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Pregunta

¿Los romanos le dieron a Jesús 39 latigazos?

Respuesta


Justo antes de Su crucifixión, Jesús fue azotado por los romanos (Juan 19:1). La Biblia no indica directamente cuántos latigazos recibió Jesús. Deuteronomio 25:3 dice que un criminal no debe recibir más de cuarenta latigazos. Para evitar posiblemente romper este mandamiento por accidente, los judíos sólo darían a un criminal 39 latigazos. El apóstol Pablo mencionó esta práctica en 2 Corintios 11:24, “De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno”. Sin embargo, Jesús fue azotado por los romanos, no por los judíos. No hay razón para creer que los romanos seguirían una tradición judía. El azote era el castigo que Poncio Pilato ordenó para Jesús: debía ser azotado (Mateo 27:26) pero no asesinado de esa manera. Su muerte tenía que ser por crucifixión después de los latigazos.

Es difícil imaginar el grado de odio necesario para condenar a un hombre inocente a tal destino. Sin embargo, los líderes judíos y Pilato hicieron tal cosa, a sabiendas de que Jesús era inocente. Peor aún, el hombre al que enviaron para ser azotado y crucificado era el Hijo de Dios. Oímos y nos referimos a la historia de la muerte de Jesús tan a menudo que a veces no nos detenemos a pensar cuán mal fue tratado por aquellos a los que vino a salvar. El tormento que padeció fue profetizado en Isaías: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5). Las “llagas” a las que se hace referencia en esta profecía son una referencia directa a los latigazos que recibió Jesús.

Ya sea que hubiera 39 latigazos, o 40, o algún otro número, el azote fue un terrible y doloroso suplicio. Y, de una manera muy real, la muerte de Cristo efectuó una sanidad espiritual para aquellos que creerían. Isaías compara a la humanidad con un rebaño de ovejas que se ha alejado del Pastor, cada animal yendo por su propio camino, una imagen de discordia y peligro. Pero “el Señor hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros” (Isaías 53:6). La pura y perfecta inocencia de Jesucristo, Su sabiduría y poder creativo, estaban todos presentes en Su cuerpo humano. El pastor sin pecado eligió aceptar una muerte cruel e inmerecida para salvar a Sus ovejas. Esto también fue profetizado por Jesús. Antes de Su arresto dijo: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. . . . Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. . . . Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:11, 14–15, 17–18).

Jesús eligió tomar nuestro castigo. El Padre eligió enviar a Jesús a la cruz. Conspiraron para salvar a todos los que creerían y demostrar con las terribles heridas de Jesús tanto la gravedad de nuestro pecado como la profundidad de Su amor.

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