Pregunta

¿Quién fue Guillermo de Ockham?

Respuesta
El fraile franciscano Guillermo de Ockham fue un influyente filósofo, lógico, ético y teólogo que vivió aproximadamente entre 1287 y 1347. Ockham (también escrito Occam) proviene del nombre del pueblo donde creció: Oak Hamlet. Desde niño fue instruido en lógica y filosofía natural en el convento de los frailes grises de Londres; más tarde estudió teología en Oxford. No llegó a completar sus estudios antes de regresar a Londres, donde desarrolló y escribió muchas de sus obras filosóficas. Mientras estaba allí, un adversario desconocido lo acusó de herejía, y fue llamado a la corte papal de Aviñón, Francia, para defenderse.

En Aviñón, Ockham terminó una de sus obras principales, Cuestiones quodlibéticas (Quodlibeta). La palabra latina quodlibet significa "cualquier cosa", y su libro abordaba una amplia variedad de temas, reflexionando sobre cuestiones de lógica, ontología, psicología filosófica, moralidad y teología. Ockham fue absuelto de los cargos de herejía y luego se le pidió investigar si la postura del papa Juan XXII, quien sostenía que los discípulos de Jesús no estaban obligados a vivir en pobreza, era bíblicamente correcta. La conclusión de Ockham fue que el papa no solo estaba equivocado, sino que lo estaba de forma obstinada y herética. Esta afirmación llevó a muchos franciscanos a considerar que Juan no era un papa legítimo. Ockham huyó a Múnich, en Baviera, junto con otros franciscanos que se oponían al papa, y vivió allí el resto de su vida bajo la protección del emperador Luis IV del Sacro Imperio Romano Germánico.

Guillermo de Ockham escribió tratados sobre teología, moral, lógica y política, incluida la política eclesiástica. En metafísica, fue nominalista, pues negaba la existencia de universales reales: los términos generales como "perro" no tienen sentido aparte de los objetos concretos que designan.

Hoy, Ockham es más conocido por un principio que lleva su nombre: la "Navaja de Ockham", resumido así: "Nada debe afirmarse sin una razón suficiente, a menos que sea evidente por sí mismo, conocido por experiencia o confirmado por la autoridad de la Sagrada Escritura". Este principio invita a eliminar las explicaciones innecesarias cuando una más simple basta. Aunque no es una ley lógica, funciona como una guía filosófica útil: nos recuerda que no debemos complicar en exceso las cosas ni proponer hipótesis innecesarias. Y, al final, lo único verdaderamente necesario es Dios.

Este tipo de pensamiento marcó un punto de inflexión en la historia del pensamiento occidental. Mientras que filósofos anteriores como Tomás de Aquino creían que la teología podía determinarse mediante la razón, Juan Duns Escoto y, más tarde, Guillermo de Ockham, pensaban que no. La filosofía, las ciencias naturales y otros estudios podían basarse en la razón, pero Dios no está definido ni limitado por ella. Ockham y sus seguidores creían en la teoría del mandato divino, que enseña que una regla es buena si Dios la da. La "bondad" y la "moralidad" se determinan por lo que Dios ordena, no por alguna cualidad intrínseca de la regla ni por el resultado de seguirla. Es una consecuencia feliz de la naturaleza de Dios que las reglas que Él da sean para nuestro bien.

Tal vez como consecuencia de sus conflictos con el papa Juan XXII, Ockham rechazó que la autoridad papal o conciliar fuera la palabra final en asuntos de teología y ética. Para él, la única fuente firme de la verdad divina eran las Escrituras. En cuanto a la salvación, siguió la posición católica medieval que enseñaba que esta era resultado de la virtud y el mérito, pero que nuestras obras meritorias dependen siempre de un don de la gracia de Dios.

El amor de Ockham por la lógica y la filosofía estuvo siempre subordinado a su teología. Creía que la teología podía beneficiarse de la razón y del estudio académico, pero que incluso la persona más sencilla podía ser iluminada por el Espíritu Santo para comprender y comunicar verdades espirituales. Su valiente oposición al papa y su brillante exposición de teorías filosóficas dejaron una huella profunda en la Edad Media y en el pensamiento cristiano posterior.