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Pregunta: "¿Qué dice la Biblia sobre la diversidad?"

Respuesta:
La diversidad es, básicamente, variedad. En los últimos tiempos, la palabra diversidad ha adquirido la connotación específica de "variedad de personas dentro de un grupo" - siendo las diferencias entre las personas raciales, culturales, de género, etc. La diversidad fue idea de Dios. Incluso un breve estudio de la ciencia revela una asombrosa variedad de vida vegetal y animal. Las personas, la última creación de Dios, también somos distintas. Dios no nos creó como clones o robots. Creó dos géneros diferentes (Marcos 10:6). La creación del hombre y la mujer es la diversidad en su forma más básica: los sexos son muy diferentes, pero complementarios.

Otro acto de Dios que creó la diversidad ocurrió en la Torre de Babel (Génesis 11:9). La humanidad estaba agrupada, y Dios quería que "fructificaran y se multiplicaran y llenaran la tierra" (Génesis 9:1). Para acelerar su obediencia, confundió sus idiomas, haciendo imposible que trabajaran juntos. A partir de ahí, la humanidad se extendió por toda la tierra, y las personas con el mismo idioma permanecieron juntas. Con el tiempo, surgieron culturas, razas y dialectos regionales que dieron lugar a la diversidad que ahora conocemos.

La diversidad forma parte del ser humano. Dios se deleita en la gran cantidad de diferencias que poseen Sus criaturas humanas. El libro del Apocalipsis describe la reunión final del pueblo de Dios de "todas naciones y tribus y pueblos y lenguas" (Apocalipsis 7:9). Los ángeles y los ancianos alrededor del trono de Dios adoran a Jesús con las palabras "con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación" (Apocalipsis 5:9). Así pues, Dios disfruta de la diversidad dentro de la raza humana. Cada uno de nosotros ha sido creado a Su imagen para Su deleite y gloria (Apocalipsis 4:11; Colosenses 1:16). Él nos diseñó tal como somos y se deleita en la obra de Sus manos (Salmo 139:13-16).

Sin embargo, en nuestra cultura moderna, el enfoque en la diversidad puede convertirse en su propio dios. La diversidad en sí misma es venerada por encima de Aquel que creó esa diversidad. El énfasis en la diversidad tiende a resaltar nuestras diferencias. A Dios le interesa más la unidad (Efesios 4:3). Gálatas 3:28 dice: "Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús". Dios está diciendo que nuestras diferencias no son lo que debe definir a los hijos de Dios. Los que pertenecen al Señor Jesús deben definirse primero como hijos de Dios. Debemos estar dispuestos a dejar de lado la diversidad con el fin de lograr la unidad en el espíritu. La ferviente oración de Jesús en Juan 17 muestra que su deseo para Sus discípulos era que fueran "uno, así como nosotros somos uno" (versículo 22).

Entonces, ¿qué significa ser "uno"? Cuando nacemos de nuevo (Juan 3:3), somos creados de nuevo en Cristo Jesús. Nuestras diferencias carnales pasan a ser secundarias frente a nuestra nueva naturaleza en Cristo. Estamos unidos en torno a la centralidad de la Palabra de Dios. Tenemos "un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo" (Efesios 4:5). Independientemente de las diferencias raciales, culturales o de género, los hijos de Dios se aferran a Su Palabra como autoridad final en todos los asuntos, incluidos los culturales y sociales. Algunos intentan utilizar la "diversidad" como excusa para justificar la inmoralidad o la homosexualidad (1 Corintios 6:9). Aunque todos tenemos diferentes tendencias pecaminosas, no podemos permitir que el pecado sin arrepentimiento continúe bajo el disfraz de la diversidad. La diversidad que Dios creó es buena; el pecado sí puede ser diverso, pero Dios no tiene nada que ver con él.

Hay que celebrar, tolerar e incorporar las diferencias humanas, como la raza, el temperamento y la cultura, en nuestro objetivo de ser "uno" en Cristo (Juan 17:20-23). Sin embargo, cuando la diversidad se convierte en un ídolo, nos volvemos egocéntricos y divisivos. Cuando todas las diferencias se tratan como algo sagrado, reina el egoísmo y la unidad se sacrifica para favorecer las preferencias individuales. Cuando exaltamos nuestras preferencias por encima de la unidad, nos volvemos exigentes y orgullosos, en vez de ser desinteresados y dispuestos a perdonar (Efesios 4:32; Filipenses 2:4). Juan 17:23 resume el deseo de Jesús por todos Sus hijos. En esta última y larga oración registrada antes de Su crucifixión, Jesús oró: "Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado". Aunque podemos y debemos apreciar el valor de los diversos matices del ser humano, nuestro objetivo debe ser siempre parecernos más a Jesús (Romanos 8:29).

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