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Pregunta: "¿Qué dice la Biblia con respecto a la alimentación de los hambrientos?"

Respuesta:
La Biblia dice que debemos cuidar de los pobres, es decir, alimentar a los hambrientos. A Dios se le representa alimentando a los hambrientos. "A los hambrientos colmó de bienes", canta María (Lucas 1:53). "Que hace justicia a los agraviados, que da pan a los hambrientos", canta el salmista (Salmo 146:7). Si queremos ser personas de Dios, también debemos procurar alimentar a los hambrientos.

Dios le dijo a la nación de Israel que un elemento importante de la verdadera religión era alimentar a los hambrientos: "Si dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida" (Isaías 58:10). Juan el Bautista dijo a los judíos que acudían a él: "El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo" (Lucas 3:11).

La iglesia primitiva se esforzaba para distribuir alimentos todos los días a las viudas necesitadas de la iglesia (Hechos 6:1). De hecho, supervisar la distribución de alimentos era la tarea de los primeros diáconos. Esteban y los demás diáconos tenían la tarea de alimentar a los hambrientos de la iglesia. En 1 Timoteo 5, Pablo detalla los requisitos que debe cumplir una viuda para recibir ayuda de la iglesia. La familia de una viuda tiene la responsabilidad principal de atender sus necesidades diarias; las viudas piadosas y mayores sin familia pasan a ser responsabilidad de la iglesia.

Santiago tiene algunas cosas que decir sobre como alimentar a los hambrientos en su epístola práctica. "La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo" (Santiago 1:27). Una parte del cuidado de los huérfanos y las viudas "en sus tribulaciones" incluye, sin duda, asegurarse de que tengan comida. Posteriormente, Santiago señala que nuestras palabras tienen que estar respaldadas por la acción: "Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?" (Santiago 2:15-16).

Tenemos una oportunidad permanente de alimentar a los hambrientos en nuestro mundo tan necesitado (ver Marcos 14:7), y debemos hacer lo que podamos para aliviar el sufrimiento de los demás. El Nuevo Testamento nos indica reiteradamente que centremos nuestros recursos en los demás creyentes. "Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe" (Gálatas 6:10). Nuestra familia de la iglesia es la prioridad; debemos alimentar a los hambrientos que se encuentran entre nosotros.

El único milagro que se repite en los cuatro Evangelios es la alimentación de 5.000 personas, siendo éste un ejemplo de cómo Jesús alimentó a los hambrientos. Juan 6 registra la enseñanza de Jesús sobre la salvación al día siguiente de realizar el milagro. La gente había tenido hambre, y Él les había dado de comer; sin embargo, Jesús enseña que la mayor necesidad de la humanidad es el alimento espiritual. Explica en el versículo 27: "Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará". La multitud le preguntó entonces: "¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?" (versículo 28). Jesús devolvió la conversación a la fe: "Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado" (versículo 29). Luego declaró que Él mismo era el Pan de Vida (versículo 35). Apuntó a la multitud hacia Él mismo, diciendo que el alimento físico sólo satisface temporalmente, pero la salvación a través de Él es para siempre.

¿Debemos alimentar a los hambrientos? Sí, "como está escrito: Repartió, dio a los pobres; Su justicia permanece para siempre'" (2 Corintios 9:9; cf. Salmo 112:9). Jesús dijo que es más dichoso dar que recibir (Hechos 20:35). Debemos dar a la gente lo que necesita, y mientras satisfacemos las necesidades físicas no debemos ignorar la necesidad espiritual del evangelio. "No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4:4; cf. Deuteronomio 8:3).

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