Pregunta
¿Quién era Cipriano de Cartago?
Respuesta
Cipriano de Cartago fue un líder de la iglesia cristiana del siglo III. Fue uno de los primeros y más firmes defensores de la idea de que solo la iglesia—en particular los obispos—tenía la autoridad para administrar los sacramentos y determinar quién era o no digno de recibirlos. Su debate sobre los cristianos apóstatas sentó las bases para la postura del catolicismo moderno respecto a los sacramentos administrados por ministros no aprobados. Al mismo tiempo, Cipriano rechazó la idea de que un solo obispo—por ejemplo, un papa—tuviera autoridad sobre los demás líderes de la iglesia.
Cuando la persecución romana llegó a Cartago, muchos cristianos que profesaban la fe comprometieron su testimonio para salvar sus vidas. Algunos incluso obtuvieron certificados firmados que probaban que habían ofrecido sacrificios a las deidades romanas, con el fin de evitar el castigo del gobierno. Cuando la persecución cesó, muchos de estos creyentes quisieron reincorporarse a la iglesia. Algunos cristianos—incluidos aquellos que habían permanecido firmes y habían sufrido por su fe—los recibieron con los brazos abiertos. Otros, en cambio, insistieron en que estos apóstatas fueran excomulgados de manera permanente.
El liderazgo de Cipriano buscó un punto medio entre esos dos extremos. Aquellos que deseaban regresar a la iglesia debían demostrar algún tipo de arrepentimiento o penitencia. Es importante notar que Cipriano desalentó los intentos de los apóstatas de obtener cartas de otros cristianos que avalaran su sinceridad. Su objeción no era a la idea de que el perdón necesitara aprobación humana, sino a la idea de que los laicos (personas no ordenadas) tuvieran autoridad para hacer tales declaraciones. Según Cipriano, solo la penitencia administrada por un obispo era válida.
La definición de penitencia de Cipriano era estricta, pero su posición intermedia mantuvo abierta la puerta a la reconciliación de una manera que satisfizo a la mayoría de los cristianos de su época. Sin embargo, algunos rechazaron fuertemente este enfoque y se separaron para formar su propia secta: los novacianos, llamados así por su líder, Novaciano, el obispo romano que encabezó la nueva facción.
El enfoque de Cipriano frente al Cisma Novaciano influyó profundamente en las interpretaciones posteriores del catolicismo sobre el papel de la iglesia y del sacerdocio. Contrario a lo que enseñaba Cipriano, Novaciano insistía en que cualquier persona que negara a Cristo durante la persecución no podría ser restaurada jamás. En otras palabras, para los seguidores de Novaciano, la apostasía era un pecado mortal: imperdonable y definitivo. Esta postura iba acompañada de la creencia de que solo quienes estaban bajo la autoridad de un obispo de la iglesia general—literalmente, la iglesia "católica" o universal—podían ser salvos.
Después de que las enseñanzas de Novaciano fueron declaradas herejía, Cipriano determinó que los sacramentos, como el bautismo, administrados bajo un obispo novaciano, eran inválidos. En términos generales, esto significa que Cipriano coincidía con la idea de que solo quienes recibían los sacramentos de oficiales de la "verdadera" iglesia eran realmente salvos. Su desacuerdo no era sobre el papel de los sacramentos, sino sobre si los obispos novacianos estaban autorizados para administrarlos. Cipriano apoyaba la idea de que solo los sacramentos administrados por un obispo "legítimo" tenían poder salvador.
Sin embargo, durante esa misma controversia, Cipriano rechazó la idea de que un solo obispo cristiano tuviera autoridad especial sobre los demás. Esteban, el obispo de Roma en ese momento, afirmó—por primera vez—que, puesto que su cargo descendía de Pedro, él tenía mayor autoridad que los demás líderes cristianos. Basándose en ese razonamiento, intentó obligar a Cipriano a cambiar su postura sobre el rebautismo. Cipriano rechazó tanto la orden de Esteban como su argumento, rechazando así de manera efectiva el concepto católico moderno del papado. Este desacuerdo quedó sin resolver tras la muerte de Esteban.
Desde una perspectiva histórica y teológica, Cipriano ha sido una figura controvertida. Su postura sobre la "madre iglesia" es citada con frecuencia por los teólogos católicos para apoyar sus puntos de vista, mientras que su defensa de la igualdad universal entre todos los obispos—sin un líder supremo—es utilizada a menudo por quienes se oponen a la teología católica.
Cuando la persecución romana llegó a Cartago, muchos cristianos que profesaban la fe comprometieron su testimonio para salvar sus vidas. Algunos incluso obtuvieron certificados firmados que probaban que habían ofrecido sacrificios a las deidades romanas, con el fin de evitar el castigo del gobierno. Cuando la persecución cesó, muchos de estos creyentes quisieron reincorporarse a la iglesia. Algunos cristianos—incluidos aquellos que habían permanecido firmes y habían sufrido por su fe—los recibieron con los brazos abiertos. Otros, en cambio, insistieron en que estos apóstatas fueran excomulgados de manera permanente.
El liderazgo de Cipriano buscó un punto medio entre esos dos extremos. Aquellos que deseaban regresar a la iglesia debían demostrar algún tipo de arrepentimiento o penitencia. Es importante notar que Cipriano desalentó los intentos de los apóstatas de obtener cartas de otros cristianos que avalaran su sinceridad. Su objeción no era a la idea de que el perdón necesitara aprobación humana, sino a la idea de que los laicos (personas no ordenadas) tuvieran autoridad para hacer tales declaraciones. Según Cipriano, solo la penitencia administrada por un obispo era válida.
La definición de penitencia de Cipriano era estricta, pero su posición intermedia mantuvo abierta la puerta a la reconciliación de una manera que satisfizo a la mayoría de los cristianos de su época. Sin embargo, algunos rechazaron fuertemente este enfoque y se separaron para formar su propia secta: los novacianos, llamados así por su líder, Novaciano, el obispo romano que encabezó la nueva facción.
El enfoque de Cipriano frente al Cisma Novaciano influyó profundamente en las interpretaciones posteriores del catolicismo sobre el papel de la iglesia y del sacerdocio. Contrario a lo que enseñaba Cipriano, Novaciano insistía en que cualquier persona que negara a Cristo durante la persecución no podría ser restaurada jamás. En otras palabras, para los seguidores de Novaciano, la apostasía era un pecado mortal: imperdonable y definitivo. Esta postura iba acompañada de la creencia de que solo quienes estaban bajo la autoridad de un obispo de la iglesia general—literalmente, la iglesia "católica" o universal—podían ser salvos.
Después de que las enseñanzas de Novaciano fueron declaradas herejía, Cipriano determinó que los sacramentos, como el bautismo, administrados bajo un obispo novaciano, eran inválidos. En términos generales, esto significa que Cipriano coincidía con la idea de que solo quienes recibían los sacramentos de oficiales de la "verdadera" iglesia eran realmente salvos. Su desacuerdo no era sobre el papel de los sacramentos, sino sobre si los obispos novacianos estaban autorizados para administrarlos. Cipriano apoyaba la idea de que solo los sacramentos administrados por un obispo "legítimo" tenían poder salvador.
Sin embargo, durante esa misma controversia, Cipriano rechazó la idea de que un solo obispo cristiano tuviera autoridad especial sobre los demás. Esteban, el obispo de Roma en ese momento, afirmó—por primera vez—que, puesto que su cargo descendía de Pedro, él tenía mayor autoridad que los demás líderes cristianos. Basándose en ese razonamiento, intentó obligar a Cipriano a cambiar su postura sobre el rebautismo. Cipriano rechazó tanto la orden de Esteban como su argumento, rechazando así de manera efectiva el concepto católico moderno del papado. Este desacuerdo quedó sin resolver tras la muerte de Esteban.
Desde una perspectiva histórica y teológica, Cipriano ha sido una figura controvertida. Su postura sobre la "madre iglesia" es citada con frecuencia por los teólogos católicos para apoyar sus puntos de vista, mientras que su defensa de la igualdad universal entre todos los obispos—sin un líder supremo—es utilizada a menudo por quienes se oponen a la teología católica.