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Pregunta

¿Qué es la glorificación?

Respuesta


La respuesta más sencilla es que la "glorificación" es la eliminación final que Dios hace del pecado de la vida de los santos (es decir, todos los que son salvos) en la condición eterna (Romanos 8:18; 2 Corintios 4:17). En la venida de Cristo, la gloria de Dios (Romanos 5:2), Su honor, alabanza, majestad y santidad, se hará realidad en nosotros; en lugar de ser mortales agobiados con la naturaleza pecaminosa, seremos transformados en seres inmortales y santos con un acceso directo y sin obstáculos a la presencia de Dios, y podremos disfrutar de una santa comunión con Él por toda la eternidad. Al considerar la glorificación, debemos enfocarnos en Cristo, porque Él es la "esperanza bienaventurada" de cada cristiano; también, podemos considerar la glorificación final como la culminación de la santificación.

La glorificación final debe esperar la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo (Tito 2:13; 1 Timoteo 6:14). Hasta que Él regrese, estamos agobiados con el pecado, y nuestra visión espiritual está distorsionada debido a la maldición. "Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido" (1 Corintios 13:12). Cada día, debemos ser diligentes por el Espíritu para hacer morir las obras de la "carne" (todo lo pecaminoso) en nosotros (Romanos 8:13).

¿Cómo y cuándo podremos finalmente ser glorificados? En la última trompeta, cuando Jesús venga, los santos experimentarán una transformación fundamental e instantánea ("todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos" (1 Corintios 15:51-52); luego lo "corruptible" se vestirá de "incorruptibilidad" (1 Corintios 15:53). Sin embargo, 2 Corintios 3:18 indica claramente que, de una forma misteriosa, "todos nosotros", en la actualidad, "con cara descubierta" estamos "contemplando la gloria del Señor" y estamos siendo transformados a Su imagen "de gloria en gloria" (2 Corintios 3:18). Para que nadie imagine que éste contemplar y ésta transformación (como parte de la santificación) es especialmente la obra de personas santas. La Escritura añade una pequeña parte de información: "Porque esto proviene del Señor, quién es Espíritu". En otras palabras, es una bendición derramada sobre cada creyente. Esto no se refiere a nuestra glorificación final sino a un aspecto de la santificación por el Espíritu que nos transforma ahora mismo. A Él sea la alabanza por esta obra de santificación en nosotros en el Espíritu y en la verdad (Judas 24-25; Juan 17:17; 4:23).

Debemos entender lo que la Biblia enseña acerca de la naturaleza de la gloria, tanto la gloria inigualable de Dios, como la que compartiremos en Su venida. La gloria de Dios no se refiere simplemente a la luz inaccesible en la que el Señor habita (1 Timoteo 6:15-16), sino también a Su honor (Lucas 2:13) y santidad. A quien se refiere el salmista en el Salmo 104:2, es el mismo Dios al que se hace referencia en 1 Timoteo 6:15-16; Él está "vestido de gloria y majestad", que se cubre a sí mismo "de luz como de vestidura" (Salmo 104:2; cfr. 93:1; Job 37:22; 40:10). Cuando el Señor Jesús venga en Su gloria para ejecutar juicio (Mateo 24:29-31; 25:31-35), lo hará como el único soberano, el único que tiene dominio eterno (1 Timoteo 6:14-16).

Los seres creados no se atreven a contemplar la grandiosa gloria de Dios; como Ezequiel (Ezequiel 1:4-29) y Simón Pedro (Lucas 5:8); Isaías se sintió devastado despreciándose a sí mismo en la presencia del santo Dios. Después que el serafín proclamó, "Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria" Isaías dice, "¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos!" (Isaías 6:5). Incluso los serafines mostraron que ellos eran indignos de contemplar la gloria divina y cubrieron sus rostros con sus alas.

Puede decirse que la gloria de Dios es "pesada" o "de mucho peso"; la palabra hebrea kabod traduce literalmente "pesado o gravoso". A menudo, el uso escritural de kabod es figurativo (por ejemplo: "cargado con el pecado"), de donde sacamos la idea de el "peso" de una persona que es honorable, admirable, o digna de respeto.

Cuando el Señor Jesús se encarnó, Él reveló tanto la "pesada" santidad de Dios y la plenitud de Su gracia y verdad ("Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad" (Juan 1:14; cfr. 17:1-5). La gloria revelada por Cristo encarnado, acompaña el ministerio del Espíritu (2 Corintios 3:7); es inmutable y permanente (Isaías 4:6-7; cfr. Job 14:2; Salmo 102:11; 103:15; Santiago 1:10). Las anteriores manifestaciones de la gloria de Dios fueron temporales, como el desvanecimiento de la gloria de Dios en el rostro de Moisés. Moisés cubrió su rostro para que los Israelitas de corazón duro no vieran que la gloria estaba desapareciendo (2 Corintios 3:13), pero en nuestro caso el velo ha sido quitado por Cristo, y reflejamos la gloria del Señor y por medio del Espíritu buscamos ser como Él.

En Su gran oración sacerdotal, el Señor Jesús pidió que Dios nos santificara en Su verdad (es decir, hacernos santos; Juan 17:17); la santificación es necesaria si queremos ver la gloria de Jesús y estar con Él en comunión eterna (Juan 17:21-24). "Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo" (Juan 17:24). Si la glorificación de los santos sigue el diseño revelado en las Escrituras, debe implicar la participación en la gloria, es decir, la santidad de Dios.

De acuerdo a Filipenses 3:20-21, nuestra ciudadanía está en los cielos, y cuando nuestro Salvador regrese, Él transformará nuestros cuerpos de humillación en "un cuerpo glorioso como el suyo". Aunque aún no se ha revelado lo que hemos de ser, sabemos que, cuando Él regrese en gloria, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es (1 Juan 3:2). Vamos a estar perfectamente conformados a la imagen de nuestro Señor Jesús y seremos como Él en cuanto a que nuestra humanidad estará libre del pecado y de sus consecuencias. Nuestra esperanza bienaventurada debería impulsarnos a la santidad. El Espíritu nos ayuda. "Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro" (1 Juan 3:3).

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