Pregunta
¿Qué podemos aprender de que Acán tomara las cosas dedicadas al anatema (Josué 7:1)?
Respuesta
Josué 7 nos lleva a un drástico giro en el progreso de Israel en la Tierra Prometida. Hasta ahora, la nación había seguido fielmente los mandatos del Señor y había experimentado grandes victorias y bendiciones. "Pero" -comienza inquietantemente el capítulo 7- "los israelitas fueron infieles en cuanto a las cosas dedicadas al anatema, porque Acán, hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá, tomó de las cosas dedicadas al anatema. Entonces la ira del Señor se encendió contra los israelitas" (Josué 7:1, NBLA).
Las "cosas dedicadas al anatema" son las que estaban apartadas y consagradas al Dios de Israel, ya fuera para un uso ceremonial especial o para su destrucción (ver Levítico 27:28; Deuteronomio 2:34). El botín de la conquista de Jericó, que incluía plata, oro y otros objetos de valor, debía ir al tesoro del Señor (Josué 6:17-21), y los ídolos y todo lo demás que había en la ciudad debía ser destruido (Josué 6:24), excepto Rahab y su familia. Se prohibió al pueblo tomar nada de Jericó para su uso personal.
Las instrucciones de Josué eran claras: "No se queden con ninguna cosa que esté destinada para ser destruida, pues, de lo contrario, ustedes mismos serán destruidos por completo y traerán desgracia al campamento de Israel" (Josué 6:18, NTV). Acán, cuyo nombre significa "molestia", violó el mandato al tomar algunas de las cosas consagradas (Josué 7:1). Acán desobedeció lo que sabía que era la voluntad de Dios y, según confesión propia, tomó para sí parte del botín prohibido: "Cuando vi entre el botín un hermoso manto de Sinar y 200 siclos (2.28 kilos) de plata y una barra de oro de cincuenta siclos de peso, los codicié y los tomé; todo eso está escondido en la tierra dentro de mi tienda con la plata debajo" (Josué 7:21, NBLA). Dios llama al pecado de Acán "terrible ofensa" (versículo 15), y a causa de ese pecado, Israel fue derrotado en Hai.
Lo primero que observamos de que Acán tomara las cosas malditas es la actitud de Dios hacia el pecado. El Señor se enfadó por la desobediencia de Acán, pero Su ira no ardía solo contra ese hombre, sino contra todos los hijos de Israel. Dios hizo responsable a la nación como a todo un pueblo, incluidos Josué y los ancianos de Israel. ¿Por qué haría Dios esto? Porque Israel era un pueblo -una familia- bajo Dios (Éxodo 19:5-6; Eclesiastés 9:18). Toda la familia mantenía una relación de pacto con Dios. Cuando un miembro rompía el pacto, se rompía la relación de toda la familia con el Señor.
Hoy existe un vínculo similar entre los creyentes. Juntos formamos un solo cuerpo, y Jesucristo es la Cabeza (1 Corintios 12:12-31). Cuando un miembro peca, las consecuencias van más allá de esa persona. En el caso de Acán, treinta y seis soldados que no habían participado en su rebelión murieron en la batalla de Hai.
El apóstol Pablo aplicó la regla a la Iglesia del Nuevo Testamento: "¿No se dan cuenta de que ese pecado es como un poco de levadura que impregna toda la masa?". (1 Corintios 5:6, NTV). Como miembros del cuerpo de Cristo, somos una unidad. Nos pertenecemos unos a otros, nos necesitamos unos a otros, y lo que le ocurre a uno de nosotros nos afecta a todos: "Si una parte sufre, las demás partes sufren con ella y, si a una parte se le da honra, todas las partes se alegran"(1 Corintios 12:26, NTV).
Un principio similar se observa en la rebelión pecaminosa de Adán y Eva, que afectó a toda la raza humana. El pecado de los primeros humanos provocó la caída de toda la humanidad, poniendo fin a la comunión perfecta que todas las personas podrían haber disfrutado con Dios. Nos engañamos si pensamos que nuestro pecado solo nos afecta a nosotros. Nuestra desobediencia causa estragos en los que amamos, incluidos los inocentes.
El relato de Acán sobre su apropiación de las cosas malditas revela una progresión del pecado: según sus propias palabras, "vio", "codició", "tomó" y escondió las pruebas (Josué 7:21). El comentario del teólogo del siglo XVII Matthew Poole resume bien la caída de Acán: el pecado "empezó en su ojo, que permitió que los mirara y se fijara en ellos, lo que inflamó su deseo y le hizo codiciarlos; y ese deseo le puso en acción y le hizo tomarlos; y después de haberlos tomado, resolvió guardarlos y, con ese fin, esconderlos en su tienda" (Poole's English Annotations on the Holy Bible, entrada para Josué 7:21).
La historia de Acán también nos enseña que Dios no permite que el pecado quede impune entre el pueblo de Su pacto (ver Números 32:23). Acán intenta ocultar su pecado (Josué 7:21), pero lo que está oculto a la vista humana sigue siendo conocido por Dios (Jeremías 16:17; Job 10:14; Daniel 2:22; Salmo 69:5). No podemos ocultar nuestros pecados a un Padre celestial que todo lo sabe.
El pecado de un solo hombre puso a toda la nación en peligro de destrucción (Josué 7:12). Todo el pueblo de Israel tenía una lección que aprender de Acán, que tomó las cosas malditas. Dios les dijo: "Consagraos" (Josué 7:13). Tribu por tribu, clan por clan, hogar por hogar, cada persona debía escudriñar su corazón, purificar su vida y presentarse ante el Señor. En ese momento, la gracia de Dios se extendía a cada persona para el perdón de los pecados. Acán y su familia fueron señalados como las partes culpables e impenitentes y fueron ejecutados (Josué 7:14-24). Entonces Dios dejó de estar enfadado con Israel. La relación de pacto entre el Señor y Su pueblo quedó restablecida.
El destino de Acán ilustra la verdad de Santiago 1:14-15 (NBLA), "cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión. Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte". Descubrimos a partir de que Acán tomara las cosas malditas que el pecado corrompe y destruye la vida de las personas. En Su santidad, Dios no tolera el pecado entre Su pueblo. Pero en Su amor nos llama al arrepentimiento y al perdón para que nuestra relación con Él se pueda restablecer.
Las "cosas dedicadas al anatema" son las que estaban apartadas y consagradas al Dios de Israel, ya fuera para un uso ceremonial especial o para su destrucción (ver Levítico 27:28; Deuteronomio 2:34). El botín de la conquista de Jericó, que incluía plata, oro y otros objetos de valor, debía ir al tesoro del Señor (Josué 6:17-21), y los ídolos y todo lo demás que había en la ciudad debía ser destruido (Josué 6:24), excepto Rahab y su familia. Se prohibió al pueblo tomar nada de Jericó para su uso personal.
Las instrucciones de Josué eran claras: "No se queden con ninguna cosa que esté destinada para ser destruida, pues, de lo contrario, ustedes mismos serán destruidos por completo y traerán desgracia al campamento de Israel" (Josué 6:18, NTV). Acán, cuyo nombre significa "molestia", violó el mandato al tomar algunas de las cosas consagradas (Josué 7:1). Acán desobedeció lo que sabía que era la voluntad de Dios y, según confesión propia, tomó para sí parte del botín prohibido: "Cuando vi entre el botín un hermoso manto de Sinar y 200 siclos (2.28 kilos) de plata y una barra de oro de cincuenta siclos de peso, los codicié y los tomé; todo eso está escondido en la tierra dentro de mi tienda con la plata debajo" (Josué 7:21, NBLA). Dios llama al pecado de Acán "terrible ofensa" (versículo 15), y a causa de ese pecado, Israel fue derrotado en Hai.
Lo primero que observamos de que Acán tomara las cosas malditas es la actitud de Dios hacia el pecado. El Señor se enfadó por la desobediencia de Acán, pero Su ira no ardía solo contra ese hombre, sino contra todos los hijos de Israel. Dios hizo responsable a la nación como a todo un pueblo, incluidos Josué y los ancianos de Israel. ¿Por qué haría Dios esto? Porque Israel era un pueblo -una familia- bajo Dios (Éxodo 19:5-6; Eclesiastés 9:18). Toda la familia mantenía una relación de pacto con Dios. Cuando un miembro rompía el pacto, se rompía la relación de toda la familia con el Señor.
Hoy existe un vínculo similar entre los creyentes. Juntos formamos un solo cuerpo, y Jesucristo es la Cabeza (1 Corintios 12:12-31). Cuando un miembro peca, las consecuencias van más allá de esa persona. En el caso de Acán, treinta y seis soldados que no habían participado en su rebelión murieron en la batalla de Hai.
El apóstol Pablo aplicó la regla a la Iglesia del Nuevo Testamento: "¿No se dan cuenta de que ese pecado es como un poco de levadura que impregna toda la masa?". (1 Corintios 5:6, NTV). Como miembros del cuerpo de Cristo, somos una unidad. Nos pertenecemos unos a otros, nos necesitamos unos a otros, y lo que le ocurre a uno de nosotros nos afecta a todos: "Si una parte sufre, las demás partes sufren con ella y, si a una parte se le da honra, todas las partes se alegran"(1 Corintios 12:26, NTV).
Un principio similar se observa en la rebelión pecaminosa de Adán y Eva, que afectó a toda la raza humana. El pecado de los primeros humanos provocó la caída de toda la humanidad, poniendo fin a la comunión perfecta que todas las personas podrían haber disfrutado con Dios. Nos engañamos si pensamos que nuestro pecado solo nos afecta a nosotros. Nuestra desobediencia causa estragos en los que amamos, incluidos los inocentes.
El relato de Acán sobre su apropiación de las cosas malditas revela una progresión del pecado: según sus propias palabras, "vio", "codició", "tomó" y escondió las pruebas (Josué 7:21). El comentario del teólogo del siglo XVII Matthew Poole resume bien la caída de Acán: el pecado "empezó en su ojo, que permitió que los mirara y se fijara en ellos, lo que inflamó su deseo y le hizo codiciarlos; y ese deseo le puso en acción y le hizo tomarlos; y después de haberlos tomado, resolvió guardarlos y, con ese fin, esconderlos en su tienda" (Poole's English Annotations on the Holy Bible, entrada para Josué 7:21).
La historia de Acán también nos enseña que Dios no permite que el pecado quede impune entre el pueblo de Su pacto (ver Números 32:23). Acán intenta ocultar su pecado (Josué 7:21), pero lo que está oculto a la vista humana sigue siendo conocido por Dios (Jeremías 16:17; Job 10:14; Daniel 2:22; Salmo 69:5). No podemos ocultar nuestros pecados a un Padre celestial que todo lo sabe.
El pecado de un solo hombre puso a toda la nación en peligro de destrucción (Josué 7:12). Todo el pueblo de Israel tenía una lección que aprender de Acán, que tomó las cosas malditas. Dios les dijo: "Consagraos" (Josué 7:13). Tribu por tribu, clan por clan, hogar por hogar, cada persona debía escudriñar su corazón, purificar su vida y presentarse ante el Señor. En ese momento, la gracia de Dios se extendía a cada persona para el perdón de los pecados. Acán y su familia fueron señalados como las partes culpables e impenitentes y fueron ejecutados (Josué 7:14-24). Entonces Dios dejó de estar enfadado con Israel. La relación de pacto entre el Señor y Su pueblo quedó restablecida.
El destino de Acán ilustra la verdad de Santiago 1:14-15 (NBLA), "cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión. Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte". Descubrimos a partir de que Acán tomara las cosas malditas que el pecado corrompe y destruye la vida de las personas. En Su santidad, Dios no tolera el pecado entre Su pueblo. Pero en Su amor nos llama al arrepentimiento y al perdón para que nuestra relación con Él se pueda restablecer.