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Pregunta: "¿Qué dice la Biblia sobre la adicción al sexo?"

Respuesta:
El concepto de la adicción al sexo como un trastorno psicológico similar a otros trastornos obsesivo-compulsivos, o similar a otras adicciones, como el alcoholismo o el consumo de drogas ilícitas, es un hecho reciente. Anteriormente, se decía que un hombre (o mujer) promiscuo era inmoral y que estaba lleno de lujuria. El problema ahora es que algo que la Biblia dice que es un pecado, como el sexo promiscuo fuera del matrimonio, está siendo etiquetado como un trastorno psicológico. Para algunos, esto es una excusa, es decir, una explicación de un evidente pecado. Por lo tanto, ¿existe la adicción al sexo?, y si es así, ¿qué dice la Biblia al respecto?

En primer lugar, hay que decir que el sexo fuera del matrimonio siempre es un pecado (Hechos 15:20; 1 Corintios 5:1; 6:13, 18; 10:8; 2 Corintios 12:21; Gálatas 5:19; Efesios 5:3; Colosenses 3:5; 1 Tesalonicenses 4:3; Judas 7). En ningún momento es correcto tener relaciones sexuales fuera del matrimonio. Dicho esto, es importante señalar que el sexo es realmente adictivo. Una persona que mantiene relaciones sexuales con regularidad casi siempre se volverá psicológica y fisiológicamente adicta a ellas. El sexo entre un esposo y su esposa en el matrimonio es "puro" (Hebreos 13:4) y es la manera ordenada por Dios de liberar la tensión de una "adicción al sexo". ¿Debería una pareja casada dejarse llevar por la adicción hasta el punto donde el sexo se convierta en una obsesión, siendo un obstáculo para otros aspectos de la vida? Por supuesto que no. ¿Está mal que un marido y una mujer deseen tener relaciones sexuales con regularidad el uno con el otro? Por supuesto que no. Las relaciones sexuales en el matrimonio no son pecaminosas. Los esposos están autorizados bíblicamente a tener relaciones sexuales con la frecuencia que deseen, en un espíritu de mutuo consentimiento (1 Corintios 7:5).

El pecado en sí mismo es adictivo. La mayoría de los pecados, si no todos, son adictivos si se practican regularmente. Mentir, beber en exceso, fumar, la gula, la rabia, la pornografía, etc., pueden convertirse en algo habitual. En última instancia, todos nosotros, en nuestros cuerpos caídos, tenemos una adicción al pecado. El sexo inmoral, al igual que otros pecados, puede conducir a "una maldad cada vez mayor" (Romanos 6:19). Así como el uso de drogas ilícitas hace que se necesiten cantidades cada vez más potentes de la droga para lograr el mismo "éxtasis", el sexo inmoral puede llevar a tener relaciones sexuales cada vez más frecuentes y "salvajes" para recibir la misma satisfacción. Sí, existe la adicción al sexo. Una persona realmente puede volverse psicológica y fisiológicamente adicta al sexo frecuente, salvaje, experimental e incluso obscenamente inmoral.

El hecho de que el sexo sea adictivo, y la verdad bíblica de que el pecado es adictivo, al combinarse, llevan a la conclusión de que la adicción al sexo sí existe. El hecho de que la adicción al sexo existe, sin embargo, no cambia el hecho de que es pecado. Es muy importante reconocer la adicción al sexo como un pecado, y no excusarla como un trastorno psicológico. Al mismo tiempo, no debemos minimizar el poderoso poder que la adicción al sexo puede tener en una persona. Como con todas las adicciones al pecado, la única cura verdadera para la adicción al sexo es Jesucristo. Todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). A causa de nuestro pecado, todos merecemos el juicio de la muerte eterna (Romanos 6:23). Jesús, que era Dios en forma humana, pagó la pena eterna/infinita por nosotros (2 Corintios 5:21). Si confiamos plenamente en Su sacrificio a nuestro favor como el pago completo por nuestro pecado, recibiéndolo por fe como nuestro Salvador, Él promete que todos nuestros pecados son perdonados. Entonces, Dios nos hace una nueva creación (2 Corintios 5:17) y comienza el proceso de conformarnos a Su voluntad (Romanos 12:1-2), lo cual incluye darnos el poder de vencer el pecado y romper cualquier adicción que tengamos. "!!Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro" (Romanos 7:24-25).

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