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Pregunta

¿Qué significa que Jesús es la respuesta?

Respuesta


"Jesús es la respuesta" es una frase popular. Sin embargo, falta la pregunta. ¿A qué se refiere la afirmación de que Jesús es la respuesta?

Jesús es la respuesta a nuestra relación rota con Dios. Cuando Dios creó a Adán y Eva, disfrutaron de una perfecta comunión con Él. Pero Adán pecó al desobedecer a Dios, trayendo así la muerte al mundo (Génesis 3:8–19; Romanos 5:12; 6:23; 1 Corintios 15:21–22). Una parte significativa de esa muerte es la muerte espiritual. La relación del ser humano con Dios se rompe. Dios proporcionó una cobertura para Adán y Eva (Génesis 3:21) y prometió un Redentor que derrotaría a Satanás y reconciliaría a Dios y al hombre (Génesis 3:15). La narrativa del Antiguo Testamento revela gradualmente el plan de Dios para salvar a las personas. El Nuevo Testamento nos muestra que Jesús es el Redentor prometido. Jesús expió nuestros pecados y restaura la posibilidad de una relación con Dios.

Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Jesús es la respuesta—la única respuesta—a nuestra relación rota con Dios. Aparte de Él no hay salvación (Hechos 4:12; 1 Timoteo 2:5–6). El término bíblico para el acto de Dios de hacer las paces con la humanidad pecadora es reconciliación (ver 2 Corintios 5:18). Romanos 5:10 nos recuerda que, en Cristo, los enemigos de Dios fueron hechos amigos y recibieron vida: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Romanos 5:10).

Jesús es la respuesta al problema de nuestro enajenamiento de Dios. Es Jesús quien hace posible que nuestros pecados sean perdonados y que seamos hijos de Dios (Juan 1:12–13). Es Jesús quien repara nuestra relación con Dios para que podamos tener comunión con Él durante nuestras vidas y finalmente vivir con Él por la eternidad.

Jesús es la respuesta a nuestras conciencias culpables. Incluso después de ser salvos, seguimos pecando y experimentando las consecuencias temporales del pecado. El pecado nos impide tener plena comunión con Dios. Sin embargo, tenemos la promesa de Dios: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9). Jesús es quien "lava nuestros pies" de las impurezas diarias, incluso después de haber sido "completamente lavados" (ver Juan 13:10). Jesús es la razón por la que podemos recibir perdón y ser purificados. Él es la respuesta a nuestro problema del pecado tanto ahora como para la eternidad.

Jesús es la respuesta a nuestras relaciones rotas con los demás. Cuando Adán y Eva pecaron, no solo rompieron su relación con Dios, sino que también dañaron su relación entre ellos (ver Génesis 3:12, 16). Desde entonces, los seres humanos han tenido problemas para relacionarse entre sí (ver Génesis 4:8). Esta ruptura relacional se manifiesta de varias formas, incluyendo las murallas que erigimos entre razas. En la era del Nuevo Testamento, había una gran división entre gentiles y judíos. Jesús es la respuesta a todos los tipos de discordia: "Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades (...) para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre" (Efesios 2:14-18; cf. Gálatas 3:26–29).

Jesús instruyó a Sus seguidores a amarse unos a otros con humildad y sacrificio (Juan 13:34–35). Jesús oró por la unidad entre Sus seguidores (Juan 17), una unidad acogida por la iglesia primitiva (Hechos 8 y 10). Porque hemos recibido el perdón en Jesús, podemos perdonar a los demás. Jesús es la respuesta para nuestra confusión relacional.

Jesús es la respuesta a una existencia sin sentido. El escritor de Eclesiastés se lamenta de la insignificancia de las búsquedas mundanas aparte de Dios. Cuando estamos muertos espiritualmente, la vida es en última instancia vacía. Nada en este mundo satisfará completamente los anhelos más profundos de nuestros corazones (ver Salmos 73:25). No obstante, en Jesús, tenemos un propósito. Él dijo, "El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia" (Juan 10:10). La vida cristiana es una vida fructífera. Estamos invitados a ser parte de la obra de Dios en el mundo, encargados de compartir el evangelio y hacer discípulos (Mateo 28:18–20). No podemos hacer nada aparte de Jesús, pero en Él damos mucho fruto (Juan 15:5).

Jesús es la respuesta a nuestras preocupaciones y dudas. La vida implica dificultades, y con las dificultades vienen preocupaciones, miedos y dudas. Jesús dijo a Sus seguidores: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Jesús nos recordó del amor y cuidado de Dios (Mateo 6:24–33). Jesús también nos dio al Espíritu Santo para vivir con nosotros para siempre (Juan 14:15–21; 16:7–15). Jesús es la razón por la que no estamos solos. Jesús es la respuesta a nuestros temores. Él puede simpatizar con nosotros porque ha vivido una vida humana en este mundo roto (Hebreos 4:15–16). Jesús nos da paz y nos equipa para sobrellevar, e incluso alegrarnos, de las dificultades de esta vida (Santiago 1:2–5).

Jesús es la respuesta a los problemas del mundo. La experiencia nos dice que el mundo está roto y necesita reparación, a veces su fragilidad es bastante obvia. Jesús es la respuesta. Él tiene un plan para arreglar este mundo roto: "Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre sus hombros; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. El aumento de su soberanía y de la paz no tendrán fin sobre el trono de David y sobre su reino, para afianzarlo y sostenerlo con el derecho y la justicia desde entonces y para siempre. El celo del Señor de los ejércitos hará esto" (Isaías 9:6-7 - LBLA). La paz mundial ha demostrado ser un objetivo esquivo en nuestro mundo devastado por la guerra, pero un día Jesús arreglará todo, y el Príncipe de Paz gobernará en verdadera justicia, inaugurando un tiempo de bendición y abundancia que el mundo nunca ha visto (Isaías 11). Apocalipsis 21 predice un nuevo cielo y una nueva tierra: "Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron" (Apocalipsis 21:3–4).

Llegará un día en que se resolverán los problemas del mundo, todo será nuevo y reinará la paz. Esto es gracias a Jesús. Esperamos ansiosamente Su regreso, confiando en que "El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento" (2 Pedro 3:9).

No importa cuáles sean nuestras necesidades individuales, Jesús es la respuesta para nuestras vidas hoy, y promete un mejor futuro por venir.

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