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Pregunta

¿Qué es el Domingo de Ramos?

Respuesta


El Domingo de Ramos es el día en que celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, una semana antes de su resurrección (Mateo 21:1-11). Cuando Jesús entró en la ciudad santa, se acercaba a la culminación de un largo viaje hacia el Gólgota. Había venido a salvar a los perdidos (Lucas 19:10), y ahora era el momento -éste era el lugar- de asegurar esa salvación. El Domingo de Ramos marcó el inicio de lo que suele llamarse la "Semana de la Pasión", los últimos siete días del ministerio terrenal de Jesús.

El Domingo de Ramos comenzó con el viaje de Jesús y Sus discípulos por el Monte de los Olivos. El Señor envió a dos discípulos a la aldea de Betfagé en busca de un animal para montar. Encontraron el pollino, tal como Jesús había dicho que harían (Lucas 19:29-30). Cuando desataron el pollino, los dueños empezaron a interrogarles. Los discípulos respondieron con la respuesta que Jesús les había dado: "El Señor lo necesita" (Lucas 19:31-34). Sorprendentemente, los dueños quedaron satisfechos con esa respuesta y dejaron marchar a los discípulos. "Lo trajeron a Jesús, y echando sus mantos sobre el pollino, pusieron a Jesús sobre él" (Lucas 19:35).

Mientras Jesús ascendía hacia Jerusalén, una gran multitud se reunió a Su alrededor. Esta multitud comprendía que Jesús era el Mesías; lo que no entendían era que aún no había llegado el momento de instaurar el reino, aunque Jesús había intentado decírselo (Lucas 19:11-12). Las acciones de la multitud a lo largo del camino dan origen al nombre de "Domingo de Ramos": "La mayoría de la multitud tendió sus mantos en el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino" (Mateo 21:8). Al esparcir sus mantos por el camino, la gente daba a Jesús el tratamiento real: el rey Jehú recibió un honor similar en su coronación (2 Reyes 9:13). Juan registra el detalle de que las ramas que cortaron eran de palmas (Juan 12:13).

En ese primer Domingo de Ramos, la gente también honró a Jesús verbalmente: "Y las multitudes que iban delante de Él y las que iban detrás, gritaban: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito Aquel que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!" (Mateo 21:9). En su alabanza a Jesús, las multitudes judías citaban el Salmo 118:25-26, una reconocida profecía del Cristo. La alusión a un salmo mesiánico provocó el resentimiento de los líderes religiosos presentes: "Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a Tus discípulos". (Lucas 19:39). Sin embargo, Jesús no vio la necesidad de reprender a los que decían la verdad. Respondió: "Les digo que si estos se callan, las piedras clamarán" (Lucas 19:40).

Entre 450 y 500 años antes de la llegada de Jesús a Jerusalén, el profeta Zacarías había profetizado el acontecimiento que hoy llamamos Domingo de Ramos: "¡Regocíjate sobremanera, hija de Sión! ¡Da voces de júbilo, hija de Jerusalén! Mira, tu Rey viene a ti, Justo y dotado de salvación, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de asna" (Zacarías 9:9). La profecía se cumplió en todos los detalles, y fue un tiempo de júbilo, pues Jerusalén dio la bienvenida a su Rey. Por desgracia, la fiesta no duró mucho. Las multitudes buscaban un Mesías que las rescatara políticamente y las liberara nacionalmente, pero Jesús había venido a salvarlas espiritualmente. Lo primero es lo primero, y la necesidad primordial de la humanidad es la salvación espiritual, no la política, cultural o nacional.

Incluso cuando las multitudes sin abrigo agitaban las ramas de palma y gritaban de alegría, se perdieron la verdadera razón de la presencia de Jesús. No podían ver ni entender la cruz. Por eso, "Cuando Jesús se acercó, al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Si tú también hubieras sabido en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. Porque sobre ti vendrán días, cuando tus enemigos...no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no conociste el tiempo de tu visitación" (Lucas 19:41-44). Es trágico ver al Salvador y no reconocerlo por lo que es.

Se acerca el día en que toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor (Filipenses 2:10-11). Entonces la adoración será real. Además, Juan registra una escena en el cielo que muestra la celebración eterna del Señor resucitado: "Después de esto miré, y vi una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos, y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las manos" (Apocalipsis 7:9, énfasis añadido). Estos santos con palmas gritarán: "La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero" (versículo 10), y ¿quién puede medir el alcance de su gozo?

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