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Pregunta

¿Qué dice la Biblia sobre la codicia?

Respuesta


“No codiciarás”. Cualquier lectura de los Diez Mandamientos termina con la prohibición de la codicia, el deseo de tener la riqueza o posesiones de alguien más. Pero Éxodo 20:17 va más allá de simplemente prohibir la codicia, dando ejemplos de cosas que la gente codicia: "No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo". Esos detalles ayudan a explicar la codicia para que entendamos la intención de Dios y por qué la codicia es pecado.

No codiciarás la mujer de tu prójimo. Una forma en la que codiciamos es a través de la lujuria. La lujuria es un fuerte deseo por algo que Dios ha prohibido. Cuando codiciamos la esposa de alguien más, estamos dejando emocionalmente a la que prometimos nuestras vidas. Podemos nunca tocar inapropiadamente a la persona que codiciamos, pero en nuestros corazones deseamos lo que no es nuestro, y eso es pecado. Jesús equiparó la lujuria interna con el adulterio externo (Mateo 5:28). Aunque el último tiene consecuencias más devastadoras en esta vida, el primero es igualmente repugnante para Dios. Es imposible amar a nuestro prójimo y al mismo tiempo codiciar a su cónyuge (ver 1 Pedro 1:22; Marcos 12:33). La codicia hace que veamos al prójimo como un rival, y eso crea celos y envidia, y puede llevarnos finalmente a exteriorizar nuestro pecado interior (Santiago 1:14-15).

No codiciarás su siervo o sierva. En la mayoría de culturas, tener sirvientes implica que la familia está bien financieramente. Los seres humanos somos propensos a comparar, y juzgamos nuestro propio éxito por cómo pensamos que nos comparamos con otros. La codicia moderna por lo general toma la forma de “ir a la par con los vecinos” y lleva a la insatisfacción con lo que Dios nos ha dado.

Por ejemplo, la Sra. Ruiz disfruta de su hogar y no le importa el trabajo diario que requiere. Luego visita a la Sra. López, quien tiene una empleada, un cocinero y un mayordomo. La casa está impecable y la cena es excelente. Ella vuelve a casa y se siente insatisfecha con su propia casa. Imagina lo fácil que sería la vida si tuviera sirvientes como los de la Sra. López. Comienza a despreciar sus propias recetas sencillas, la continua tarea de lavar ropa y tener que abrir su propia puerta. Codiciar los sirvientes de su vecina llevará a la Sra. Ruiz a un espíritu de ingratitud y a una falta de contentamiento (Proverbios 15:16; Lucas 12:15; Filipenses 4:11).

No codiciarás el buey o el asno de tu prójimo. En las antiguas economías, los animales de servicio representaban el sustento de un hombre. Un hombre con varios bueyes robustos podría arar y cosechar más cultivos. Los burros eran animales de carga que los comerciantes utilizaban. Los hombres con muchos burros estaban bien y podían incluso alquilarlos a otros, obteniendo así más ingresos. Codiciar los animales de trabajo de otro implicaba insatisfacción con el propio sustento. La actitud de codicia creaba resentimiento hacia Dios y celos hacia los vecinos.

Hoy día, codiciar el buey o el asno de un vecino puede sonar algo así: "¿Por qué él se lleva todas las ventajas? Trabajo igual de duro que él, pero no llego a ninguna parte. Si solo tuviera lo que él tiene, también yo podría mejorar". No podemos amar y servir a nuestros vecinos si estamos celosos de su posición en la vida. Codiciar el sustento de otro puede resultar en creer que Dios no está haciendo bien Su trabajo cuidando de nosotros, ya que lo acusamos de ser injusto en la forma en que ha bendecido a otra persona (2 Tesalonicenses 1:5-6).

No codiciarás nada que pertenezca a tu prójimo. Este mandamiento cubre todas las posesiones. Necesitamos guardar nuestros corazones para no caer en la codicia en ningún área.

El rey Acab es un ejemplo bíblico de alguien vencido por los males de la codicia (1 Reyes 21:1–16). Como el rey de Israel, Acab tenía todo lo que necesitaba, pero vio una viña que no era suya y la codició. Su codicia llevó al descontento, a encerrarse en sí mismo y eventualmente al asesinato cuando su malvada esposa, Jezabel, le arrebató la viña y mandó matar a su legítimo dueño. Cuando permitimos que la codicia se salga con la suya, puede llevarnos a males mayores.

Primera de Timoteo 6:6–10 nos da la cura para la codicia: "Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores". Dios nos dio los mandamientos contra la codicia para nuestro propio bien. No se puede ser codicioso y agradecido al mismo tiempo. La codicia mata el contentamiento, el gozo y la paz. Cuando nos mantenemos continuamente conscientes de todo lo que Dios ha hecho por nosotros, protegemos nuestros corazones contra la codicia (1 Tesalonicenses 5:18).

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