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Pregunta: "¿Qué dice la Biblia sobre la discriminación?"

Respuesta:
La discriminación es en sí misma el acto imparcial de percibir las diferencias. Por ejemplo, un aficionado a la música que reconoce la influencia de Chopin en los estudios de Debussy puede decirse que tiene un "oído discriminador"; es decir, el amante de la música es una persona de percepción refinada. Sin embargo, en la mayoría de los contextos, la discriminación es un término negativo que se refiere a la práctica de tratar injustamente a una persona o grupo de personas de forma diferente a otras personas o grupos de personas, y éste es precisamente el sentido que asignaremos a la palabra en este artículo. La discriminación se puede basar en la discapacidad, la raza, la etnia, la inteligencia o cualquier otro factor que haga a los seres humanos diferentes.

La discriminación no es lo mismo que el discernimiento. El discernimiento es una discriminación adecuada basada en la verdad y los hechos. Por ejemplo, el discernimiento no puede elegir contratar a alguien porque se presentó quince minutos tarde a una entrevista oliendo a alcohol. El discernimiento evalúa correctamente a esa persona como un candidato inadecuado para un trabajo responsable. La discriminación, por el contrario, puede decidir no contratar a alguien simplemente porque es de otra raza o no llevaba ropa costosa a la entrevista. La discriminación juzga equivocadamente a una persona teniendo en cuenta únicamente factores externos o preferencias personales.

Uno de los primeros problemas que surgieron en la iglesia primitiva se debió a la discriminación: "En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquellos eran desatendidas en la distribución diaria" (Hechos 6:1). La iglesia de Jerusalén era multiétnica, y se introdujeron algunos prejuicios raciales en sus prácticas que causaron problemas. Esta disputa apartó a los apóstoles de la enseñanza y la predicación, así que la iglesia eligió a los primeros diáconos para que se ocuparan del problema y se aseguraran de que nadie fuera discriminado (Hechos 6:2-3).

La discriminación también era un problema para los primeros creyentes judíos en Jesús. Puesto que el Mesías de Dios había venido primero por el linaje de David y a los judíos (Romanos 1:16), asumieron que era sólo su Mesías. En ese momento surgió un desacuerdo cuando los gentiles fueron añadidos a la iglesia. Algunos líderes judíos querían saber qué tan "judíos" debían ser los creyentes gentiles (Hechos 14:27; 15:5). Muchos judíos no podían creer que la sola fe en su Mesías fuera suficiente para justificar a los gentiles como a ellos. Sin duda, los gentiles debían hacer algo "judío", como observar el sábado o circuncidarse, para ser salvos (ver Hechos 15:1 y Gálatas 5:1-12). Este choque de culturas, con sus implicaciones teológicas, hizo que fuera necesario el Concilio de Jerusalén (Hechos 15:2-35). La iglesia moderna con frecuencia se enfrenta a problemas similares. Los cristianos pueden discriminar a ciertos grupos de personas o estilos de vida, sin estar seguros de que la misma fe que nos salvó a nosotros sea suficiente para salvar también a "esas personas" (Efesios 2:8-9).

Ningún ser humano está totalmente libre de prejuicios o discriminación. Es parte de nuestra naturaleza egoísta preferir a los de nuestra propia especie, independientemente de lo que eso represente para nosotros. Las razas tienden a congregarse en sus propios barrios e iglesias, prefiriendo su forma de hacer las cosas a la de otras razas o nacionalidades. Las preferencias están bien siempre que no se conviertan en una discriminación legalista contra los creyentes que difieren en aspectos no esenciales de la fe. Sin darnos cuenta, todos podemos ser culpables de discriminación. Los legalistas discriminan a los que juzgan como rebeldes, mientras que los rebeldes discriminan a los tradicionalistas. El objetivo debería ser discrepar sin discriminar.

Si queremos superar nuestra tendencia a la discriminación, debemos imitar la actitud de servicio humilde de Jesús (Mateo 20:28). Jesús lavó los pies de Judas, sabiendo que era un traidor (Juan 13:27). Ministró en regiones gentiles y en Samaria (Marcos 7:24, 31; Juan 4:4). En lugar de incitar a la discriminación entre "nosotros y ellos", la venida de Jesús a la tierra rompió las barreras que separaban a las personas: "Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación" (Efesios 2:14). Podemos poner en práctica la instrucción de Filipenses 2:3, que dice: "Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo".

Dios ha hecho que todos los que confían en Jesucristo como Señor y Salvador sean uno. Judíos y griegos, ricos y pobres, toda nación y toda etnia - Jesús ha formado Su iglesia de todos los grupos (Gálatas 3:28; Apocalipsis 5:9). No debe haber discriminación dentro del Cuerpo de Cristo porque no hay discriminación con Dios (Hechos 10:34).

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