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Pregunta: "¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo" (Apocalipsis 3:20)?"

Respuesta:
Por medio del apóstol Juan en Apocalipsis 2-3, Jesús envió siete cartas a siete iglesias en Asia Menor. Eran cartas personalizadas de instrucción, reprensión y estímulo a las congregaciones locales. A la última iglesia, la tibia iglesia de Laodicea, Jesús le hizo un llamado urgente: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo" (Apocalipsis 3:20).

A menudo se utiliza la idea de Jesús estando a la puerta y llamando como una ilustración de la oferta de salvación de Jesús para las personas: si tan sólo "abrieras la puerta de tu corazón" y dejaras entrar a Jesús a tu vida, todo estaría bien. Pero en Apocalipsis 3:20, Jesús no le está rogando a una persona para que sea salva; ¡Él está buscando la entrada a una iglesia! Es asombroso pensar que Jesús está parado en la puerta de la iglesia y golpeando, sin embargo, esa es la posición en la que estaba. La iglesia de Laodicea había cerrado la puerta a la Cabeza de la iglesia; estaban presumiendo de su prosperidad, y Jesús se quedó afuera. Era un extraño para los corazones de toda la congregación.

La mayoría de las siete cartas contenían un elogio, una queja o crítica, una orden y un encargo por parte de Jesús. Sin embargo, la iglesia de Laodicea, al igual que su hermana espiritualmente muerta de Sardis, no merecía ninguna palabra de aprobación por parte de Jesús. Los laodicenses eran culpables de: autosuficiencia, autojustificación e indiferencia espiritual. Peor aún, la iglesia no era consciente de su condición miserable.

A la congregación de Laodicea, Jesús le hizo esta dura crítica: "Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. !!Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo" (Apocalipsis 3:15-17).

En su condición de orgullo, autosatisfacción y ceguera espiritual, la iglesia de Laodicea era inútil en el reino de Dios. Utilizando un lenguaje simbólico, Jesús emitió Su mandato, exhortando a los miembros de la iglesia a cambiar su falsa justicia por una verdadera. Invitó a la iglesia a ser celosa y a arrepentirse (versículo 19).

El llamado de Cristo fue sincero y urgente: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo" (Apocalipsis 3:20). La súplica del Señor también era personal. La petición del Señor también era personal. Les habló a las personas usando palabras singulares tales como: alguno, él. Estaba invitando a todos en la iglesia a experimentar una comunión íntima con Él. Y aunque Su deseo era que toda la iglesia respondiera y le abriera la puerta, en última instancia, era la persona la que decidía.

Jesús sabe que no todos van a responder a Su invitación y le abrirán la puerta para tener una relación con Él. Muchos, como los que viven en Laodicea, optarán por rechazar Su invitación. Con un corazón tibio y endurecido, permanecerán ciegos ante el hecho de que han aceptado una falsa justicia (Hebreos 3:7-8). A éstos Jesús les dirá: "Nunca os conocí; apartaos de mí" (Mateo 7:21-23). Lamentablemente, no entrarán en el reino de los cielos.

A lo largo de Su ministerio, Jesús demostró que la justicia se nos da como un regalo por medio de la fe. Tener la justicia de Cristo, por gracia a través de la fe, es la única manera de entrar en el reino de los cielos (Romanos 3:24-25; 2 Corintios 5:21; Efesios 2:4-8).

Cuando Jesús dijo: "Estoy a la puerta y llamo", estaba invitando a los miembros de la iglesia de Laodicea a reconocer su miserable condición espiritual y a recibir Su verdadero regalo de salvación. Como el apóstol Pablo, los laodicenses necesitaban darse cuenta de su absoluta dependencia de Cristo: "Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe" (Filipenses 3:8-9).

A los que abrieran la puerta, Jesús les prometió una comunión íntima, representándola como si estuvieran disfrutando juntos de una cena. Y ofreció esta gran recompensa: "Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono" (Apocalipsis 3:21). Estas palabras fueron el compromiso de Cristo con la iglesia de Laodicea.

Hoy Jesús continúa diciendo, "¡Estoy a la puerta y llamo!" A las iglesias que están llenas de cristianos comunes, Él les envía una sincera invitación para tener una total comunión. El que tiene las llaves del reino de los cielos (Mateo 16:19; Apocalipsis 1:18; 3:7) nos llama a todos a escuchar Su voz y a abrir la puerta para que pueda entrar y compartir una unión íntima con nosotros. A los que respondan, Jesucristo les garantiza la puerta abierta de la vida eterna y la recompensa de gobernar con Él en el cielo.

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