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Pregunta: "¿Qué dice la Biblia sobre los prejuicios?"

Respuesta:
En términos generales, el prejuicio es un sesgo preferencial, y puede ser favorable o desfavorable. No obstante, el término prejuicio hace referencia principalmente a una opinión negativa, no basada en hechos o en la experiencia, que se forma sin fundamentos razonables o sin tener suficiente conocimiento. Los prejuicios van dirigidos a grupos o tipos de personas en vez de responder a las personas como individuos. Normalmente, los prejuicios se expresan como sentimientos, opiniones o actitudes irracionales y hostiles hacia grupos étnicos, raciales, sociales o religiosos. Los prejuicios han sido una parte importante de la historia religiosa, e incluso algunos defienden actos de prejuicio a favor del cristianismo. Es bueno mirar lo que dice la Biblia sobre los prejuicios.

Los seres humanos tienen una tendencia natural a mostrar prejuicios hacia cualquiera que sea diferente. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento fueron escritos en épocas de la historia de la humanidad en las que los prejuicios raciales, nacionales y sexuales eran normales. A las mujeres se las trataba como propiedad, y era común esclavizar la gente de otras nacionalidades. Cuando Dios dio a Moisés la ley para Israel, incorporó normas morales y éticas que eran impensables en aquella época de barbarie (Deuteronomio 4:8). Dios decretó que Su pueblo sería diferente de las naciones violentas e impías que lo rodeaban (Levítico 20:26). Parte de esa diferencia estaría en la forma en que debían tratar a los demás: los extranjeros entre ellos debían ser tratados como sus propios hermanos (Levítico 19:34), lo cual eliminaba los prejuicios de ellos.

Los prejuicios entre los judíos, los gentiles y los samaritanos proliferaban en la época de Jesús. Los judíos odiaban a los samaritanos y consideraban impuros a los gentiles. Jesús superó el prejuicio haciendo un especial énfasis en la fe de un gentil (Mateo 8:10-11) y en la bondad de un samaritano (Lucas 10:30-36). Dios había elegido a la nación de Israel a través de la cual enviaría a Su Mesías (Romanos 1:16), y los judíos estaban orgullosos de su herencia (ver Juan 8:33). Cuando comenzó la iglesia, los primeros judíos convertidos al cristianismo creían que la salvación de Dios les pertenecía únicamente a ellos. Pero cuando los no judíos empezaron a responder con fe al evangelio, el prejuicio judío arraigado llevó rápidamente a la discordia y la controversia dentro de la iglesia (Hechos 11:1; 15:5).

Dios le dio al apóstol Pedro una visión para enseñarle que Dios no tiene prejuicios y no los tolerará en Su pueblo. Gracias a lo que Dios le reveló, Pedro dijo: "En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia" (Hechos 10:34-35). Pablo, elegido específicamente por Dios como apóstol de los gentiles (Gálatas 2:8), explicó que Jesús, el Mesías judío, ofrece la salvación a todos los que confían en Él. Esa fe inserta a cada creyente en la familia de Dios. Pablo escribió: "Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa" (Gálatas 3:26-29). No hay cristianos de segunda clase. La fe en Cristo es como un gran igualador, que erradica cualquier fundamento para los prejuicios.

Los relatos históricos de luchas y derramamiento de sangre en nombre de Cristo - protestantes matando a católicos y católicos matando a protestantes - no tienen nada que ver con el cristianismo del Nuevo Testamento. El prejuicio religioso es tan malo como cualquier otro tipo y en ningún momento es aprobado ni por Jesús ni por los apóstoles. El prejuicio religioso sigue siendo muy común en muchas partes del mundo y está directamente opuesto a todo lo que Jesús enseñó. Aunque podemos estar en profundo desacuerdo con otros cristianos en cuanto a la doctrina y oponernos con amor a las falsas enseñanzas en general, nunca debemos forzar nuestros puntos de vista mediante el odio, la coacción o la violencia (ver Juan 18:36).

Las enseñanzas de Jesús eliminan los prejuicios. Dios "hace salir su sol sobre malos y buenos", dijo Jesús, "y hace llover sobre justos e injustos" (Mateo 5:45). "Amad a vuestros enemigos", dijo Jesús, "haced bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues. A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva. Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos" (Lucas 6:27-31). Estos mandatos nos alejan de cualquier tipo de prejuicio.

La Biblia afirma que el amor debe regir todas nuestras acciones (1 Corintios 16:14), y el prejuicio se opone al amor. El amor ve la imagen de Dios en cada persona; el prejuicio preasigna un juicio sin causa justa. Primera de Corintios 13:4-8 define cómo es el amor. No somos los jueces del valor de una persona. Primera de Corintios 4:5 dice que no debemos juzgar "nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios".

Los prejuicios no tienen cabida en el corazón de un creyente en Cristo. Nuestras vidas deben estar regidas por la humildad, la obediencia y el amor a Dios y a los demás (Romanos 13:7-9). Los prejuicios violan las tres cosas. Tener prejuicios significa que nos consideramos mejores que otra persona, lo cual es orgullo (Filipenses 2:3). Significa que estamos desobedeciendo directamente el mandato de Jesús de tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros (Mateo 7:12). Y significa que no estamos amando plenamente a Dios, ya que no estamos dispuestos a amar a las personas creadas a Su imagen (1 Juan 4:20-21). A causa de nuestra naturaleza humana caída, todos luchamos con alguna forma de prejuicio; deberíamos reconocerlo rápidamente como pecado y pedir al Señor que nos libere del mismo. Cuando estamos dispuestos a ver nuestros prejuicios como Dios los ve, podemos arrepentirnos y buscar Su ayuda para transformarlos (1 Juan 1:9).

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