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Pregunta

¿Qué dice la Biblia sobre el pre-evangelismo?

Respuesta


El pre-evangelismo significa diferentes cosas para cada persona. Algunos ven el pre-evangelismo como realizar lo que Pablo hizo con los filósofos en la Colina de Marte. Comenzó con lo que ellos sabían sobre un "Dios desconocido" y argumentó la existencia de un Dios personal (Hechos 17:22-34) que exige justicia. Este tipo de pre-evangelismo busca llegar a las personas donde están. Otros ven el pre-evangelismo como "evangelismo amigable" donde el creyente desarrolla una relación de amistad con un incrédulo y, por medio de acciones bondadosas y viviendo la vida cristiana frente a él, se puede ver la verdad del evangelio incluso antes de que se comparta. Otros ven el pre-evangelismo como una preparación extensiva en la apologética antes de intentar compartir el evangelio con otros.

Aunque no podemos suponer que la gente de hoy en día haya oído hablar de Cristo, tenemos que entender que Romanos 1:19-20 nos asegura que Dios nos creó para conocerle porque lo ha hecho evidente en cada ser humano que ha nacido. El conocimiento de Dios se puede encontrar mirando a la creación y viendo "Sus atributos invisibles, Su eterno poder y Su naturaleza divina", como afirma Pablo en este pasaje de Romanos. Dios nos hizo de esa manera para que ninguno de nosotros pueda nunca afirmar que no conoce Su existencia. En otras palabras, "no tenemos excusa". Ese conocimiento interno de Dios lleva entonces a la humanidad a buscarlo, y estamos seguros de que, si lo hacemos, lo encontraremos porque "no está lejos de cada uno de nosotros" (Hechos 17:24-28).

Así que la presencia de un "agujero en forma de Dios" dentro de nosotros nos impulsa a buscar a Dios, encontrarlo y adorarlo. Sólo así obtendremos la vida eterna y la verdadera satisfacción, la paz, el gozo y la satisfacción. Tristemente, mucha gente prefiere adorar a lo creado, no al Creador (Romanos 1:21-23). Intentan reemplazar su necesidad de Dios con lo que sea. Jesús comisionó a todos Sus discípulos, pasados, presentes y futuros, para ir al mundo y proclamar el evangelio, las buenas nuevas de Su sacrificio en la cruz a favor nuestro. La razón por la que nos dio este mandato es que, aunque Dios nos creó a todos con la capacidad de conocerle, muchos todavía le rechazan y desprecian. Aceptar a Cristo como Salvador significa que debemos reconocer el hecho de que somos pecadores y que necesitamos la salvación. Por lo tanto, confesar nuestro pecado significa dejar el orgullo e inclinarse ante Dios para pedir humildemente la salvación. Demasiada gente, incluso después de escuchar el mensaje de la Verdad una y otra vez, simplemente no lo hará.

Para alcanzar efectivamente a la gente con el evangelio se requiere que los seguidores de Cristo no necesariamente vayan de puerta en puerta en una campaña de evangelización - aunque en muchas circunstancias eso es una herramienta efectiva - sino que vivan su salvación con mucho gozo, esperanza y paz, de tal manera que las personas con las que nos contactamos diariamente no puedan evitar ver a Cristo en nuestras vidas. Como dice 1 Pedro 3:15: "Sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros". Nosotros, los seguidores de Jesucristo, somos verdaderamente "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 Pedro 2:9).

Tenemos la responsabilidad de compartir la luz del evangelio de Jesucristo con aquellas personas dentro de nuestra esfera de influencia diaria, es decir, con nuestros vecinos, con las personas con las que trabajamos, con cualquiera con quien tengamos contacto. No hay coincidencias en las circunstancias que rodean a las personas que encontramos cada día, sólo oportunidades que Dios nos ofrece para que "alumbre vuestra luz delante de los hombres" a fin de que den gloria a nuestro Padre que está en los cielos (Mateo 5:16).

Establecer relaciones con las personas que se encuentran en nuestra esfera de influencia requiere que las conozcamos y que tengamos un interés genuino en sus vidas. Las conversaciones que se basan en hacer preguntas para aprender más sobre ellos y luego escuchar activamente y hacer preguntas de seguimiento, es una excelente manera de iniciar una relación. A medida que conocemos a las personas, podemos hacer preguntas más personales tales como: "¿Crees en Dios?" o "¿En qué tienes fe o en qué crees en tu vida?", que pueden ayudarnos mucho a determinar lo que ellos consideran más importante en la vida. Esto puede ayudar a sentar las bases a medida que buscamos compartir las Buenas Nuevas con ellos.

Todos en esta vida pasamos por pruebas y tribulaciones, y el hecho de hacerles saber a los que nos rodean que, cuando experimentamos dificultades, nuestra fe y esperanza descansan en Cristo, les puede ayudar también a darse cuenta de que necesitan de Él. Nada habla más poderosamente a los que nos rodean que la evidencia de la paz sobrenatural de Dios en nuestras vidas en medio de la confusión.

Sobre todo, cuando tenemos conversaciones con la gente que nos rodea cada día, tenemos que usar tanto nuestro propio testimonio personal como la Palabra de Dios como un instrumento en nuestra caja de herramientas. Decirle a alguien cómo llegamos a tener una relación personal con Jesucristo y usar las Escrituras para respaldarla, le da el poder de Dios a nuestro testimonio. Como sabemos, no son nuestras palabras sino el poder del Espíritu Santo lo que convence al mundo de pecado (Juan 16:8).

Aunque formar relaciones y encontrar oportunidades para compartir a Cristo con aquellos con los que entramos en contacto cada día puede no parecer una estrategia, está resultando ser uno de los medios más efectivos para evangelizar el mundo hoy en día. Y lo mejor de compartir a Cristo de esta manera es que, como la relación con esa persona ya está establecida, nos posiciona para discipularlo una vez que llegue a la fe. El discipulado es una parte crucial de nuestro crecimiento espiritual y ayuda a establecer y fortalecer una base firme para nuestra fe que durará para la eternidad.

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