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Pregunta

¿Cuál era el propósito de la Ley Levítica?

Respuesta


Con frecuencia existe confusión acerca del papel de la Ley del Antiguo Testamento y cómo se relaciona con los cristianos de hoy. Algunos dicen que las leyes levíticas eran solo para el pueblo judío, mientras que otros dicen que se aplican a todos los que adoran a Dios. Algunos piensan que enseñan un camino de salvación diferente al del Nuevo Testamento, y algunos incluso piensan que representan a un Dios diferente al Dios amoroso y misericordioso revelado en el Nuevo Testamento. ¿Qué es la Ley Levítica y cuál era su propósito?

En primer lugar, aclaremos algunos términos. Los levitas eran los descendientes de Leví, uno de los doce hijos de Jacob. Moisés era de la tribu de Leví, y cuando Dios le entregó la Ley en el monte Sinaí, designó a los levitas como la tribu responsable de las principales funciones religiosas de la nación. Fueron nombrados sacerdotes, cantores y cuidadores en el culto a Dios. Al llamarla Ley Levítica, reconocemos que Dios reveló la Ley a través de Moisés, un levita, y que Dios nombró a los levitas como líderes religiosos de Israel. La misma Ley se llama a veces "Mosaica" porque fue dada a través de Moisés, y también se la conoce como el "Antiguo Pacto", porque forma parte de la promesa de Dios a Abraham y a sus descendientes.

Para descubrir el propósito de Dios en la Ley, debemos primero fijarnos en su origen y en lo que Dios le dijo a Moisés al respecto. Cuando Moisés y el pueblo llegaron al monte Sinaí, Dios dijo: "Ahora pues, si en verdad escuchan Mi voz y guardan Mi pacto, serán Mi especial tesoro entre todos los pueblos, porque Mía es toda la tierra. Ustedes serán para Mí un reino de sacerdotes y una nación santa" (Éxodo 19:5-6, NBLA). La primera mención de la Ley a la nación fue como un pacto, un acuerdo legal entre Dios y el pueblo que Él eligió. Los israelitas debían obedecerla plenamente si querían recibir sus beneficios.

Dios comenzó Su introducción a la Ley con los Diez Mandamientos, pero toda la Ley abarca 613 mandamientos, tal y como se detalla en el resto de los libros de Moisés. Jesús resumió la Ley en dos puntos fundamentales: el amor a Dios y el amor al prójimo (Mateo 22:37-39). Estos puntos fundamentales se pueden ver fácilmente en los Diez Mandamientos: los cuatro primeros se centran en nuestra relación con Dios, y el resto se centran en las relaciones interpersonales. Sin embargo, si pensamos que ese es el único propósito de la Ley, pasamos por alto un elemento importante. Muchos de los mandamientos individuales dan instrucciones detalladas sobre cómo se debía adorar a Dios y cómo debía vivir el pueblo. Como veremos, es en esos pequeños detalles donde se mostraba o se negaba el amor.

Durante cientos de años, los israelitas vivieron bajo la Ley levítica, a veces obedeciéndola, pero más a menudo incumpliendo los mandamientos de Dios. Gran parte de la historia del Antiguo Testamento trata de los castigos que Israel recibió por su desobediencia. Cuando Jesucristo vino, dijo que no había venido "para poner fin a la ley o a los profetas; no he venido para poner fin, sino para cumplir" (Mateo 5:17, NBLA). En el Sermón del Monte, Jesús llevó la Ley a un nivel superior, aplicándola a los pensamientos y las intenciones del corazón. Esta perspectiva disminuye significativamente nuestra capacidad de guardar la Ley.

El apóstol Pablo nos da una idea del propósito de Dios para la Ley en su carta a los Gálatas. En Gálatas 3:10 (NBLA) dice: "Porque todos los que son de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo el que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas". Los detalles precisos vuelven a aparecer: si no cumplimos todos los mandamientos a la perfección, estamos condenados (ver Santiago 2:10). En Gálatas 3:19 (NBLA), Pablo pregunta: "¿para qué fue dada la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniera la descendencia a la cual había sido hecha la promesa". ¿Qué significa eso? El versículo 24 lo aclara: "la ley ha venido a ser nuestro guía para conducirnos a Cristo, a fin de que seamos justificados por la fe". La Ley señaló nuestra pecaminosidad, demostró nuestra incapacidad para cumplir nuestra parte del pacto, nos hizo prisioneros de nuestra culpa y nos mostró nuestra necesidad de un Salvador. El propósito de la Ley también se revela en Romanos 3:19-20 como el de producir una conciencia del pecado y hacer que el mundo "responda ante Dios". Pablo llega incluso a decir que no habría conocido el pecado si no fuera por la Ley (Romanos 7:7).

La Ley levítica cumplió bien su función, señalando la pecaminosidad de la humanidad y condenándonos por ella. Pero, por muy poderosa que fuera en ese sentido, era impotente en otro. Hebreos 7:18-19 nos dice que la antigua Ley fue derogada "porque era débil e inútil (pues la ley no perfeccionaba nada)". La Ley no tenía forma de cambiar nuestra naturaleza pecaminosa. Necesitábamos algo mejor para lograrlo. De hecho, Hebreos continúa diciendo que la Ley era "sombra de los bienes futuros y no la forma misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que ellos ofrecen continuamente año tras año, hacer perfectos a los que se acercan" (Hebreos 10:1, NBLA).

El deseo de Dios siempre ha sido tener comunión con la humanidad, pero nuestro pecado lo impedía. Él dio la Ley para establecer un estándar de santidad y, al mismo tiempo, para mostrar que nunca podríamos alcanzar ese estándar por nosotros mismos. Por eso tuvo que venir Jesucristo: para cumplir todos los requisitos justos de la Ley en nuestro lugar y luego tomar el castigo por nuestra violación de esa misma Ley. Pablo escribió en Gálatas 2:16 (NBLA) que no somos justificados "por las obras de la ley, sino mediante la fe en Cristo Jesús". Cuando recibimos el perdón de Dios mediante nuestra confesión de fe en la muerte sacrificial de Jesús, la Ley se cumple para nosotros y "ya no hay ofrenda por el pecado" (Hebreos 10:18, NBLA). La condenación de la Ley no recae sobre nosotros, porque "la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte" (Romanos 8:2, NBLA).

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