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Pregunta

¿Cuál es el argumento de la incredulidad?

Respuesta


El argumento de la incredulidad es que la presencia de no creyentes sinceros demuestra que Dios no puede existir. Sugiere que hay muchas personas dispuestas a creer en Dios, si se les diera suficiente evidencia. El hecho de que a estas personas no se les haya dado la evidencia adecuada se ve como prueba de que no hay un Dios amoroso que proporcione tal evidencia o que tal evidencia es simplemente inexistente.

En pocas palabras, el argumento de la incredulidad afirma que, si Dios es real, se daría a conocer tan claramente que cualquiera que estuviera sinceramente dispuesto ya creería.

Hay dos principales premisas detrás del argumento de la incredulidad; ambas son evidentemente falsas. La primera es que existe un no-creyente objetivo, sincero y dispuesto. La segunda es que Dios no ha podido proporcionar "suficiente" evidencia para llevar a la verdad. También hay una tercera premisa, algo escondida en el argumento, relacionada con el hecho de si Dios está obligado o no a cumplir alguna norma mínima para la revelación. La lógica detrás de esta afirmación es extremadamente endeble, de tal manera que la misma idea básica rara vez, si es que alguna vez, se aplica a cualquier otro tema.

La explicación más clara de por qué el argumento de la incredulidad es falso, viene directamente de la propia Escritura. El libro de Romanos aborda este argumento más o menos de frente, desacreditando ambas premisas defectuosas en términos no inciertos:

“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa”.

“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles”.

“Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén”. – Romanos 1:18–25 (énfasis añadido)

En pocas palabras, la incredulidad en última instancia no se basa en la sinceridad o incluso en la ignorancia, sino en un rechazo fundamental a seguir la verdad. De hecho, la Biblia indica que lo que está sucediendo es que se está deteniendo la verdad. Los que no creen en Dios pueden ser "sinceros" en el sentido de que legítimamente no creen en Dios. Pero la evidencia que Dios ha puesto en la experiencia humana es más que suficiente para que todos la sigan hasta la misma conclusión lógica. Incluso el ateo más sincero, en algún momento, está rechazando o ignorando de manera poco sincera y deliberada un cierto nivel de evidencia de Dios. Están haciendo a un lado o eligiendo no perseguir las cosas "claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas" (Romanos 1:20).

Además de eso, las Escrituras indican que Dios ha puesto evidencia de sí mismo en la naturaleza (Salmo 19:1) y responderá a cualquiera que lo busque (Mateo 7:7-8). La Biblia también explica cómo la intención de una persona siempre prevalece sobre las pruebas: una persona tiene que querer saber la verdad antes de que las pruebas o la lógica marquen alguna diferencia (Juan 7:17). No hay cantidad de evidencia que pueda convencer a una persona que se resiste (Lucas 16:19-31), y cuanto más una persona dice "Sólo necesito más evidencia", más está demostrando que ninguna evidencia será realmente suficiente (Mateo 12:39).

La experiencia apoya la enseñanza de la Biblia sobre este tema. La lógica y la experiencia hacen perfectamente razonable decir que no existe un "ateo no resistente". Un simple paralelo a esto es la moderna estructura actual de observadores de la Tierra Plana.

Ciertas personas en el mundo moderno insisten en que la tierra es plana. A pesar de los mitos que dicen lo contrario, la humanidad en general sabía que la tierra era esférica mucho antes que Cristóbal Colón. La evidencia natural disponible incluso en los días de los escritores del Antiguo Testamento y los filósofos griegos era sencilla y se observaba e interpretaba. Los que utilizan el argumento de la incredulidad contra Dios dudarían en afirmar que los modernos observadores de la Tierra plana están "abiertos" a la creencia en un planeta esférico. O que es probable que cambien de opinión cuando se les presenten pruebas. Ambas posibilidades pueden ser ciertas en teoría, pero no en la práctica.

A pesar de las afirmaciones personales de "sinceridad", la experiencia muestra que la creencia en la Tierra Plana requiere cierto nivel de intencionalidad deliberada. Hay que ignorar ciertos hechos a propósito, eliminarlos o ponerlos patas arriba. En otras palabras, el típico observador de la Tierra Plana que afirma estar "abierto" a las pruebas simplemente no lo está. Incluso cuando se le presentan pruebas abrumadoras, los arquetípicos observadores de la Tierra Plana las excusan, las niegan o las ignoran.

Además, la lógica indica que la existencia de un observador abierto pero desinformado no probaría que la Tierra es plana. Esto revela la tercera premisa falsa del argumento de la no creencia: que Dios debe proporcionar cierta evidencia, de acuerdo con una cierta línea de tiempo. Esta premisa fracasa porque está enraizada en el mismo problema que lleva al ateísmo en primer lugar: la suposición de que Dios debe hacer lo que el ateo haría. Una persona puede ser sincera, y estar sinceramente equivocada; a Dios no se le exige que preste atención a una línea arbitraria que la humanidad dibuja en la arena.

Esto no quiere decir que la conversión, ya sea para los observadores de la Tierra plana o para los ateos, sea imposible. Pero, en casi todos los casos, los ateos convertidos admiten que al menos parte de su problema fue una deliberada falta de voluntad de creer. Reconocen, a posteriori, que permitían que el prejuicio y la preferencia anularan las pruebas. Las citas de famosos ateos están llenas de emoción, angustia, y la confesión directa de que no quieren que Dios sea real. Es por eso que los argumentos emocionales son por mucho la fuerza principal para resistirse a la creencia en la existencia de Dios.

Más allá de eso, tenemos extensas categorías de evidencia de la existencia de Dios. Estas evidencias, por sí mismas, ayudan a refutar el argumento de la incredulidad. Después de todo, si Dios no ha proporcionado "suficientes" pruebas para una persona sincera, ¿a qué responden los antiguos ateos que afirman que las pruebas los llevaron a convertirse al cristianismo? La única defensa posible para el argumento de la incredulidad, en ese momento, es argumentar en un círculo, afirmando que los antiguos ateos están siendo engañados, mientras que los incondicionales no creyentes simplemente no son tan crédulos, cambiando constantemente las definiciones de sinceridad y evidencia.

Aún más, el sentido común dice que algunos que actualmente afirman no ver suficientes pruebas de la existencia de Dios se convertirán en algún momento en el futuro. Si el argumento de la no creencia tiene algún significado, tales conversiones implicarían fuertemente que Dios, de hecho, existe. Allí, de nuevo, el no creyente tendrá que recurrir a alguna forma del argumento del "No es un verdadero hombre escocés" u otras evasivas para evitar la lógica de su propia posición.

Las Escrituras y la simple observación muestran que las dos premisas principales del argumento de la incredulidad son falsas. La gente no se inclina por la racionalidad objetiva, y la idea de Dios no es trivial. La cuestión de la existencia de Dios tiene importantes implicaciones personales, por lo que no hay razón para creer que alguien pueda verla en términos puramente objetivos. No es razonable afirmar que la única razón posible por la que una persona en particular no se ha convencido de la existencia de Dios es que Dios no le ha dado, personalmente, suficientes pruebas. Eso no es muy diferente de los observadores de la Tierra plana que dicen lo mismo.

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