Pregunta
¿Cómo puede ser la eternidad en el infierno un castigo justo por el pecado?
Respuesta
Muchas personas se sienten incómodas—por no decir más—con la idea de un infierno eterno. Sin embargo, esta incomodidad proviene a menudo de una comprensión incompleta de tres realidades: la naturaleza de Dios, la naturaleza del ser humano y la naturaleza del pecado. El infierno nunca será un tema sencillo, pero su justicia se puede comprender.
Como seres caídos y pecadores, nos cuesta entender la naturaleza de Dios. Tendemos a verlo únicamente como un Ser bondadoso y misericordioso cuyo amor eclipsa todos Sus demás atributos. Por supuesto, Dios es amoroso, bueno y misericordioso, pero también es santo, recto y justo. Sus atributos existen en perfecta armonía y no se pueden separar. En Su santidad, no tolera el pecado (Proverbios 6:16–19). En Su justicia, se indigna contra los malvados y desobedientes (Isaías 5:25; Oseas 8:5; Zacarías 10:3). Y en Su justicia, debe castigar el pecado. Si Dios no castigara la maldad, dejaría de ser justo.
Todo pecado es, en última instancia, contra Dios (Salmo 51:4). Es una transgresión de Su ley (1 Juan 3:4). Dios es infinito en Su ser, en Su gloria y en Su valor. Esto significa que Él es infinitamente digno de obediencia, y que los crímenes cometidos contra Él merecen un castigo infinito: la eternidad en el infierno.
Incluso bajo las leyes humanas vemos un reflejo de este principio: la severidad del castigo depende, en parte, del valor del objeto dañado. Si alguien entra de noche a un depósito de chatarra y rompe los faros de un coche abandonado, quizá reciba solo una multa leve. Pero si esa misma persona entra en la sala de exhibición de un concesionario Porsche y destruye varios 911 nuevos, enfrentará una pena mucho mayor, posiblemente incluso prisión. La diferencia es el valor del objeto. La gloria de Dios es infinitamente valiosa; por lo tanto, si el castigo es proporcional, los pecados cometidos contra Él merecen una pena infinita.
En la historia de Jesús sobre el hombre rico y Lázaro, el hombre rico va al infierno, mientras que Lázaro es llevado al paraíso (Lucas 16). El rico está "atormentado" (v. 23), pero nunca pregunta: "¿Por qué estoy aquí?" ni protesta diciendo: "Esto es injusto". Solo suplica que alguien vaya a advertir a sus hermanos. Pareciera aceptar que su castigo es merecido y que sus hermanos seguirán el mismo destino si no se arrepienten.
Como en el caso del hombre rico, cada pecador en el infierno tendrá plena conciencia de que merece estar allí. Su conciencia será completamente lúcida, y esa claridad se convertirá en parte del tormento. La culpa innegable producirá vergüenza eterna, miseria, remordimiento y rechazo de uno mismo. No habrá alivio para la desesperación.
La realidad de una condenación eterna es aterradora. Con razón nos perturba pensar en ella. Pero hay buenas noticias: Dios nos ama de tal manera que envió a Su Hijo, Jesús, para pagar por nuestros pecados (Juan 3:16). Cuando Jesús murió en la cruz, asumió nuestro castigo y satisfizo perfectamente la justicia de Dios. Debido a Su valor infinito, Jesús pudo pagar la deuda infinita de nuestro pecado. Lo único que queda es confesar nuestro pecado y poner nuestra fe en la muerte y resurrección de Cristo. El perdón de los pecados y la salvación del infierno eterno están disponibles por gracia, mediante la fe.
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