Pregunta
¿Qué significa que Dios da gracia a los humildes (1 Pedro 5:5)?
Respuesta
En 1 Pedro 5:5, se hace una clara distinción entre la actitud de Dios hacia dos categorías de personas, los soberbios y los humildes: "Asimismo ustedes, los más jóvenes, estén sujetos a los mayores. Y todos, revístanse de humildad en su trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes" (NBLA). La humildad debe caracterizar nuestra relación con los demás cristianos, como se ve también en muchos otros pasajes de las Escrituras (por ejemplo, Proverbios 11:2; Mateo 23:12; Santiago 4:6; Lucas 14:11). Afortunadamente, tenemos la promesa de que Dios da gracia a los humildes.
La gracia que Dios da a los humildes es la bendición de Su bondad y favor. La gracia se extiende a aquellos que mantienen una actitud de humildad, que reconocen el valor de los demás y se someten a la voluntad del Padre. Los cristianos están llamados a imitar la mentalidad de Jesús, renunciando voluntariamente a sus privilegios para servir a Dios y a la humanidad (Filipenses 2:5-8). Esta gracia de Dios comienza con la salvación, ya que solo los humildes reconocerán su necesidad de un Salvador. Jesús lo insinuó cuando dijo a los fariseos: "Pues no he venido a llamar a los que se creen justos, sino a los que saben que son pecadores" (Mateo 9:13, NTV). Los fariseos, confiando en su propia justicia, rechazaron a Cristo con orgullo, mientras que los marginados de la sociedad, reconociendo su pecaminosidad, se acercaron a Jesús en busca de ayuda (versículo 10).
Más allá de la salvación, la gracia de Dios hacia los humildes incluye concederles honor en el momento oportuno, como se indica en 1 Pedro 5:6: "Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los exalte a su debido tiempo". Nuestro deseo innato de honor y exaltación proviene de Dios, y solo Él conoce el momento ideal para nuestra exaltación. Buscar la fama por nuestros propios méritos conduce al orgullo, pero caminar con humildad le da a Dios la oportunidad de concedernos honor, ya sea en esta vida, en la eternidad o en ambas. Es posible que muchos cristianos venerados a lo largo de la historia no hubieran previsto cómo Dios los exaltaría, pero Él lo hizo, a veces después de su muerte. Del mismo modo, nuestros actos de servicio anónimos, que pasan desapercibidos para los demás, recibirán su debida recompensa. Todo cristiano puede esperar ser glorificado cuando Cristo regrese (1 Corintios 15:51-53; Filipenses 3:20-21) y ser recompensado por su fiel servicio (1 Corintios 3:12-14; Colosenses 3:23-24). En Jesús, vemos un ejemplo de la exaltación que sigue a la humildad (Filipenses 2:7-11).
Muchos temen la humildad porque suponen que les hará parecer débiles, insignificantes e incluso deshonrados, sin embargo, las Escrituras afirman lo contrario. Son los orgullosos quienes deben actuar con cautela y arrepentirse, para no enfrentarse a la oposición del mismo Dios. Por el contrario, los humildes se convierten en receptores de la gracia inmerecida de Dios.
La gracia que Dios da a los humildes es la bendición de Su bondad y favor. La gracia se extiende a aquellos que mantienen una actitud de humildad, que reconocen el valor de los demás y se someten a la voluntad del Padre. Los cristianos están llamados a imitar la mentalidad de Jesús, renunciando voluntariamente a sus privilegios para servir a Dios y a la humanidad (Filipenses 2:5-8). Esta gracia de Dios comienza con la salvación, ya que solo los humildes reconocerán su necesidad de un Salvador. Jesús lo insinuó cuando dijo a los fariseos: "Pues no he venido a llamar a los que se creen justos, sino a los que saben que son pecadores" (Mateo 9:13, NTV). Los fariseos, confiando en su propia justicia, rechazaron a Cristo con orgullo, mientras que los marginados de la sociedad, reconociendo su pecaminosidad, se acercaron a Jesús en busca de ayuda (versículo 10).
Más allá de la salvación, la gracia de Dios hacia los humildes incluye concederles honor en el momento oportuno, como se indica en 1 Pedro 5:6: "Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los exalte a su debido tiempo". Nuestro deseo innato de honor y exaltación proviene de Dios, y solo Él conoce el momento ideal para nuestra exaltación. Buscar la fama por nuestros propios méritos conduce al orgullo, pero caminar con humildad le da a Dios la oportunidad de concedernos honor, ya sea en esta vida, en la eternidad o en ambas. Es posible que muchos cristianos venerados a lo largo de la historia no hubieran previsto cómo Dios los exaltaría, pero Él lo hizo, a veces después de su muerte. Del mismo modo, nuestros actos de servicio anónimos, que pasan desapercibidos para los demás, recibirán su debida recompensa. Todo cristiano puede esperar ser glorificado cuando Cristo regrese (1 Corintios 15:51-53; Filipenses 3:20-21) y ser recompensado por su fiel servicio (1 Corintios 3:12-14; Colosenses 3:23-24). En Jesús, vemos un ejemplo de la exaltación que sigue a la humildad (Filipenses 2:7-11).
Muchos temen la humildad porque suponen que les hará parecer débiles, insignificantes e incluso deshonrados, sin embargo, las Escrituras afirman lo contrario. Son los orgullosos quienes deben actuar con cautela y arrepentirse, para no enfrentarse a la oposición del mismo Dios. Por el contrario, los humildes se convierten en receptores de la gracia inmerecida de Dios.