se debía apagar. Levítico 6:13 instruye: "El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará". Este mandato se repite tres veces en el capítulo (versículos 9, 12 y 13).
Una razón por la que este fuego constante era tan importante es que fue encendido directamente por Dios: "Y salió fuego de la presencia del Señor que consumió el holocausto y los pedazos de grasa sobre el altar. Al verlo, todo el pueblo aclamó y se postró rostro en tierra" (Levítico 9:24, NBLA). El fuego del altar, entonces, servía como un recordatorio constante del poder de Dios. Era un regalo del cielo. Ninguna otra fuente de fuego era aceptable para Dios (véase Números 3:4).
Este fuego también representaba la presencia de Dios. "El Señor tu Dios es fuego consumidor" (Deuteronomio 4:24, NBLA). La gloria Shekinah era visible en el fuego del altar de los holocaustos. Esta presencia continua de Dios recordaba a los israelitas que la salvación proviene del Señor. La expiación hecha en el altar solo podía realizarse mediante Él.
En el Nuevo Testamento, Juan el Bautista predijo que el Mesías bautizaría con el Espíritu y con fuego (Mateo 3:11; Lucas 3:16). El fuego era símbolo de juicio y de purificación, pero también nos recuerda la venida del Espíritu Santo en Pentecostés en forma de "lenguas como de fuego" (Hechos 2:3).
El fuego divino que ardía continuamente en el altar de los holocaustos ayudaba a recordar a los israelitas la realidad de la presencia de Dios y su necesidad de Él. Ese fuego sagrado se mantuvo durante los 40 años en el desierto y probablemente más allá, ya que el culto en el tabernáculo continuó hasta los tiempos del rey Salomón y la construcción del templo. Cuando el templo fue dedicado, Dios volvió a encender el fuego en el altar (2 Crónicas 7:1).