Pregunta
¿Qué significa "Humíllense en la presencia del Señor" (Santiago 4:10)?
Respuesta
La Biblia habla mucho sobre la humildad. Dios llama a todas las personas a humillarse (Miqueas 6:8; Mateo 23:12; Romanos 12:16; Filipenses 2:3–4; 1 Pedro 5:6). El profeta Sofonías lo resume muy bien: "Busquen al Señor, todos ustedes, humildes de la tierra que han cumplido Sus preceptos; busquen la justicia, busquen la humildad" (Sofonías 2:3). A los creyentes se les recuerda especialmente: Humíllense en la presencia del Señor y Él los exaltará (Santiago 4:10). La humildad va de la mano con temer al Señor y hacer lo que Él manda (Proverbios 22:4; 2 Crónicas 7:14).
Santiago aborda los conflictos interpersonales que se producen entre los lectores. Les dice que la envidia y las contiendas no provienen de Dios. Dios da gracia (Santiago 4:6), y nuestra respuesta debe ser someternos a Él y resistir al diablo (versículo 7). Cuando te sometes a Dios, tu corazón y tus deseos cambian. Vivimos con humildad ante Dios y ante los demás, en lugar de exigir lo que queremos y causar conflictos. En última instancia, la solución es humillarnos ante los ojos del Señor.
La humildad es, literalmente, "bajeza de mente". La humildad no es pensar menos de nosotros mismos, sino pensar menos en nosotros mismos. Es comprendernos adecuadamente a la luz de quién es Dios y quiénes somos nosotros, y vivir de acuerdo con ello (Romanos 12:3). Dios es el Creador y Sustentador del universo. Nosotros no lo somos. La persona humilde reconoce que todo lo que tiene es un regalo de Dios (1 Crónicas 29:16). Cuando nos humillamos ante los ojos del Señor, nuestro corazón busca continuamente a Dios, incluso cuando pecamos. Confesamos nuestro orgullo y nuestras faltas a Dios y le permitimos que nos transforme a la imagen de Cristo. Como respuesta, Dios da gracia a los humildes, pero resiste o desprecia a los orgullosos (Salmo 147:6; Proverbios 3:34; 1 Pedro 5:5; Santiago 4:6).
Humillarse es necesario para la salvación. Proverbios 22:4 nos dice: "La recompensa de la humildad y el temor del Señor son la riqueza, el honor y la vida". Jesús reitera esta necesidad de humildad en las Bienaventuranzas. Él dice que los "pobres en espíritu" heredarán el reino de los cielos (Mateo 5:3). Ser pobre en espíritu es admitir que uno está espiritualmente vacío y es incapaz de agradar a Dios sin el sacrificio de Cristo. Los que se humillan y confían en Él heredarán la vida eterna con Dios. Santiago 4:10 confirma esta promesa: "Humíllense en la presencia del Señor y Él los exaltará" (NBLA). La recompensa de los humildes es la exaltación por parte de Dios (1 Pedro 5:6). La salvación eterna está disponible para aquellos que se humillan ante los ojos del Señor, al igual que una vida llena de esperanza en la tierra.
Humillarnos ante los ojos del Señor requiere una actitud sincera de mansedumbre. La persona humilde evita la falsa humildad y no le interesan las apariencias. Una cosa es aparentar humildad, pero no se nos manda aparentar humildad ante los demás, sino humillarnos ante el Señor, que ve la verdad del corazón. Los humildes también se cuidan de convertirse en el tipo de personas descritas por el erudito y clérigo Robert Burton: "Son orgullosos en la humildad; orgullosos de no ser orgullosos" (La anatomía de la melancolía, 1621, pt. I, § 2). La naturaleza engañosa del orgullo es que puede disfrazarse de humildad y colarse en los corazones más humildes.
"Humíllense en la presencia del Señor" no es solo un mandato que afecta a nuestra relación con Dios. También afecta a nuestras decisiones diarias. En esta vida terrenal, "morimos a nosotros mismos" para poder vivir como nuevas criaturas a la luz de la gracia de Dios (2 Corintios 5:17-18). En lugar de vivir para nosotros mismos, ahora vivimos por la fe en Aquel que nos amó y se entregó por nosotros (Gálatas 2:20). Buscamos obedecer y comprender Su Palabra y Su voluntad por encima de nuestros deseos. Esta humildad también afecta a nuestras relaciones con los demás. Filipenses 2:3 nos recuerda: "considere al otro como más importante que a sí mismo" (NBLA). La humildad niega nuestro orgullo, deja de lado la rivalidad personal, excluye la vanidad y busca el bien del otro. En lugar de elevarnos a nosotros mismos en el momento, podemos humillarnos ante los ojos del Señor y elegir lo mejor para los demás. De esta manera, representamos bien a Cristo. Los humildes pueden dejar de lado las cosas sin importancia y buscar la paz y la santidad (Hebreos 12:14).
Podemos humillarnos voluntariamente ante los ojos del Señor, o podemos ser humillados por Dios mismo, un proceso que a la larga será más doloroso; solo hay que preguntarle a Nabucodonosor (Daniel 4; cf. Proverbios 16:5; Lucas 18:14). Dios promete a los humildes riquezas, honor y vida eterna. Los orgullosos recibirán destrucción y castigo. No hay mejor manera de vivir que caminar humildemente con nuestro Dios (Miqueas 6:8). Por lo tanto, "humíllense en la presencia del Señor y Él los exaltará" (Santiago 4:10, NBLA).
Santiago aborda los conflictos interpersonales que se producen entre los lectores. Les dice que la envidia y las contiendas no provienen de Dios. Dios da gracia (Santiago 4:6), y nuestra respuesta debe ser someternos a Él y resistir al diablo (versículo 7). Cuando te sometes a Dios, tu corazón y tus deseos cambian. Vivimos con humildad ante Dios y ante los demás, en lugar de exigir lo que queremos y causar conflictos. En última instancia, la solución es humillarnos ante los ojos del Señor.
La humildad es, literalmente, "bajeza de mente". La humildad no es pensar menos de nosotros mismos, sino pensar menos en nosotros mismos. Es comprendernos adecuadamente a la luz de quién es Dios y quiénes somos nosotros, y vivir de acuerdo con ello (Romanos 12:3). Dios es el Creador y Sustentador del universo. Nosotros no lo somos. La persona humilde reconoce que todo lo que tiene es un regalo de Dios (1 Crónicas 29:16). Cuando nos humillamos ante los ojos del Señor, nuestro corazón busca continuamente a Dios, incluso cuando pecamos. Confesamos nuestro orgullo y nuestras faltas a Dios y le permitimos que nos transforme a la imagen de Cristo. Como respuesta, Dios da gracia a los humildes, pero resiste o desprecia a los orgullosos (Salmo 147:6; Proverbios 3:34; 1 Pedro 5:5; Santiago 4:6).
Humillarse es necesario para la salvación. Proverbios 22:4 nos dice: "La recompensa de la humildad y el temor del Señor son la riqueza, el honor y la vida". Jesús reitera esta necesidad de humildad en las Bienaventuranzas. Él dice que los "pobres en espíritu" heredarán el reino de los cielos (Mateo 5:3). Ser pobre en espíritu es admitir que uno está espiritualmente vacío y es incapaz de agradar a Dios sin el sacrificio de Cristo. Los que se humillan y confían en Él heredarán la vida eterna con Dios. Santiago 4:10 confirma esta promesa: "Humíllense en la presencia del Señor y Él los exaltará" (NBLA). La recompensa de los humildes es la exaltación por parte de Dios (1 Pedro 5:6). La salvación eterna está disponible para aquellos que se humillan ante los ojos del Señor, al igual que una vida llena de esperanza en la tierra.
Humillarnos ante los ojos del Señor requiere una actitud sincera de mansedumbre. La persona humilde evita la falsa humildad y no le interesan las apariencias. Una cosa es aparentar humildad, pero no se nos manda aparentar humildad ante los demás, sino humillarnos ante el Señor, que ve la verdad del corazón. Los humildes también se cuidan de convertirse en el tipo de personas descritas por el erudito y clérigo Robert Burton: "Son orgullosos en la humildad; orgullosos de no ser orgullosos" (La anatomía de la melancolía, 1621, pt. I, § 2). La naturaleza engañosa del orgullo es que puede disfrazarse de humildad y colarse en los corazones más humildes.
"Humíllense en la presencia del Señor" no es solo un mandato que afecta a nuestra relación con Dios. También afecta a nuestras decisiones diarias. En esta vida terrenal, "morimos a nosotros mismos" para poder vivir como nuevas criaturas a la luz de la gracia de Dios (2 Corintios 5:17-18). En lugar de vivir para nosotros mismos, ahora vivimos por la fe en Aquel que nos amó y se entregó por nosotros (Gálatas 2:20). Buscamos obedecer y comprender Su Palabra y Su voluntad por encima de nuestros deseos. Esta humildad también afecta a nuestras relaciones con los demás. Filipenses 2:3 nos recuerda: "considere al otro como más importante que a sí mismo" (NBLA). La humildad niega nuestro orgullo, deja de lado la rivalidad personal, excluye la vanidad y busca el bien del otro. En lugar de elevarnos a nosotros mismos en el momento, podemos humillarnos ante los ojos del Señor y elegir lo mejor para los demás. De esta manera, representamos bien a Cristo. Los humildes pueden dejar de lado las cosas sin importancia y buscar la paz y la santidad (Hebreos 12:14).
Podemos humillarnos voluntariamente ante los ojos del Señor, o podemos ser humillados por Dios mismo, un proceso que a la larga será más doloroso; solo hay que preguntarle a Nabucodonosor (Daniel 4; cf. Proverbios 16:5; Lucas 18:14). Dios promete a los humildes riquezas, honor y vida eterna. Los orgullosos recibirán destrucción y castigo. No hay mejor manera de vivir que caminar humildemente con nuestro Dios (Miqueas 6:8). Por lo tanto, "humíllense en la presencia del Señor y Él los exaltará" (Santiago 4:10, NBLA).